Juan García Inza
Los pecados de la Iglesia
¿Tiene la Iglesia pecados? Preguntó un niño a su catequista. Esta dudó un poco, pero después contestó muy pedagógicamente: -Sí, la Iglesia tiene tus pecados y los míos. La Iglesia es como una gran barca que navega por el mar de la historia, una barca perfecta, pero llena de tripulantes de todo tipo, que no todos son perfectos, mas bien todos son pecadores, y son iglesia. Los pecados de esos tripulantes, los tuyos y los míos, son los que llamamos pecados de la Iglesia.
San Juan Bosco tuvo un suelo profético: El 30 de mayo de 1862, Don Bosco compartió con sus jóvenes un sueño que había tenido unos días antes. En él, un barco estaba a punto de naufragar por los ataques que recibía de sus enemigos, pero el Papa lo guio entre dos columnas que emergieron del mar.
Juntos interpretaron lo que años más tarde se ha considerado una visión o una profecía: el barco representaba a la Iglesia y las dos columnas que le permitieron entrar a puerto –al cielo- eran la Virgen María y el Santísimo Sacramento.
Así describe san Juan Bosco en sus Memorias biográficas la persecución que sufre la Iglesia en su sueño:
Ante las dos columnas huyen los enemigos
“En toda aquella superficie líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere y traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de material incendiario y también de libros, y se dirigen contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla, o al menos, hacerle el mayor daño posible”.
Pero, continúa escribiendo este educador para quien los sueños eran una auténtica manifestación de los deseos de Dios, “en medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distante la una de la otra.
Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum. Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salus credentium”.
Cuando el capitán, el Papa, “guía la nave hacia las dos columnas, y al llegar al espacio comprendido entre ambas, la amarra con una cadena que pende de la proa a un áncora de la columna que ostenta la Hostia; y con otra cadena que pende de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada. Entonces se produce una gran confusión”.
Y todos los enemigos huyen, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente y en el mar reina una calma absoluta.
La Barca de la Iglesia, llena de pecadores, sigue navegando por el mar de la historia. Los peligros son enormes, de dentro y de fuera, pero no hay que temer si estamos flanqueados por las dos granes columnas: la Virgen y la Eucaristía.
El niños que había preguntado sobre los pecados de la Iglesia comprendió que la parte humana de la Iglesia, la militante, es deficiente, pecadora, pero no hay que temer. Recordemos aquellas palabras de Cristo: Hombres de poca fe, ¿por qué teméis?, ¿No estoy yo con vosotros?
Medios para salvarse en medio del desconcierto
Juan Bosco descifró algunos significados de este sueño: “Las naves de los enemigos son las persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación a lo que tiene que suceder», decía a finales del siglo XIX.
«¡Sólo quedan dos medios para salvarse en medio de tanto desconcierto! -añadía, en una afirmación válida también para hoy-: devoción a María Santísima; frecuencia de Sacramentos: comunión frecuente, empleando todos los recursos para practicarlos nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y en todo momento”.