Ayer comí con un sacerdote diocesano de la Sociedad Sacerdotal del Opus Dei, que me hablaba maravillado de cómo a lo largo de los años, cuánto más ha conocido la Iglesia, más movimientos y realidades distintas ha descubierto para su fascinación.
Fui un auténtico ágape, junto con otros hermanos cristianos, para “conspirar” para la evangelización de una parroquia, y de verdad que el corazón se ensancha de ver que en la iglesia hay gente tan simpática, dispuesta y abierta a lo que el Señor quiera hacer, por más que pueda parecer una locura.
No quiero resultar chauvinista pero en Madrid, en nuestra iglesia, he tenido el privilegio de conocer tanta gente y tan excepcional que daría para escribir un libro de semblanzas de cristianos que tienen un corazón entregado y una vida para Dios en medio de nuestros días.
Hay una riqueza y un gozo muy especial en compartir entre hermanos, y cuando el Señor trae a alguien nuevo a la comunidad, ese gozo se hace expansivo y hace vibrar a todos recordándoles su historia con Dios.
En la Iglesia he conocido santos y pecadores, apasionados y aburridos, celosos extremistas y apáticos “funcionarios”, un poco de todo como en botica.
Pero aunque la palabra de San Pablo sea tan cierta como que existimos (“llevamos este tesoro en vasijas de barro”) y por más que seamos pura debilidad y por ende pecadores, la verdad es que no conozco ningún grupo humano en que haya tantas personas excepcionales.
En la iglesia de Madrid uno puede conocer a gente como las Hermanas de la Caridad de la Madre Teresa asistiendo a los pobres y a los sidosos, a ancianos y a niños. Sacerdotes como el Padre Enrique, que junto a personas como la hermana Carmela vive con los pobres y nos recuerdan la locura de San Francisco de Asís.
Si buscamos un poco encontramos gente de Comunión y Liberación todos los viernes dando bocatas y conversación a los drogadictos en las barranquillas, gente como Conrado Giménez de Fundación Madrina dejándose todo por cada madre soltera con un niño para que lo pueda tener, o curas como Pablo Maldonado empeñados en dar una palabra de aliento a todas y a cada una de las personas que se encuentran por la calle en su barrio.
Están locos estos maravillosos cristianos.
Muchos de ellos ingresan en seminarios y algunas en conventos, para llevar una vida de entrega a Dios y consagración a los hombres. Otros deciden trabajar en universidades y colegios de la Iglesia, como tantos que tiene la Legión de Cristo, por un salario digno pero que no les va a hacer ricos, pero que les compensa sobradamente por la misión en la que han convertido su trabajo.
Qué decir de gente tan atrevida y audaz como la que lleva Radio María con un sacerdote y apenas seis profesionales, gestionando una radio que oyen miles, donde los locutores y voluntarios trabajan de balde, y donde todos los días hay que confiar en que la providencia pagará la siguiente factura. En esta Radio se puede encontrar una buena representación de la iglesia de España, pues todos dan su tiempo sin pedir nada a cambio, para llegar a los hombres sus hermanos.
Y hay más, mucho más, siento no poder citar a tantos. Desde la fidelidad de un párroco de una iglesia semivacía, hasta la valentía de unos padres que se dejan hacer por Dios y sin ser ricos, engendran la riqueza de una familia numerosa que es un auténtico signo de contradicción para el mundo de hoy.
Laicos, religiosos y religiosas, sacerdotes, familias…están locos estos cristianos, porque si se fijan todo lo basan en creer en una persona, Jesucristo, y en celebrar y vivir este encuentro en la comunidad que es la Iglesia, y ninguno de ellos es mejor que las personas que podamos encontrar “afuera” en el mundo, pues están hechos de la misma pasta pecadora de la que estamos hechos todos los humanos.
Pero como decía Quevedo “polvo soy, pero polvo enamorado” y así esta gente tiene una chispa en la mirada que el mundo no da, y tiene la sana obstinación y la santa insubordinación de creer en cosas que van más allá de la alegría que puede dar tener la cuatro cosas que se pueden amontonar en esta vida.
Algunos objetaran hablando de defectos, pecados, debilidades, que todos tenemos, y que los hay, pero eso no quita al brillo especial de esta gente. Hasta en eso los locos de la iglesia tienen el desparpajo de pedir perdón por sus pecados a un mundo que se escandaliza y los juzga por ellos sin mirar los propios.
Están locos estos cristianos, y son gente maravillosa, y nunca debemos olvidar que por mucho que nos peleemos, que queramos mejorar las cosas, y por mucho que nos cueste sobrellevar la imperfección y la aparente ineficacia de medios y obras, Dios se complace en tener un pueblo así, y nosotros podemos estar orgullosos de tener tantos hermanos excepcionales.