Tenía yo una tía a la que quería y admiraba mucho. Se llamaba Totora Fernández-España, una gran escritora. Le encantaba mezclar gente, lo consideraba muy enriquecedor para todos y esto era algo que yo admiraba mucho. El resultado era que cuando te invitaba a su casa, nunca sabías con quién te podrías encontrar a tu derecha oa tu izquierda, pero lo que sí sabías era que fuera quien fuera seguro que algo aprendías.
Pues bien, mucho aprendí yo de mi tía Totora, y así se me ocurrió invitar a merendar a mi casa a dos personajes tan antagónicos como José y Herodes. Y, contra todo pronóstico, ambos aceptaron mi invitación. José me dijo que vendría solo pues María había ido unos días a visitar a su prima Isabel. Sonó el timbre y mi esposo fue a abrir la puerta, era José que llegaba puntual. Yo nunca había estado con él en persona, aunque había oído hablar mucho de él, y la verdad es que me sorprendió enormemente. Tenía una puerta que no había visto jamás, era un hombre alto, delgado, fuerte, guapo, con una mirada serena que penetraba hasta lo más profundo del corazón. Su sonrisa era como un bálsamo que sanaba heridas, su paso acompañado y sus palabras, aunque escasas, alimentaban el alma. Entonces dijo en tono solemne: “ Shalom aleijem ” (la paz sea con vosotros), a lo que respondimos; “ aleijem shalom ”. Acto seguido, José dio un paso adelante y me entregó un regalo con tal delicadeza que no me atreví casi ni a mirarlo. Saludó a mi esposo ya mis hijos, se disculpó por la ausencia de su esposa y tomó asiento con una majestuosidad que ninguno de nosotros nos atrevíamos a romper con nuestros torpes gestos y palabras.
Y entonces llegó Herodes, seguido por un séquito de soldados que golpeóon la puerta con tal brutalidad que parecía que la iban a echar abajo. Cuando mi esposo se acercó para recibirle, Herodes dijo; “ Salve. Debo regresar a Palacio a la mayor brevedad para resolver unos asuntos muy urgentes. Pero antes que le den algo de beber a mis hombres que están sedientos ”. Yo me quedé horrorizada, sus hombres eran brutos, sin modales y no cabían en mi pequeña cocina donde había dejado la merienda preparada con tanto amor. Entraron todos como elefantes en una cacharrería y en dos segundos ya no quedaba nada para ofrecer a mis invitados.
Entonces mi esposo dijo; “ José, te presente al gran rey Herodes; Herodes, te presento al gran patriarca José ”. José hizo una inclinación delicada pero majestuosa y Herodes se limitó a lanzar una mirada despectiva mostrando su desagrado por ser recibido junto a un pobre carpintero y, en un tono frío, dijo: “ He venido a esta casa porque como rey de los judíos exijo que se me proporciona toda la información habitada sobre la venida del Mesías anunciada por los profetas. Me han informado que hay un traidor muy peligroso entre nosotros, uno que se hace llamar el mesías y que representa una gran amenaza para el César, por lo que debemos acabar con él lo antes posible. Si sabéis algo debéis reportarlo inmediatamente antes de que sea tarde y el peligro amenace la seguridad del imperio ”. Como no se había sentado, no tuvo ni que levantarse. Hizo un gesto mostrando su repugnancia ante lo que había encontrado en mi humilde morada y se dirigió a la puerta por la que había entrado. Creo que ni se despidió. Ni qué decir de cómo dejaron la cocina esos hombres rudos que llevaban de escolta.
Tras un largo silencio, José habló y dijo; “ Al Señor de los ejércitos, a Él debéis reverenciar, Él sea vuestro temor. Él será un santuario, pero piedra de tropiezo, y roca de escándalo para las dos casas de Israel. Pues toda bota militar que taconea con estrépito, y todo manto restregado en sangre, están destinados a arder, a ser pasto del fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros está el imperio, y lleva por nombre: Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz ” (Is 8,13-14.9,4-5), y entonces una gran luz ilumina nuestro hogar, todos nos llenamos de gozo y de esperanza. José se despidió de nosotros con una mirada profunda y una sonrisa tan amable y amorosa que llenaba de júbilo hasta lo más recóndito de nuestros corazones. Nos bendijo y nos dijo; “ Venid a adorar al niño cuando nazca, María y yo estaremos esperando ”.
Me acordé de los nicolaítas, esos de los que nos habla el libro del Apocalipsis, esos que celebran la Navidad degustando comidas suntuosas, hablando de temas frívolos e insustanciales en las reuniones familiares, criticando, opinando y juzgando todo ya todos. Eso sí, con un Belén un juego con la decoración de la casa, lleno de fastuosos regalos para todos menos para el Niño recién nacido. Entonces abrí el regalo de José. Era un pequeño cofre con una pequeña nota que decía; “ Jesús viene a salvarte, solo te pide que le entregues tus pecados para poder redimirlos ”. Y me dije: “ estas Navidades no quiero vivirlas como los Nicolaítas. En mi casa, mi familia y yo adoraremos solo al Niño Dios ”.
Beatriz Ozores
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