Hoy celebramos la solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista. San Juan Bautista fue el último de los grandes profetas y un modelo de la evangelización de todos los tiempos. Evangelio de hoy nos relata algo muy interesante y actual: cómo Dios obró un portento en la persona de Zacarías, padre de Juan. Zacarías recibe de Dios la indicación de llamar Juan, a su futuro hijo. Juan no era el nombre que deseaba y se resistió ala Voluntad de Dios. Dios actuó dejando sin voz a Zacarías. Es interesante pensar en la razón que hizo a Dios dejara sin habla a Zacarías. Tenemos una pista fundamental en el propio nombre que Dios deseaba: Juan. Este nombre se puede traducir como “el Señor se ha compadecido” o “el Señor se manifiesta”. El mismo nombre del niño indica la misión asignada. Antiguamente los nombres se daban por razones de peso y no porque estuvieran de moda o sonasen bien.
Estas cosas parecen irrelevantes al ser humano actual. Vivir en plena postmodernidad nos lleva hacia lo emotivo, dejando de lado el entendimiento profundo de lo que sucede.
Según cuenta el Evangelio, Zacarías enmudeció hasta el momento en que aceptó públicamente la Voluntad de Dios. Cuando escribió el nombre de su hijo en una tablilla, la lengua se le soltó para alabar y hablar de las maravillas de Dios. Leamos lo que nos dice San Ambrosio de Milán:
Con razón se desató en seguida su lengua, porque aquella a quien había atado la incredulidad, debía ser soltada por la fe. Creamos también nosotros, para que nuestra lengua -que está ligada con los vínculos de la incredulidad- se desate por la voz de la razón. Escribamos en el Espíritu los Misterios, si queremos hablar; escribamos al Precursor de Cristo, pero no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón. Pues el que nombra a Juan, vaticina a Jesucristo. Sigue, pues: "Y hablaba bendiciendo a Dios". (San Ambrosio de Milán. Tomado de la Catena Aurea Lc 1:59-64)
Dios desea que cada uno de nosotros seamos herramientas dóciles a su Voluntad. En la medida que lo seamos, encontraremos el Reino de Dios en nosotros. Para entender la Voluntad de Dios debemos tener en cuenta la vocación y dones que hemos recibido. También debemos tener muy clara la Tradición Apostólica y ser fieles a lo que Dios nos comunica en Ella.
Demos un salto desde el prodigio de Zacarías a la actualidad. En esta semana se ha celebrado una reunión de iglesias y denominaciones cristianas en Ginebra (Suiza). Se celebraba el 70 aniversario del Consejo Mundial de las Iglesias, por lo que era un momento muy interesante para montar un show mediático. Allí estuvieron representantes de diversas iglesias y denominaciones cristianas. ¿Qué hicieron? Leyeron discursos y convivieron juntos durante unas horas. ¿Qué más? Fotos, declaraciones, videos, marketing, etc. Preguntémonos si esto es la unidad o tan sólo una representación en torno a la unidad. Personalmente no tengo nada claro que el ecumenismo nos esté conduciendo a la unidad. Una unidad que es esencial y deseada por Dios.
¿Por qué es esencial la unidad? Porque si no estamos unidos nos pasa como a Zacarías: perdemos la voz.
Podemos gritar en las calles, llenar los medios de marketing o hacer shows de todo tipo. Hacemos todo esto y parece que estuviéramos mudos. Nadie nos escucha realmente. Los ecos mediáticos se extinguen tras unas horas y todo queda igual. El Evangelio se comunica de forma muy diferente. Miremos a Zacarías. Cuando somos herramientas dóciles a la Voluntad de Dios, nos convertimos en herramientas eficaces de su Voluntad. Cuando lo que hacemos es marketing, todo queda en luces flashes, discursos y fotos.
Cristo oró al Padre para que fuese posible la unidad. El Señor sabía que la naturaleza humana nos llevaría a separarnos y enfrentarnos entre nosotros.
Es Voluntad de Cristo que los cristianos estemos realmente unidos, más allá de modas, tendencias y sensibilidades. Él mismo oró al Padre para que la unidad fuese posible:
Más no ruego tan solamente por ellos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sea una misma cosa; así como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que también sean ellos una cosa en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. (Jn 17, 20-21)
Leamos lo que nos indica San Juan Crisóstomo de esta petición que Cristo hizo al Padre:
Aquí pidió para todos lo mismo, que arriba, para los apóstoles, a fin de que todos (esto es, nosotros y ellos) seamos una misma cosa. Y así termina su oración, como la empezó; pues al principio dijo: "Os doy el mandamiento nuevo de que os améis los unos a los otros" (Crisóstomo, in Ioannem, hom. 81)
La búsqueda de la unidad se desarrolla a partir del modelo ecuménico, nacido a mitad de siglo XX. Un modelo que se utiliza de puertas afuera, pero rehuimos aplicar de puertas adentro. Hay un problema en el ecumenismo, tal como se entiende actualmente. El ecumenismo busca la apariencia de unidad, no la verdadera y sustancial unidad de los cristianos. Esto se puede comprobar cuando miramos dentro de la Iglesia Católica.
La postmodernidad nos lleva a etiquetarnos como Iglesia, pero no podemos decir que conformemos una verdadera y única comunidad de fe, esperanza y caridad. Estamos enfrentados entre nosotros. Hay prelados relevantes que no dejan de lanzarse dardos unos a otros. Los fieles, no nos quedamos detrás a la hora de señalar la puerta a quienes no son de nuestro "partido". Hace unos años una amiga me decía vehementemente que "era necesario tomar partido" y tanto que hemos tomado partido. ¡Nos hemos partido en mil trozos!
¿Qué unidad puede ofrecer la Iglesia Católica a las demás iglesias y denominaciones? Una unidad denominacional y aparente. Una unidad que se sustenta en el "vive y deja vivir" que desprecia al hermano porque no es de tu "partido eclesial" ¿Qué voz puede tener quien propicia partidos que enfrentan a hermanos de fe?
No tenemos voz. La hemos perdido. Pero no desesperemos. Siempre hay esperanza. La Esperanza es Cristo y Él nunca nos abandona. Hagamos como Zacarías. Tomemos la tablilla de la vida y borremos todo lo que nos separa y escribamos el Nombre de Cristo. Siempre estamos a tiempo de arrepentirnos y empezar de nuevo.