Le debo este post al lector que, bajo el pseudónimo de Flemming, ha expresado de una manera genial lo que muchos piensan, aunque pocos digan, con las siguientes palabras:
“Ya estamos un poco hartos de echarle las culpas de todo a los "progres" como si todo se arreglara con ponerse una sotana o celebrar la misa en latín”
Aquí, como San Pablo, me voy a poner a sacar mis credenciales de “fariseo”, por si alguno cae en la simpleza de pensar que este post es una diatriba en contra de las sotanas y las misas en latín.
“Yo soy judío, nacido en tarso de Cilicia, pero criado en esta ciudad (Jerusalén); fui educado a los pies de Gamaliel, me eduqué en todo el rigor de la ley de nuestros padres y tenía tanto fervor religioso como vosotros ahora” (Hech 22, 3).
Como “confesaba” en un post anterior, las misas en latín me resultan fascinantes, y sobre la sotana y el traje talar, me formé en unos grupos en lo que se mira con sospecha a quien no lleva clergyman, por lo que nada más natural a mi formación y sensibilidad eclesial que un cura vestido como tal.
Aclarado lo anterior, vamos al tema. Normalmente se achaca la galopante secularización de la sociedad y el preocupante envejecimiento de la Iglesia y de sus fieles, a dos factores: la falta de obediencia, y la falta de fidelidad a la tradición.
Así, resulta que los curas desobedientes y rebeldillos, las guitarras y la “protestantización”, sumados a lo mal que está el mundo, a la pérdida de las tradiciones “de toda la vida” y a ese misterioso designio de Dios que nos está purgando reduciendo nuestros números, explican el por qué de los males que nos afligen.
Desde esta perspectiva, los que se han mantenido fieles y obedientes, estarían libres de estos males endémicos, tendrían vocaciones, florecerían en fieles, en formación y en compromiso de vida cristiana.
No quiero negar el papel de la secularización dentro de la propia Iglesia como factor para la crisis actual. Lo que me resulta cansino, es escuchar una y otra vez un análisis, que si bien tiene elementos de razón, carece del más mínimo sentido de autocrítica y está cargado del fariseísmo de pretender que unos son los buenos, fieles y obedientes, y otros son los díscolos que lo han echado todo a perder.
Mucho me temo que se puede ser ortodoxo, fiel y obediente a Roma, y aún así, permítanme la vulgaridad, no comerse un colín en lo que se refiere a evangelizar y ver conversiones, que al fin y al cabo es de lo que se trata este “negocio “en el que andamos todos metidos por encargo divino, por aquello del “id por todo el mundo y predicad el Evangelio” (Mc 16,15)
Y cuando una Iglesia que doctrinalmente es fiel y segura, y encima obedece y es moralmente irreprochable (o por lo menos así se ve a sí misma), contempla día tras día cómo se le escapan de las manos, a millares, las ovejas a las que tiene que cuidar, el más mínimo de sentido común la tendría que llevar a la autocrítica.
La panacea y el remedio a todos los males, para algunos, será el volver a la más genuina y polvorienta tradición. Frente a la secularización, más pancatolicismo, más sotanas, más latín. Una iglesia que se siente atacada por el mundo, reacciona haciendo de sus señas de identidad banderas y hasta armas arrojadizas.
Pero no nos engañemos, ayer en la misa, la oración del Kyrie Eleison metía el dedo en la llaga: “porque nos apartamos de tus mandamientos, aferrándonos a las tradiciones humanas, perdónanos Señor”
Sin ánimo de ser pesimista, los movimientos tuvieron un empuje extraordinario tras el Concilio, pero a día de hoy muchos presentan síntomas de agotamiento y desconexión con la realidad circundante. El grupo en donde yo me convertí, hace un porrón de años, sigue haciendo lo mismo, con la misma gente, o con los hijos de esa misma gente…y es bueno, y es una gente excepcional a la que quiero como familia mía que es…pero la cuestión es si evangeliza, si está llegando a los de fuera.
Si el fruto de tanta vida cristiana es la España en la que vivimos hoy, tendríamos que plantearnos, entonces, qué cristianismo vivimos que ha generado una sociedad cuya catadura moral y política está en claro declive y en la que la Iglesia se ha vuelto irrelevante para la juventud de hoy.
Personalmente no me contento con pensar que los males están fuera (el mundo, la sociedad, la modernidad, la postmodernidad) y que la pérdida de relevancia es por la infidelidad de los de dentro.
La Iglesia tiene un depósito de fe verdadero, e inmutable; la solución a nuestros problemas no puede ser cambiar la doctrina, ni conformarse al mundo y a sus esquemas.
La Iglesia tiene un patrimonio humano formidable, de pecadores y santos, que se entregan, que oran y sirven a los demás, por encima de etiquetas de progres y carcas; el problema no puede ser sólo la fidelidad y la obediencia.
Dejo la cuestión abierta, esperando de los lectores sus aportaciones al análisis del problema.