Hace unas semanas hablamos del sacerdote francés Henri Breuil, quien dedicó gran parte de su vida a la investigación del arte prehistórico. Sin embargo, por más que uno se dedique años a estudiar un tema, rara vez este se agota por completo. Desde la muerte de Breuil, se han efectuado numerosos avances en arqueología. Entre ellos voy a elegir las cuevas Chauvet-Pont d'Arc, situadas al sureste de Francia, entre Lyon y Marsella. Se trata de un hallazgo reciente, de 1994, aunque se sabe, por las marcas que dejó, que un niño estuvo curioseando dentro de la gruta unos años antes.
Estas grutas, con obras que datan de hace unos 30.000 años, han contribuido a transformar la percepción de los científicos sobre la calidad del arte prehistórico, considerado a menudo como tosco y rudimentario. Los dibujos encontrados en Chauvet son tan sorprendentes que desafían la idea de que la capacidad para generar arte haya evolucionado de forma lineal con el tiempo.
La diversidad formal del lugar muestra múltiples puntos de convergencia y similitud en cuanto a la temática y la composición de los trabajos. De modo que esta amalgama de elementos distintivos evoca la sensación de estar inmerso en una sinfonía visual.
Concretamente, se pueden hallar representaciones de leones acechando bisontes en escenas de caza que van más allá de la mera ilustración de la actividad depredadora. Representan la muerte, en contraste con la figura femenina que hay justo en frente de ellos, que simboliza la función sexual y procreadora; la vida. Por otro lado, los rinocerontes, bisontes y leones, independientemente de la técnica utilizada para representarlos, comparten características estilísticas y convenciones gráficas que sugieren la existencia de un universo conceptual compartido por los artistas prehistóricos.
En cuanto a las técnicas utilizadas para dibujar, los artistas prehistóricos empleaban diversas metodologías. Por ejemplo, las figuras realizadas con carbón se distinguen por su singular técnica de difuminado, creada mediante bocetos con un trozo de carboncillo y luego difuminadas para lograr efectos de profundidad y realismo, mientras que para los pigmentos rojos se utilizaba polvo de hematita aplicado de diversas formas, desde la pulverización hasta la aplicación directa con las manos o herramientas. En cuanto al blanco, este se obtenía raspando la arcilla que había sobre las paredes y así revelando la piedra caliza subyacente. Todo esto demuestra una meticulosa habilidad artística.
Merecen también especial atención los caballos, de una calidad cercana a la de George Stubbs, pintor del siglo XVIII especializado en dibujar estos animales. Es más, se observa una progresión en la calidad de las pinturas de equinos, lo que refleja un afán por progresar característico del ser humano.
La capacidad para crear arte hace decenas de miles de años nos deja intrigados. Estos antepasados, separados de nosotros por decenas de miles de años, muestran una diferencia abismal con los animales al desarrollar un arte que trasciende lo material, lo que nos permite intuir la presencia de un espíritu en su interior.