Había circulado el rumor de que las religiosas y las damas catequistas estaban repartiendo entre los niños de los obreros, caramelos envenenados, para destruir de este modo la simiente comunista; y en represalia, las turbas habían asaltado los conventos y cometido toda clase de crímenes, dentro y fuera de ellos, con las religiosas y las damas de la Acción Católica.
-Vamos a la Casa del Pueblo, dije a mi marido, levantándome de la cama y disponiéndome a salir.
- ¿A qué hemos de ir? Ya sabes lo sucedido. Estás mal. Tienes fiebre, se opuso mi esposo; pero yo insistí.
-No me importa ahora mi salud. Vamos a saber por qué han ocurrido esas cosas. Comprenderás que nada de esto es casual, y quiero saber lo que hay en el fondo de todo ello. Es mi madre una de las víctimas. Es en mi carne donde me hieren estos crímenes, en los que sospecho la intriga comunista.
Fuimos a la Casa del Pueblo, y en la secretaría de la Agrupación hablé con el secretario, Mairal, callando lo ocurrido a mi madre, para que con mayor sinceridad me informase.
Según me dijo, él, y muchos como él, lamentaban los sucesos; pero no había sido posible evitarlos. Sabíamos todos que España era un país mediatizado por el clero, que habría de oponerse a la “revolución armada” que cada día se hacía más necesaria. Ya Lenin había calificado la religión como el “opio del pueblo”, y era preciso ir en primer lugar, contra el clero y contra la religion. De todas maneras, los socialistas no hubieran hecho las cosas tan duramente; pero los comunistas eran tan radicales…
En fin; siguiendo las instrucciones de Moscú, se suscitó en las masas una reacción violenta contra las personas de formación religiosa, se lanzó lo de los caramelos y la gente respondió tal vez con exceso.
Yo le escuchaba en silencio y mi indignación iba en aumento según él hablaba. Al fin, sin poder contenerme, le dije:
-Sí; reaccionaron con exceso, y una víctima de esos excesos fue mi propia madre, a la que dejaron por muerta después de ensañarse en ella salvajemente.
- ¿Tu madre? Es verdad, que tu familia es burguesa y de derechas. Pues lo siento, fue todo el comentario y la condolencia de aquel bárbaro.
Al día siguiente fuimos a ver a mi madre, y la encontramos como las criadas habían dicho. Cara y cabeza desaparecían bajo los vendajes, y el cuerpo era un bulto informe e inmóvil, ligeramente estremecido por la respiración. No podía ver, ni hablar, ni moverse; pero oía lo que se le decía, que debía ser en pocas palabras para no fatigarla, y con pequeños movimientos de cabeza asentía o negaba.
Así continuó muchos días, hasta que ya mejorada y levantados los apósitos, pudo ser trasladada a su casa, donde continuo su curación durante varias semanas.