En el Evangelio de hoy domingo, el Señor está preparándose para partir y quiere dejar bastantes cosas claras y atadas con sus Apóstoles. En el texto se dice que “...les abrió el sentido para que entendiesen las Escrituras”. En cierta forma, hizo al Espíritu Santo actuar a modo de preámbulo de Pentecostés. Les hizo ver la Verdad de forma similar a la forma en que el Apóstol Tomás vio que todo lo que le contaron era cierto. Pero ¿Necesitamos que nos abran los ojos para ver la Verdad? Sin duda que lo necesitamos. Por nosotros mismos no llegaremos lejos. El pecado original y nuestra naturaleza limitada, nos hace ser muy fácilmente engañables. Si la ayuda del Señor, las razones humanas son las que más pesan a la hora de discernir y juzgar. Rara vez anteponemos las razones que Dios nos ha mostrado.
Por otra parte, en el texto hay un mandato de gran importancia: “...comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados”. Cristo manda a sus Apóstoles a difundir el Evangelio por todo el mundo, empezando por la ciudad donde viven. ¿Cómo iban a predicar el Evangelio sin entender las Escrituras y todo lo vivido con el Señor? También debían esperar a que el Espíritu Santo bajara en plenitud sobre ellos. Todo tiene su tiempo. No debemos desesperar.
Así como cuando un ejército se dispone a atacar al enemigo, el general no permite salir a nadie hasta que todos estén armados, así Jesús no permite que sus Apóstoles salgan a pelear, hasta que sean armados con la venida del Espíritu Santo. Por esto añade: "Mas vosotros permaneced aquí, en la ciudad, hasta que seáis vestidos de la virtud de lo alto". (Crisóstomo hom. 1 in act)
Viendo todo esto, no viene mal que nos preguntemos sobre nuestra capacidad de evangelización. ¿Cómo discernimos la Verdad de los engaños del enemigo? ¿Cómo seremos capaces de juzgar lo esencial y lo secundario? ¿Cómo podremos ver la imagen de Dios en nuestro prójimo y no el reflejo de nuestros propios pecados? Necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para discernir y entender qué es lo que sucede a nuestro alrededor. La mentira sabe ocultarse maravillosamente. Se hace pasar por verdad, belleza y bondad, sin que nos lleguemos a dar cuenta. ¿Cómo darnos cuenta? La prueba proviene del siguiente trascendental: la unidad. La mentira, por muy bien que se disfrace, genera rencillas, dolor y separación. El enemigo sabe introducir mentiras, medias verdades e intereses humanos en todo lo que hacemos. Sabe que estos elementos terminarán por destrozar las obras que intentamos poner en pie.
- Yo soy la vid y vosotros las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5)
- Si Yahvé no edificare la casa, En vano trabajan los que la edifican (Sl 127, 0)
- Sólo Tus palabras dan vida eterna. (Jn 6, 68)
Tenemos que predicar en Nombre de Cristo, nunca en nuestro nombre personal. Hay miles y de métodos, modelos o estrategias de evangelización, pero quien hace que la semilla crezca es el Señor. Animémonos a evangelizar empezando por nuestro entorno más cercano. Siempre con humildad. Sólo debemos aspirar a ser sencillas y dóciles herramientas en manos de Cristo. Herramientas que lanzan la semilla por donde caminamos. La evangelización no es una actividad secundaria del cristiano. Es la actividad que nos da sentido y nos permite vivir unidos a la Voluntad de Dios cada minuto de nuestra vida. Pidamos discernimiento y sabiduría al Espíritu Santo. Ofrezcamos nuestra docilidad al Señor.