Para la fe de los cristianos, la Navidad debería ser uno de los periodos más importantes del año. Para ello es necesario ir más allá de los aspectos racionales que puedan poner en cuestión aspectos secundarios, como puede ser la fecha del nacimiento del Señor. Lo menos importante es la fecha, sino que Emmanuel significa "Dios con nosotros" y que Su Presencia no ha cesado. ¿Qué es lo que Dios busca haciéndose presente entre nosotros? Creo que todos podemos estar de acuerdo en que desea mostrarnos la omnipresencia de su Voluntad y el compromiso con todos y cada uno de nosotros. En esta vida hay más que lo aparente y lo socio-cultural. Para ello, Dios llega incluso a entregar su vida por nosotros. Sí muere para ofrecernos redimir nuestra naturaleza caída. Tristemente, todo esto ha sido casi olvidado en la actualidad. Lo que impera son los aspectos comerciales, racionalistas y lo festivo cultural-emotivista. No nos importa que Dios naciera como un ser humano, porque el sentido de lo humano y lo divino no tiene espacio en nuestra estresante y controlada vida. Nos emocionan los mundiales de futbol, las peleas políticas y las series que ponen en las plataformas de streaming de moda. Pero ¿Qué espacio tiene Dios en nuestra vida?
No nos importa que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, pero ansiamos parecernos a tantas figuras aparentes que se venden los medios digitales. Ansiamos que nos sigan millones de "entes sociales" que aparentemente viven en las redes sociales digitales. Hace unos años el Cardenal Tomas Spidlik habló en una entrevista sobre cómo el racionalismo y el irracionalismo, ocultan lo que es realmente sustancial para nosotros: la trascendencia.
En Occidente la mentalidad técnica ha llevado al racionalismo y, como reacción, ha aparecido lo contrario: la espiritualidad irracional. Al final el Papa (Benedicto XVI) ha tenido que escribir una encíclica sobre el uso sano de la razón. La espiritualidad del corazón debe ser un remedio, una medicina contra ese racionalismo que lleva al irracionalismo. He tenido que luchar mucho sobre la noción de corazón, sobre la plegaria del corazón. Al principio, esta noción encontró algunas dificultades en estos hombres racionales. Pero ahora se acepta, y dentro de poco hasta la Librería Editora Vaticana publicará la traducción del francés de un libro mío sobre la oración del corazón. (Card. Tomás Spidlík. Entrevista)
Deberíamos preguntarnos cómo vivir la Navidad en este siglo XXI. La pregunta no es sencilla porque conlleva negarnos a nosotros mismos para dejar espacio a Dios. No es sencilla porque seguir a Cristo tiene un sentido que va más allá de lo socio-cultural:
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir tras de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá, y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. (Mt 16, 24-25)
¿Cómo vivir la Navidad entonces? Empecemos por negarnos a nosotros mismos y aceptemos humildemente lo limitados que somos. Deberíamos vivir la Navidad con humildad y desde el corazón, como indicó el Card Spidlik en una entrevista muy certera. ¿Corazón? ¿Esto quiere decir emotivismo insustancial? Nada de eso. Comprendamos que hablar del corazón va más allá de lo que el emotivismo romántico nos guió desde del siglo XVIII a principios del XX. Emotivismo que todavía sigue presente en muchos aspectos de la cultura cristiana que nos han enseñado. El corazón es el símbolo que señala la unidad de nuestro ser. Ser que se debería arrodillar plena y humildemente ante Dios nacido y ofrecerle los tres dones que los Sabios de Oriente trajeron: Oro, incienso y mirra. El oro, que representa la realeza, el incienso, la adoración y la mirra, la muerte a todos nos espera. Podemos ver también en el oro la conocimiento, en el incienso la espiritualidad y en mirra la humildad. ¿Ofrecemos a Dios todo esto?
Al arrodillados ante un sencillo pesebre, nos damos cuenta de la inmensa actualidad este sencillo nacimiento y trascendente nacimiento. Nacimiento que, hoy en día también puede hacerse realidad en nuestro interior. Cristo llama a la puerta de nuestro ser (Ap 3, 20) y espera que le abramos. ¿Le hacemos caso? ¿Nos damos cuenta de ello? ¿Tememos abrirle? Tal como indica el Apocalipsis, al que abra, lleno de humildad, el Señor le concede un inmenso regalo: sentarse junto a Él en el trono de Cristo. Cristo es el Logos de Dios, su trono es volver a la imagen y semejanza de Dios. Volver al Paraíso. Paraíso que abandonamos cuando quisimos ser como Dios. Es triste que sigamos creyéndonos iguales o superiores a Dios.
Aunque la Iglesia actual se afana en evangelizar a niños y jóvenes, Cristo nació por todos. La edad es lo menos importante. Pensemos, por ejemplo, en las personas ancianas que tanto necesitan de la presencia de Dios en los días que todavía les quedan. La presencia de Dios que da frutos de esperanza. Esperanza que es un don que cobra más importancia según pasan los años de vida. Cada día que pasa, las esperanza es un poco más importante para nosotros. La esperanza necesita ser alimentada como podemos entender de la Parábola de las Doncellas prudentes. ¿Tenemos aceite para esperar a Cristo? ¿Cómo tener el aceite que permite tener encendida la lámpara de la Esperanza? Bebamos diariamente el "Agua Viva" que nos permite nacer de nuevo:
Respondió Jesús y le dijo: Todo el que beba de este agua volverá a tener sed, pero el que beba del Agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna (Jn 4, 13-14).
Recordemos también lo que el Señor dijo a Nicodemo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios. (Jn 3,3) y también le dijo: No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu (Jn 3,7-8). Porque Dios no está ni en el terremoto, ni en la tormenta, sino en suave brisa que llena nuestro ser de esperanza (1Re 19, 3-15).
¿Y qué es el Agua Viva? ¿Qué movió a los Sabios de Oriente para dejar todo y salir en busca de Dios? Les hizo falta abrir la puerta de su entendimiento para que la Gracia de Dios les moviera. Los Sabios de Oriente, que no eran precisamente niños o jóvenes, son un estupendo símbolo para comprender todo esto. Dios les llamó y ellos, dejando todo, acudieron a su llamada llenos de conocimiento, espiritualidad y esperanza. Dones que ofrecieron a Dios nacido entre nosotros. Este es el Misterio que hoy parece que hemos olvidado: debemos emprender el camino que señalan las pisadas del Señor. Hoy en día muchas personas adultas se alejan de la Iglesia. Tal vez podemos pensar que una de las razones de ello es el inmenso olvido que han recibido durante décadas. Cuando dejan de ser jóvenes, parece que ya no importan.
Así que queda claro: sigamos la Estrella de Belén, la Estrella que debería brillar en nuestro ser-corazón. Corazón que es templo del Espíritu Santo. Templo donde debe habitar el Señor para que cada uno de nosotros sea, también, una estrella que guíe a quienes quieran llegar a Cristo. ¿No es esto fundamental para evangelizar? Una estrella que no seleccione su brillo por carismas personales, socio-culturales o edad. Ya estamos muy cerca de la Navidad, no perdamos el sentido profundo y trascendente de este evento sin igual. Cristo llama a nuestra puerta otro año.