La última petición del Padre Nuestro evoca la presencia del enemigo, del demonio, en nuestras vidas. El apóstol San Pedro nos dice que está a nuestro alrededor como león rugiente, pronto a devorarnos. Esto nos pone de manifiesto que el corazón cristiano no cierra sus ojos a la vida. La oración filial no es una oración infantil. No olvida que la vida del cristiano está plagada de peligros y dificultades.
“Si no estuvieran los últimos versículos del Padre Nuestro ¿Cómo podrían rezar los pecadores, los perseguidos, los desesperados, los moribundos? La última petición es precisamente nuestra petición cuando estamos en el límite, siempre. Hay un mal en nuestra vida que es una presencia incontrastable. Los libros de historia son el desolado catálogo de ventura, a menudo fallida, de lo que ha sido nuestra existencia en este mundo. Hay un mal misterioso, que seguramente no es obra de Dios, pero que penetra silencioso entre los pliegues de la historia. Silencioso como la serpiente que lleva el veneno silenciosamente. En algún momento parece que lleva ventaja: en ciertos días su presencia parece incluso más nítida que la de la misericordia de Dios”.
Todos hemos experimentado la tentación en nuestra propia vida. Esa fuerza que nos arrolla en ciertas ocasiones. Jesús experimentó, sobre todo en la Pasión algunas expresiones del Padre Nuestro. “Es precisamente en los pasajes de la Pasión donde algunas expresiones del Padre Nuestro encuentran su eco más impresionante: «¡Abbá! ¡Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». Jesús experimenta por completo la transfixión del mal. No solo la muerte, sino la muerte en cruz. No solo la soledad, sino también el desprecio y la humillación. No solo la animosidad, sino también la la crueldad, la furia contra Él. Esto es lo que es el hombre: un ser entregado a la vida que sueña con el amor y el bien, pero que después se expone continuamente a sí mismo y a sus iguales al mal, hasta el punto de que podamos ser tentados de desesperar del hombre”.
Nunca Jesús sucumbió a las adulaciones del mal. Desde la propia experiencia sabemos el poderío del mal; también para no caer en sus garras.
Tenemos que perdonar como somos perdonados. Así obtendremos la paz que nace del vencer al mal: “Del perdón de Jesús en la cruz brota la paz, la verdadera paz viene de la cruz: es don del Resucitado, un don que nos da Jesús. Pensad que el primer saludo de Jesús Resucitado es «la paz a vosotros», paz a vuestras almas, a vuestros corazones, a vuestras vidas. El Señor nos da la paz, nos da el perdón, pero nosotros debemos pedir: «Líbranos del mal», para no caer en el mal. Esta es nuestra esperanza, la fuerza que nos da Jesús resucitado, que está aquí, en medio de nosotros: está aquí, está aquí con esa fuerza que nos da para ir adelante, y nos promete que nos libra del mal”.