Nos dice Wikipedia que “En psicopatología, se define el delirio como una creencia que se vive con una profunda convicción a pesar de que la evidencia demuestra lo contrario”. Un ejemplo de delirio podría ser tener la convicción de que una persona te está espiando y mandando mensajes personales a través de la radio o la televisión. Una vez tuve que acompañar un caso así. La evidencia nos demuestra que no es verdad que haya una persona interfiriendo en cada canal, en cada sintonía de radio, para mandar mensajes personalizados a una persona que está convencida de ello. Pero la persona no lo ve, por más que se lo expliques. Hasta se enfada de que se lo niegues. Mira a los demás desesperada, porque piensa que no comprenden lo que está sufriendo. Y acaba descalificándote porque tú no aceptas su convicción.
El delirio puede ser compartido. Es lo que se llama “la folie à deux”, “à famille”, o incluso “à plusieurs”, cuando la comparte mucha gente. Se trata de algo muy extraño a nivel psicológico, y difícil de explicar. No se sabe muy bien cuál es la causa. En el caso que nos interesa, la interesante es “la folie impossée”, que es cuando un miembro dominante crea una idea delirante y acaba imponiéndosela a las personas de su entorno. Ese es el delirio trans.
Aquí no me refiero a las personas trans. Estas personas sufren mucho, tienen un sentimiento de inadecuación y debe ser acompañadas con respeto y delicadeza. Me refiero a la ideología de género, que ha impuesto un delirio a toda la sociedad. Una profunda convicción que va contra la evidencia. La idea de que existen más de dos sexos. De que hay un amplio espectro de variedades que van del hombre a la mujer, y que las personas se distribuyen a lo largo de él en cantidades iguales. Confunde adrede los conceptos de “sexo” y “género”, va de uno a otro como si fueran lo mismo, y crea la imagen ilusoria de que el sexo fluye.
¿Contra qué evidencia va este delirio? Contra la evidencia de que uno es u hombre o mujer. No hay mujombres ni hombrujeres. En seguida saltará alguno que hablará de los intersexuales o hermafroditas pensando que ha descubierto el mediterráneo. El 0,003% de la población tiene dificultades de este tipo, y son precisamente dificultades porque suponen una excepción dolorosa y complicada que les crea un problema de identidad, precisamente porque no saben si son hombres o mujeres, no porque constituyan un tercer sexo. Además, de entre estos casos muchos son casos de mujeres que tienen el síndrome de Turner o de hombres que tienen el síndrome de Klinefelter; pero son hombres y mujeres con una afección, no seres a medio camino entre uno u otro. No hay espermóvulos ni ovulozoides. Y no hay caso intersexual que pueda mostrar lo contrario.
Uno es u hombre o mujer, con sus correspondientes gametos transmisibles, y su genoma XX o XY. Igual que si un hombre naciese con seis dedos no diríamos que los hombres son seres que pueden tener cinco o seis dedos en la mano, sino que afirmaríamos que el caso del hombre de seis dedos es un caso aislado y que no se ajusta al patrón normal de la biología, y buscaríamos una causa de esa situación que respondería a algo inusual e infrecuente que no sigue la norma biológica natural. También hoy si alguien nace con un problema de identidad sexual sabemos que es por algún tipo de fallo en la transmisión normal de la vida, y no como un tercer sexo tan frecuente y normal como los demás. Hay un 99,997% de personas que son hombres o mujeres.
No hay tal cosa como un cambio fluido entre hombre y mujer, no hay un tercer sexo, ni mucho menos 127. Ojo, que podría haberlos. En la naturaleza hay dos sexos, pero podría haber habido uno (como en los seres que se reproducen asexuadamente) o tres, o diez. Pero no los hay. Solo hay dos. Macho y hembra, hombre y mujer.
El delirio trans que se ha impuesto desde las altas esferas no mira a las evidencias científicas, sino a los deseos o autopercepciones individuales, según las cuales cualquier persona puede ser cualquier cosa al margen de su cuerpo. No se mira la inadecuación entre el cuerpo y la sensación interna como una inadecuación, sino como una opción. Una opción que no solo se normaliza, sino que se fomenta, como vemos en las leyes y en la educación. Es un delirio porque niega la evidencia. Y además tiene cosas detrás. Por un lado, la exaltación del individualismo narcisista que ha creado la ilusión de que “tú puedes ser lo que quieras”, cosa a todas luces estúpida. Por otro lado, la industria médica y farmacéutica, que llena sus arcas a costa de terapias, hormonas y operaciones de reasignación de sexo. Y, por otro lado, los misteriosos lobbies globalistas que buscan la dilución de la identidad y mantiene su obsesión por que dejen de nacer niños.
Este delirio impuesto desde los lobbies, la ONU, la OMS y las ONG LGTBQ+ friendly, niega una evidencia, y a través de los medios de comunicación de masas invade la mente de nuestra sociedad líquida, que acepta como un dogma indiscutible la fluidez del sexo. Y cuidado con discrepar. Serás acusado de todo tipo de delitos, clasificado con toda clase de etiquetas e insultado con toda clase de palabrotas inventadas, porque estás negando el delirio. Y si lo haces, todo el chiringuito se viene abajo. Y así nos encontramos con el tragacionismo de médicos, profesores, psicólogos y padres que en cinco años han asumido como una verdad dogmática que el sexo, el género, la orientación sexual, los roles de género, etc., son cosas que no tienen un contenido objetivo y además dado por naturaleza, y no libremente elegido. Han existido desde hace 6.7 millones de años, pero ahora ya no. Ahora resulta que la biología y la antropología son sexistas y opresoras. Y nadie dice nada.
Bueno, nadie no. Yo sí. Y mucha gente también. Somos los apestados de la sociedad, los que no aceptamos el delirio, los que vemos que el Rey va desnudo. Y señalamos lo evidente. La solución a la crisis de identidad generada por la crisis de la paternidad, por la presión de los lobbies, por las heridas emocionales y por el hedonismo pansexualista no se soluciona diciendo que todo es normal. Se soluciona señalando que hay una crisis de paternidad, y que el hombre debe volver a ser hombre; señalando que hay una presión interesada de lobbies de la que hay que liberarse; señalando que hay heridas emocionales que necesitamos sanar; y señalando que el fin último de la persona no es el placer sexual. No es tan difícil.
Así que os invito a todos a no ceder a este delirio. A señalar lo evidente. A movernos para que nuestros colegios sean lugares donde se enseñen las verdades, y no las ideologías. A ayudar a nuestros hijos a sanar sus heridas y a desarrollar una identidad adecuada y firme. A no dejar de denunciar a todos los grupos interesados que están comiendo la cabeza de la gente. A que no nos sintamos raros por decir las cosas como son. No tenemos que pedir perdón por ello. Solo tenemos que hacer ver a la gente que está equivocada. Que su opinión es incorrecta y no tiene más fundamentos que la ideología. Y es así. El diálogo no es llegar a un punto medio entre tu opinión y la mía, sino un método para que juntos alcancemos la verdad. Y cuando se niega una evidencia, no hay verdad, hay delirio. Y del delirio se debe despertar antes de poder alcanzar la evidencia.