Al levantar esta mañana la persiana me encuentro con una escena que he contemplado en muy pocas ocasiones en Logroño. ¡Nieva! ¡Y mucho! ¡Las calles, aceras y jardines que se ven desde lo alto del convento están cubiertas de nieve! Debe llevar buen rato cayendo nieve. Hay una capa blanca sobre todo el paisaje. Me voy a rezar laudes. Después aprovecho la escena para orar desde la habitación mientras contemplo como sigue nevando.
Veo unas pocas pisadas en la nieve. Me viene el recuerdo de otra nevada en Logroño, que fue histórica y muy provechosa, hace poco más de100 años, es también enero, pero del año 1918. Un chico de 15-16 años llamado Josemaría ve al fondo de la calle Mayor unas huellas sobre la nieve, y más allá un fraile carmelita descalzo. Eso le marca, le toca su corazón, le hace plantearse la vida de otro modo. ¡Es el comienzo de su vocación! Una vocación a la santidad que pasa por el discernimiento de lo que le pide Dios al ver a un fraile pisando nieve. Habla con ese carmelita descalzo que se llama José Miguel de la Virgen del Carmen. Al final entra al seminario de Logroño, luego pasa al de Zaragoza y se ordena sacerdote. A ello se suma una vocación dentro de la vocación sacerdotal; tiene otra vocación más grande y más asombrosa: ¡la fundación del Opus Dei! ¡Es San Josemaría Escrivá de Balaguer!
Y todo nace en Logroño, un día de nieve, con unas huellas y con un joven que todavía no sabe lo que tiene Dios dispuesto para él. Pero una vez que Dios se manifiesta en el frío, en la nieve y en el silencio Josemaría no duda y empieza un camino nuevo. ¡Un camino de auténtica santidad! Él mismo recuerda años más tarde, ese momento clave donde Dios toma su corazón y cambia sus planes. Pensaba estudiar arquitectura y ser sacerdote no entraba en su programa de vida:
“Era por la mañana. Había nevado durante la noche y el suelo estaba recubierto por una capa de nieve, en la que no se veían más que las huellas de los pies descalzos de un fraile carmelita. De este detalle tan minúsculo se valió el Señor para suscitar una profunda inquietud en el alma de nuestro Padre. Comenzó a meditar: si otros hacen tantos sacrificios por Dios, ¿yo no voy a ser capaz de ofrecerle nada? Empezó a notar que Dios quería algo de su vida: barruntó el Amor con mayúscula. […] Yo nunca pensé en hacerme sacerdote, ni en dedicarme a Dios. No se me había presentado ese problema, porque creía que no era para mí. Más aún: me molestaba el pensamiento de poder llegar al sacerdocio algún día” (Testimonios de Don Álvaro del Portillo, hoy beatificado).
La oración me lleva a pensar y acogerme también a la intercesión de Santa Teresita. El día 2 de enero es el aniversario de su nacimiento. Al ver caer la nieve desde el convento pongo la mirada en otro mes de enero, un enero unos pocos años antes que cuando el joven Josemaría ve las huellas del P. José Miguel en la nieve. Me voy al 10 de enero de 1889. ¡El día de la toma de hábito de esta santa carmelita! Ella había pedido al Señor que el día de su toma de hábito nevara y todo quedara cubierto de nieve, de blancura, de pureza. Y Dios se lo concede, le da ese regalo. Teresita no cabe en sí cuando ve todo blanco, todo bello, todo nevado:
“Había llegado la fecha de mi toma de hábito. Se fijó la ceremonia para el día 10 de enero. La espera había sido larga, pero, también, ¡qué hermosa fue la fiesta...! No faltó nada, nada, ni siquiera la nieve...
Lo cierto es que siempre había deseado que, el día de mi toma de hábito, la naturaleza estuviese vestida de blanco como yo. La víspera de ese hermoso día, yo miraba tristemente el cielo plomizo, del que de vez en cuando se desprendía una lluvia fina; pero la temperatura era tan suave, que ya no esperaba que nevase.
A la mañana siguiente, el cielo no había cambiado. Sin embargo, la fiesta resultó maravillosa. Al final de la ceremonia, Monseñor entonó el Te Deum y le himno de acción de gracias se cantó hasta el final. Después de abrazar por última vez a mi rey querido [su padre], volví a entrar en la clausura. Lo primero que vi en el claustro fue a «mi Niño Jesús color rosa» sonriéndome en medio de flores y de luces. Inmediatamente después mi mirada se posó sobre los copos de nieve... ¡El patio estaba blanco, como yo! ¡Qué delicadeza la de Jesús! En atención a los deseos de su prometida, le regalaba nieve... ¡Nieve! ¿Qué mortal, por poderoso que sea, puede hacer caer nieve del cielo para hechizar a su amada...? Tal vez la gente del mundo se hizo esta pregunta; lo cierto es que la nieve de mi toma de hábito les pareció un pequeño milagro y que toda la ciudad se extrañó. Les pareció rara mi afición por la nieve... ¡Tanto mejor! Eso hizo resaltar aún más la incomprensible condescendencia del Esposo de las vírgenes..., de ese Dios que siente un cariño especial por los lirios blancos como la NIEVE...” (Historia de un alma 72).
Uno en la oración a los dos santos, a San Josemaría y a Santa Teresita, y presento a unos cuantos jóvenes que buscan la vida de santidad, que rezan, que viven con naturalidad su momento de universidad o de trabajo. Han decidido dar inicio en Logroño, su tierra, nuestra tierra, a un grupo nuevo que lleva tiempo difundiéndose por España y algunos otros países: ¡Hakuna! Poco antes de Navidad tenemos la primera hora santa en la iglesia de San Bartolomé. El sábado pasado aprovechamos la mañana para hacer una “escapada” por las cercanías de la ermita de la Virgen de la Antigua en Alberite con algunos de los que estudian o trabajan fuera de Logroño. Subimos hasta las viñas que coronan el pueblo y contemplamos la sierra de Cameros y de Moncalvillo algo nevada. Disfrutamos del paseo tranquilo en agradable conversación conociendo los inicios de Hakuna con algún testigo directo. En esto llegamos al barrio de las bodegas y bajamos hacia el pueblo hasta la fuente de la Bola y luego de nuevo hasta la ermita. Allí rezamos el Ángelus y oramos ante la imagen de la Virgen de la Antigua en su ermita. Antes de volver a Logroño nos quedamos en ameno diálogo sobre diversos temas que es bueno conocer y tratar para crecer como jóvenes que seguimos a Cristo, a la Virgen y también a los Santos.
Una semana después la nieve que se veía por los altos de Luezas, de Montalbo, de Torre, de Sorzano, etc. llega a Logroño. No hay que ir a la montaña para pisarla como habíamos pensado ir un día antes de terminar la Navidad. La nieve baja a Logroño, todo lo cubre, y también a estos jóvenes que buscan un camino nuevo, rezan ante el Santísimo, hacen voluntariado, preparan escapadas para aprovechar las vacaciones de forma diferente, dedican algún fin de semana a huir del mundo y encontrarse con Dios, buscan formarse bien con charlas y leen libros que prepara el que lleva esta obra adelante, el sacerdote José Pedro Manglano. Ahí está la esencia de lo que es Hakuna y también cómo los jóvenes pueden y de hecho han de hacerse presentes en la sociedad con un modo de vida santo. Los títulos son curiosos, habrá a quienes les pueda parecer no apropiados, pero antes de hablar lo mejor es leerlos. Algunos tienen un mismo nombre y cambia el apellido: Santos de mierda, Santos de copas, Santos de carne, Santos de vida.
Después de comer miro por la ventana y apenas queda nieve, poca y sucia, pero los jóvenes han visto la nieve, la gracia de Dios se ha derramado y esperamos que cuaje la nieve que trae Hakuna a Logroño. Además tenemos la ayuda y la intercesión de dos grandes santos a los que se les tiene gran devoción y confianza en Hakuna: San Josemaría Escrivá de Balaguer y Santa Teresita del Niño Jesús. Ellos nos cuidan, nos alientan y nos enseñan el camino de la santidad para que también haya Santos de nieve.