Es de noche, por fin llueve. Ha llegado la lluvia a Ávila. Una lluvia muy esperada en un día muy especial, en la noche del 25 al 26 de agosto. El día en que Ávila celebra con gran solemnidad la fiesta del Transverberación del corazón de Santa Teresa de Jesús, o dicho de otra manera, la merced del dardo. La diócesis de Ávila lleva tiempo pidiendo agua, en las misas se hace una oración específica por esta causa tan necesaria en la tierra de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz; la oración ha sido escuchada y hay que dar muchas gracias a Dios.
Esa semana, la de la preparación a la fiesta, me encuentro en Ávila dando ejercicios espirituales a la parroquia de “El Palo” de Málaga. Un grupo de unas 30 personas que han querido dedicar sus vacaciones a encontrarse con el Señor por medio de las cartas de Santa Teresa de Jesús y conocer y orar en lugares teresianos de esta tierra castellana. Los ejercicios terminan el día 23 por la noche y el 24, fiesta de la fundación del primer convento de monjas carmelitas descalzas, San José de Ávila, vuelven a su tierra malagueña. Se van pero me quedo el fin de semana, así participo de las dos fiestas. El lugar de residencia ya lo he comentado en otro momento, es la “ermita” de San Pedro de Alcántara en el monasterio de La Encarnación. En esta ocasión es muy distinto, me encuentro con los jóvenes voluntarios que colaboran en el monasterio junto a personas adultas en tareas como limpieza, atender la tienda, guías en el museo, etc.
Y entramos en lo importante, los que han hecho ejercicios se han ido con el corazón lleno de Dios, Ávila se prepara para la fiesta de la Transverberación y al fin cae la lluvia deseada sobre la ciudad. Celebramos esta fiesta con doble sentido, el amor y la lluvia se unen en el gran día. Nos dejamos tocar por el amor de Dios como lo hizo la Santa de Castilla, la Madre Teresa de Jesús. Penetramos con ella en las entrañas del amor de Dios. Lo experimenta en primera persona y lo deja por escrito. Cada año Ávila, desde el corazón, se prepara a dicha fiesta con un solemne decenario que se celebra en el monasterio de La Encarnación, enclave singular donde tiene lugar este acontecimiento místico que es el paso ardiente del amor de Dios por el corazón de Santa Teresa de Jesús en varios momentos de su vida religiosa. Así nos lo describe en Vida 29,13: “Debía ser un querubín, uno de los ángeles de más alto grado. Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. No es dolor corporal sino espiritual aunque no deja de participar el cuerpo algo y aun harto”.
Hay mucho que aprender, algo parecido, salvando las distancias y la intensidad y grado de la gracia mística, ha sucedido con los que han hecho ejercicios. Según pasaban los días e iban profundizando en esa presencia del Señor, al terminar, reconocían con alegría desbordante que Dios había entrado en su corazón y que habla en lo más íntimo del mismo. Han vuelto a su casa de otro modo, renovados, con ganas de querer vivir en familia de verdad.
Y vuelvo de nuevo a la lluviosa noche en La Encarnación. El agua ha empezado a caer con más intensidad, no con fuerza, pero si en cantidad, suave, pero penetrante. Me recuerda lo que dice Santa Teresa sobre la oración de unión, que la explica con una comparación sencilla e iluminadora. Es como regar el huerto de nuestra alma, hay cuatro sistemas para llevar a cabo esta tarea, el cuarto modo, el mejor, es gracias al agua de lluvia: “Acá no hay sentir, sino gozar sin entender lo que se goza […] Es agua que viene del cielo para con su abundancia henchir y hartar todo este huerto de agua” (Vida 18,1 y 9).
Me quedaría toda la noche en este patio viendo caer la lluvia, en oración silenciosa y llena de callado amor. Esa tarde hemos rezado el rosario aquí mismo los jóvenes pidiendo esa agua del cielo. Unas pocas horas después, el agua corre entre el empedrado del patio y empapa la seca tierra que tanto ha esperado este momento. Con el agua de fondo, el agua de la lluvia, se abre paso una cortina que embellece las murallas iluminadas en la noche. En estos momentos dan las 12 de la noche, suenan las campanas de la espadaña de La Encarnación y comienza un nuevo día, el de la Transverberación. El día en que Dios obra maravillas, pero tenemos que saber esperar en Él. Muchas veces se lo he dicho a los malagueños en estos días, y ahora lo repito para todo el que lea este artículo. Hay que rezar y esperar con fe verdadera. Entonces Dios actúa, la prueba es patente y muy gratificante; no hay mas que gozarse con lo que acontece esa noche especial en Ávila: ¡Llueve! Así tiene que suceder en nuestros corazones. Tenemos que rezar, tenemos que esperar, tenemos que crecer en fe y tenemos que amar de verdad. Entonces la vida cambia, cambia la vida de estos jóvenes que ayudan en La Encarnación, como cambia la vida de los que han venido de Málaga a hacer ejercicios espirituales y cambia la vida de todo el que sigue a Dios con esperanza.
La lluvia cae, la oración no se ha perdido; esto nos hace ver que Dios está siempre a nuestro lado, pero nosotros muchas veces tenemos prisa y nos sabemos ir a su paso, al paso de Dios. Tenemos que aprender de Santa Teresa a caminar en la vida al paso de Dios, abriéndonos a su amor, rezando de verdad y esperando la lluvia de la gracia, de la presencia de Dios, de la unión con el Creador para celebrar en plenitud la fiesta de la Transverberación. Para esto pienso que lo mejor es dejar el corazón en Dios como hago esa noche mágica, sublime e imborrable en Ávila, cuando salgo al patio de La Encarnación, elevo los ojos al cielo, me pongo en oración y me lleno de la presencia viva de Dios mientras veo caer la lluvia, oigo el correteo de la lluvia, husmeo el ambiente de lluvia, saboreo con gusto esta escena de lluvia, siento como la lluvia salpica sobre mis pies descalzos y dejo que llueva en el corazón de mi Ávila, de mi Carmelo Descalzo y de mi ser.