CRÓNICA DE LA CELEBRACIÓN EN HISPANIA MARTYR DE BARCELONA DE LA FESTIVIDAD LITÚRGICA DE LOS MÁRTIRES ESPAÑOLES SACRIFICADOS EN LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA DE LOS AÑOS 1934 a 1939
Tras la conferencia del Dr. Alsina, de la que hablábamos hace unas semanas, este le cedió la palabra al presidente de Hispania Martyr D. José Javier Echave-Sustaeta del Villar quien trató sobre la creciente actualidad del martirio en nuestros tiempos de apostasía social.
Comenzó preguntándose ¿qué festejamos en el día de hoy? si tenemos la certeza de que nuestros mártires están ya en Cielo, y que, aunque en el haya muchas moradas, sabemos que “el ejército de los mártires” que cantamos en el Te Deum, está con sus vestiduras blancas en la mejor de ellas, en primera fila ante el trono del Cordero, ¿qué más y mejor podemos desear para ellos?
Respondió diciendo que la fiesta de nuestros mártires no se hace para ellos, sino para nosotros, para que los veamos como ejemplo y solicitemos su intercesión, y para que, por la comunión de los santos, quienes anhelamos estar con ellos, les elevemos nuestras preces y súplicas para que las presenten ante el divino Cordero.
Continuó preguntándose ¿la persecución religiosa es cosa del pasado? como hoy se nos dice, pero que desmintió, pues la lucha del demonio contra Dios es permanente en la Historia, y ha de culminar en la “gran apostasía”: Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (Lucas 18:8). Dice San Juan Pablo II en “Veritatis Splendor” que “el mártir cristiano, signo de la santidad de la Iglesia, y de alguna manera inseparable de ella… contribuye con su testimonio a evitar la crisis de la confusión del bien y del mal en la sociedad y en la Iglesia”, fin de apremiante actualidad.
Algún impaciente, viendo el mal de nuestros tiempos, se quejará de la aparente inactividad de nuestros mártires en el Cielo, pero le desmiente Apocalipsis 6:9-11: Cuando el Cordero abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que dieron. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, Santo y Verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos, que también habían de ser muertos como ellos”.
¿Qué es el martirio cristiano?
Expuso el ponente como en los primeros siglos el martirio era tenido por “la Gracia de las gracias”, pues sabían que, por el dogma de participación en los méritos, y de la comunión de los santos, su gracia se extiende por el alma de los mártires a toda la comunidad, de ahí la veneración de sus reliquias.
Santa Catalina de Siena, mística medieval del Corazón de Jesús, escribía: La sangre que Cristo derramó en el Calvario fija su huella en el corazón del misterio cristiano. Y a esta liberación única, se une la sangre derramada por los mártires.
Siguiendo a San Juan Eudes expuso el ponente como los mártires pertenecen a Jesús de una manera propia y especial, y como la gracia del martirio es el mayor prodigio que Dios obra en los cristianos, y lo más grande y maravilloso que los cristianos pueden hacer por Dios es sufrir martirio por él. El beneficio más señalado que hace Jesucristo a quienes ama es hacerlos semejantes a él en su vida y en su muerte, y hacerles dignos de morir por él, como él murió por su Padre y por ellos. Así donde aparece mejor el poder maravilloso de su amor es en los santos mártires, los más admirables de todos los santos delante de Dios.
Son los santos de Jesús, como Él mismo los llama por medio de la Iglesia: Sancti mei; porque si todos los santos pertenecen a Jesús, los mártires, llamados a la cena de bodas del Cordero, y que lavan sus vestidos en su sangre, le pertenecen de manera propia y especial, porque vivieron y murieron por él. Por eso les profesa un amor singular y extraordinario [San Juan Eudes].
La permanente actualidad del misterio martirial se proclama en “Lumen Gentium” núm. 8 del Concilio Vaticano II:
«Los mártires son la gran luz que refleja Aquel hacia quien la Iglesia va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf. 1 Co 11,26) con paciencia y caridad de sus propias aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, para revelar al mundo fielmente el misterio de Cristo en el camino de la historia, con frecuencia oscuro para la Iglesia, hasta que al fin de los tiempos se manifieste en todo su esplendor».
Y en su núm. 42 nos recuerda que: «siempre algunos cristianos…seguirán siendo llamados a dar el supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores».
«El martirio no es un episodio esporádico y extraordinario, sino una realidad presente y normal en la vida de la Iglesia, es la brújula que rige la nave de Cristo en la Historia».
El cardenal Ángelo Amato, siendo Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos en su conferencia de Zaragoza el 3 de mayo de 2012, afirmó:
«La glorificación del martirio manifiesta no sólo la verdad de Cristo, sino también la fidelidad de su Iglesia, y con ella la conciencia, tan presente en la primitiva Iglesia, de que ser cristiano implica la posibilidad real de participar de manera física en la pasión de Cristo, pues el martirio no es un episodio esporádico y extraordinario, sino una realidad presente y normal en la vida de la Iglesia. Es la brújula que rige la nave de Cristo en la Historia».
Monseñor Amato recordó como en los años 30 esta conciencia estaba viva en la Iglesia en España, y cómo en sesión de la Congregación de las Causas de los Santos, tratando del martirio de Juan Huguet, un joven sacerdote menorquín, ordenado en Barcelona por el mártir Dr. Irurita el 6 de junio de 1936, fue asesinado en Ferrerías al cabo de un mes y medio, el 23 de julio siguiente, por el brigada del ejército Pedro Marqués al mando de sus milicianos que arrestó al joven sacerdote y a otros cuatro compañeros, ordenándoles en tono imperativo: ¡Quitaos esa nauseabunda sotana! Y después, viendo que Juan Huguet llevaba bajo ella un crucifijo metálico, se lo arrancó violentamente, y apuntándole con la pistola, le espetó: ¡o escupes sobre él o te mato! El joven sacerdote con su cabeza hizo una señal negativa. Alzó los ojos a lo alto, puso los brazos en cruz y con voz fuerte y segura exclamo: «¡Viva Cristo Rey!». Marqués le disparó en la cabeza, y después el tiro de gracia.
Siguió diciendo el Cardenal:
«Con respecto a la fortaleza de ánimo de este joven sacerdote yo mismo pedí al relator de la causa una explicación sobre esta extraordinaria disposición al martirio del joven sacerdote Juan Huguet. La respuesta fue que, en aquel periodo de violencia y propaganda anticatólica, en los seminarios había una auténtica pedagogía martirial que preparaba a los seminaristas a la eventualidad concreta del ofrecimiento total de la vida por Jesucristo y por su Iglesia».