La libertad de conciencia es uno de los grandes bienes que ha aportado el cristianismo al mundo. La conciencia es el sagrario del hombre donde resuena la voz de Dios y él discierne y decide qué debe hacer y qué debe evitar. Nadie está sobre la conciencia, solo Dios. 
Se ha vulnerado esta libertad muchas veces en nombre de Dios, de la religión (incluida la Iglesia), del bien común, de la ideología, de la Patria, etc. En una sociedad de Derechos Fundamentales se supone que esta libertad debería estar ya totalmente fundamentada. 
Esta libertad implica formar bien la conciencia para vencer cualquier obstáculo que pueda dificultar conocer y adherirse al bien evitando el mal. Pero en última instancia es la persona la que decide, podemos formar las conciencias pero no sustituirlas. 
En ámbitos morales, han de respetarse siempre los límites: nunca vulnerar los derechos ni las libertades de los demás ni atentar contra ellos directa o indirectamente. La libertad de conciencia implica la libertad de expresión siempre que no se falte al respeto debido. 
La libertad de conciencia debe defenderse en todos los ámbitos de la vida y en todas las relaciones: familiares, educativas, de amistad, laborales, eclesiales. (Los consagrados debemos obediencia a nuestro superior, pero él no puede ordenarnos actuar contra nuestra conciencia). 
La agresión directa o indirecta contra esta libertad es un signo totalitario que coarta la libertad de acción, o de expresión, o incluso de pensamiento, tratando de imponer más o menos veladamente una dictadura y/o un pensamiento único, a nivel local o global. 
Cualquier presión ejercida a través de opiniones públicas, medios de comunicación, normas ilegítimas o absurdas sin fundamento ni consenso, censuras, insultos, amenazas, riesgo de pérdida de trabajo, credibilidad u honor, constituye una violación grave de esta libertad. 
Esto vale para los que no comulgamos con la ideología de género, la agenda global, la vacunación obligatoria, el pase Covid, el aborto, la eutanasia, la "educación" sexual escolar, la supresión de libertades y cualesquiera otras formas de invasión de la conciencia individual. 
Cualquier actuación orientada a coartar o cercenar la libertad de conciencia, de información, de expresión y de pensamiento ha de considerarse un delito grave de violación de los derechos humanos, una acción totalitaria, un crimen contra un derecho fundamental. 
Atención, pues, ya que los criminales son los que no respetan está libertad, y no los que expresan su opinión en contra de la mayoría o del pensamiento único, no los que reclaman libertad de información, no los que piden libertad de conciencia ante medidas totalitarias. 
Tú puedes estar de acuerdo con determinada medida, pero pretender imponerla o que te parezca bien imponerla forzando la conciencia del otro o presionándola mediante coacción o limitación de sus derechos es un acto criminal. Tienes libertad de desacuerdo, pero no de imposición. 
En todas estas cuestiones nos estamos jugando la libertad, nuestra libertad ante los Estados y las organizaciones globalistas, que puede que mañana decidan algo que va contra tu conciencia aunque hoy no lo hagan. Defender el derecho a discrepar es defender tu propia libertad. 
No dejemos que el miedo nos haga actuar de un modo totalitario, ni nos permita desdibujar los límites de la libertad de conciencia, porque si no, a través del miedo, los poderosos, que no buscan nuestro bien, nos quitarán no ya la libertad, sino los bienes e incluso la vida.