AL SEXTO PISO
La santidad no es un privilegio para algunos,
sino una obligación para todos, para usted y para mí.
- Santa Teresa de Calcuta-
Muchas veces nos refugiamos en la historia para ponernos en contacto con hombres ejemplares, sin darnos cuenta que, a diario, nos cruzamos con personas así andando por la calle con toda naturalidad.
En una ocasión, poco antes de su muerte, don Bosco tuvo que ir a París para pasar allí tres semanas. Pidió alojamiento en la casa parroquial de una importante iglesia del centro de la ciudad. Lo enviaron a una buhardilla del sexto piso.
Al morir, poco tiempo después, y abrirse el proceso de canonización, se hizo compadecer a quienes habían tenido algún contacto con él en vida. Y el sacerdote de París que lo había alojado dio esta respuesta: Si hubiera sabido que se trataba de un santo, no lo habría enviado al sexto piso.
¿No nos ocurre lo mismo a nosotros? ¿Cuántas veces enviamos a la buhardilla a gente ejemplar que vive con nosotros porque, exteriormente, en nada se distinguen de los que no lo son?
Estas personas no llevan etiquetas; visten como los demás, viven como los demás, aciertan como los demás y se equivocan como los demás. Porque la santidad, como la alegría, es algo que se lleva por dentro.
Externamente son como todos, pero su interior está vivo y apostólico porque hacen oración, se mortifican y se preocupan por el prójimo. Y están ahí, en la calle, aunque quizás no los vemos.
Y van en el metro, en el autobús, en los coches, andando, mostrándonos con su ejemplo que viven la pedagogía evangélica del hacer y después enseñar. Personas de carne y hueso, contemporáneos nuestros humanos y comprensivos, con esa humanidad y comprensión que solo se adquiere para los demás cuando se lucha contra las propias debilidades.
Porque somos tan limitados y débiles, necesitamos ver con nuestros ojos cómo hay que andar, cómo hay que caminar, cómo hay que marchar por la vida. Necesitamos personas que vayan por delante de nosotros mostrándonos la senda.
Necesitamos que no se paren, que nos empujen, que nos despierten, que abran la marcha mostrándonos la luz, que nos enseñen a amar como Dios entiende el amor, que de amores egoístas entendemos todos.
Y el caso es que los tenemos ahí: cruzando el semáforo, haciendo cola en el supermercado, buscando soluciones a sus problemas profesionales, familiares, sociales... pero son de carne y hueso y nosotros buscamos modelos en las hornacinas o en la historia.
Es una pena ser tan cegatos, por eso habría que pedirle a Dios que nos ilumine para que cuando él nos ponga una persona ejemplar a nuestro alcance, no la mandemos al sexto piso.