Es mucho el tiempo que hemos dedicado todos a criticar la más horrenda de las leyes, la que condena a niños absolutamente inocentes a morir por el solo hecho de no venir al mundo en el “momento oportuno”, digámoslo así. Lamentablemente, es lo que tocaba. Ahora que el mal está hecho y la nueva Ley de aborto promete superar los casi insuperables registros obtenidos por la que deroga, hora es de plantear alternativas para el día después de aquél en el que con nuestra lucha, se produzca la definitiva, y esperemos que pronta, abolición de la nefanda ley, y con ella, la de toda práctica abortiva.
Los pilares de la solución que voy a proponer son cuatro: educación, ayuda social, adopción y persecución.
El primero pues, educación. Cualquier solución al aborto ha de pasar, qué duda cabe, por la educación sexual de nuestros jóvenes, eso no es cuestionable. Ahora bien, ese es el aspecto de la cuestión en el que hoy día menos es necesario incidir, pues indiscutiblemente, los jóvenes españoles forman parte de la generación de toda la historia de España y del mundo, que más sabe de sexo, y a estas alturas, casi no existe entre ellos el que pueda excusar en la falta de formación un embarazo no buscado.
Pero así como sobre sexo es poco lo que nuestros jóvenes desconocen, vienen, por el contrario, muy desarmados en valores. Con toda probabilidad el problema tiene mayor entidad y sea la entera sociedad occidental la que ha de volver a los principios que han hecho posible y digna la convivencia humana, pero forzoso es reconocer que la principal víctima de la carencia no ha sido otra que la juventud.
Más allá de otros valores a los que es urgente retornar (mérito, sacrificio, esfuerzo, premio, castigo), por lo que se refiere al tema que aquí nos ocupa son tres al menos aquéllos en los que la educación ha de incidir.
En primer lugar el principio de la responsabilidad: hay que recordar a nuestros jóvenes que los hechos tienen siempre consecuencias, que esas consecuencias hay que asumirlas y no son soslayables, y que si no se desean, entonces hay que evitar sus causas, porque no todo tiene marcha atrás.
En segundo lugar, el valor de la fidelidad: hay que insistir en que la promiscuidad no es buena ni hace mejor a nadie sino que, como cualquier exceso, esclaviza, y la fidelidad es una buena alternativa.
En tercer lugar, la afectividad: hay que volver a las fórmulas tradicionales del sexo por amor o con amor, porque amén de ser más placentero, es uno de los comportamientos de nuestra especie que más ha contribuido a separarla del resto de las especies de la jungla.
Estoy convencido de que una sólida formación en valores reduciría por sí sola los embarazos comprometidos a bastante menos de la tercera parte. Pero si aún así dicho embarazo sobreviene... pues bien, sigue habiendo alternativas. Lo que nos lleva al segundo pilar de la solución: la ayuda social. Un estado que ve salir de sus abultados presupuestos fabulosas cantidades de dinero que subvencionan cursitos de cocina, dictaduras sudamericanas o topografías clitorianas, está obligado a separar una partida importante, todo lo importante que haga falta, para las madres que pasan por situaciones de maternidad comprometida. Algo que debe hacer no sólo por ellas y por los hijos que portan en sus vientres, sino porque esa maternidad es una inversión a futuro mucho más rentable para la sociedad que todos los cursitos gastronómicos y los estudios topográficos imaginables. No se nos oculta que la regulación de estas ayudas ha de hacerse con criterios contrastados y por expertos en la materia, de cara a evitar abusos que podrían incluso conducir a los efectos contrarios de los que se pretende combatir. Y es que si merced a esas ayudas se consigue que una mujer en situación de maternidad comprometida no ponga fin a la misma, la experiencia dicta que cuando las madres que iban a abortar son disuadidas de hacerlo, la gran mayoría, y hablo de porcentajes superiores al 90%, bendicen el día en que decidieron llevar el embarazo a término, y no aceptan separarse de sus hijos.
Para el 10% que ni aún después de conocer a su hijo quieren hacerse cargo de él, también ha de haber solución, solución que en este caso, nos lleva al tercer pilar del sistema: la adopción. El caso español es bien elocuente, porque si en España más de cinco mil personas están dispuestas cada año a pasar por uno de los trances más desagradables, largos y pesados por el que se puede pasar en una sociedad del bienestar moderna, proceso que no es otro que el de una adopción internacional... ¡imaginen Vds. cuántos no estarían dispuestos a una adopción si ésta fuera nacional, rápida y sencilla, sin dejar de ser por ello rigurosa y fiable!
Por lo demás y como cuarto y último pilar, la persecución. Guerra sin cuartel a los impostores de médico que se hacen llamar así porque tienen un título expedido por una universidad pero que burlando su juramento hipocrático, han hecho de la muerte su negocio: condenas penales para ellos acordes con la magnitud del crimen cometido.
Una persecución que, en modo alguno, debe alcanzar a la mujer, porque perseguir el aborto es, para empezar, no fomentarlo, uno de los aspectos más letales que procuran y consiguen las leyes de aborto. Pero para seguir, castigar al que lo practica y no a sus víctimas... Y la mujer, bien que no la principal que es el feto, ha de contarse también entre las víctimas de ese delito abominable denominado aborto.
Implementar el sistema es sólo cuestión de voluntad. Si nuestros políticos no desean hacerlo, nos tienen que decir al menos las razones por las que no quieren, y a lo mejor así conocemos de una vez por todas, adónde nos quieren llevar con leyes como la que ahora han aprobado y otras que aún quieren aprobar, que no sólo persiguen despenalizar determinados comportamientos sino lo que es peor, reconozcámoslo, fomentarlos.