No sé cómo es tu madre, ni siquiera sé si tu madre vive o ha muerto, pero apuesto a que sé cómo te gustaría que fuera o hubiera sido.
Todos queremos o soñamos una mamá de cuento, de las buenas, no a la madrastra de Blancanieves ni de Cenicienta sino a la madre de la Bella Durmiente que se sacrifica por su hija porque busca su bienestar y en el caso del cuento, salvarle la vida. Por cierto, la Bella Durmiente se llama Aurora: amanecer, salida del sol, luz del nuevo día que comienza.
A mí me gustaría que todas las madres del mundo, incluida yo, fueran buenas, cariñosas, pacientes, comprensivas, generosas, trabajadoras, limpias, divertidas, simpáticas, oportunas, que supieran cuándo hablar y cuándo callar, qué decir y cómo, intuitivas, que infundieran confianza en sus hijos de modo que acudieran a ellas en momentos de apuro, duda o necesidad con la certeza de que no los van a traicionar, no van a traicionar su confianza.
Me gustaría que todas las madres del mundo, incluida yo, fueran muy de dar abrazos, muy de acariciar, muy tiernas a la vez que mujeres fuertes. Que fueran ellas mismas el hogar de sus hijos, al que siempre tengan ganas de llegar porque allí están a gusto, seguros, confiados.
Me gustaría que todas las madres del mundo, incluida yo, fueran luz en la oscuridad, paz en la tormenta, señal en el cruce de caminos, una puerta siempre abierta o al menos una puerta con un timbre al que llamar.
Que todas cuidaran de sus hijos más que de su propia vida, que los protegieran de todos los males, que velaran por su integridad a todos los niveles. Que nunca les mintieran ni los engañaran ni los defraudaran ni los abandonaran, que nunca ninguna madre hiciera daño a ninguno de sus hijos. Que todas pusieran el bienestar de sus hijos por delante del suyo propio. Que todas las madres fueran mamás, no madrastras de cuento de los hermanos Grimm.
No sé si lo sabes pero todos tenemos una madre así de maravillosa, mucho más genial que la más genial de las madres de cuento: la Virgen María.
Jesús nos la regaló cuando él se estaba muriendo en la cruz, cuando le dijo a Juan: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio. Juan 19, 27.
Así que sea como sea tu madre de la tierra, a la que no pudiste elegir, tienes a tu madre del Cielo. A ella Dios sí que la eligió para ser su madre así que tiene todo lo mejor de lo mejor y nada de lo feo o malo que tenemos los humanos, porque ella no tiene pecado original, que es lo que lo estropea todo.
Si tú sueñas con tener una madre dulce, amorosa, que te achuche, que te consuele, que te quiera con locura, que sea la más buena, la más guapa, la más divertida, la más valiente, la más generosa... todo eso y más lo tiene la Virgen.
Que no te dé vergüenza decirle piropos como hacen los niños pequeños. Que no te dé vergüenza tirarle besos cuando ves una imagen suya o una iglesia. Que no te dé vergüenza verte como un niño pequeño que corre a los brazos abiertos de su madre buscando consuelo porque se ha hecho daño. Que no te dé vergüenza regalarle tu trabajo del día como un niño pequeño le regala un dibujo hecho con todo el amor y la ilusión de su corazón.
Que no te dé vergüenza cantarle a grito pelao.