¿Es posible tener criterios éticos objetivos? SI.
Quizá la gran cuestión de nuestra época es aclararse sobre si existen criterios éticos objetivos, no definidos por cada uno arbitrariamente; o si, por el contrario, es la libre autonomía de cada cual la que crea sin restricción alguna la definición de lo valioso. La primera opción es la del realismo ético, la propia de la tradición humanista occidental desde Aristóteles; la segunda la del constructivismo por el que se inclina una gran parte del pensamiento contemporáneo, quizá la más influyente hoy. De ser correcta la primera tesis podría asentarse en bases sólidas la moral y con ella una sociedad humanista y el compromiso firme con los derechos humanos; de ser cierta la segunda, todo dependerá en último término de la voluntad de cada cual y del poder o la fuerza y de quien los ostente o posea.
A tratar esta apasionante cuestión dedica Carlos Massini-Correas su clarificadora obra “Alternativas a la ética contemporánea. Constructivismo y realismo ético”, Ed. Rialp, 2019, 214 págs. El autor argentino es doctor en ciencias jurídicas y en filosofía y ha ocupado en varias universidades las cátedras de filosofía del derecho y de ética y bioética. Basta este somero esbozo curricular para comprender que está perfectamente preparado para afrontar en profundidad esta gran cuestión decisiva para nuestra época: ¿hay criterios realistas y externos a la libre voluntad de cada uno para identificar el bien que merece ser hecho y que sirven para medir la justicia o injusticia de nuestros actos como ha sostenido la tradición humanista clásica y la cristiana; o solo es posible un cierto consenso incierto y variable basado en subjetivas apreciaciones no homologables para fundar el propio proyecto de vida y la configuración de la sociedad, como sostienen autores contemporáneos desde Hume y Kant a John Rawls?
Massini afirma –y muestra argumentativamente- que la tradición realista es muy sólida intelectualmente y se corresponde con la intuición espontánea y la experiencia de la mayor parte de nosotros; mientras que el constructivismo contemporáneo carece de esa solidez y se basa en un escepticismo y desconfianza en la razón no justificados e imposibles de seguir en la vida real.
El libro se estructura en dos grandes partes. La primera (págs. 41 a 100) se dedica al constructivismo resaltando que esta forma de pensar se basa en la afirmación de que respecto a la conducta humana los contenidos valorativos o normativos no proceden de la experiencia ni del conocimiento de la realidad humana, sino que son una mera construcción racional aunque ésta no sea absolutamente arbitraria pues deriva su validez del procedimiento decidido para definirla. El autor estudia las dos grandes tradiciones constructivistas hoy vivas: la kantiana y la humeana, la primera más racionalista y la segunda basada en los deseos del sujeto; y concluye: “desde esta perspectiva, la razón funciona solo de modo instrumental al servicio de los propósitos, deseos o actitudes fácticas del sujeto actuante, que por definición son contingentes, múltiples y variables, y en especial, no tienen en cuanto tales ninguna referencia deóntica o axiótica. (…) este relativismo significa la eliminación de la ética…” (pág. 93).
En definitiva, las teorías constructivistas –más allá de las buenas intenciones de sus autores- acaban siempre en la práctica en un relativismo moral más o menos absoluto según demuestra la historia contemporánea.
La segunda parte (págs. 101 a 160) explica el realismo ético, que inicia Aristóteles, alcanza gran madurez con Santo Tomás de Aquino y hoy es defendido por autores modernos que lo han rehabilitado como Millán-Puelles, McIntery, Rhonheimer, Finnis o Abbá; y que se expresa –por muchos- como ética de las virtudes. El realismo ético coincide con la ética natural instintiva de casi todo el mundo y con el lenguaje habitual que nos permite hablar de bueno y malo, mejor y peor, sin grandes complicaciones y con seguridad razonable. “La realista es la ética del sentido común” (pág. 161). Para el realismo, las proposiciones éticas tienen un referente en la realidad que nuestra inteligencia práctica puede conocer al observar la interacción entre nuestra libertad y los bienes humanos identificables a partir de las tendencias de la naturaleza humana. No es una ética de leyes abstractas y universales, sino de bienes prácticos que se nos presentan como deberes morales de hacer el bien y evitar el mal en la práctica ayudando a construir vidas virtuosas en libertad.
El Libro concluye con un apéndice (págs. 179 a 214) dedicado al análisis de la obra de Elizabeth Anscombe, la gran filósofa británica, católica, fallecida en 2013, que fue pionera en el mundo académico anglosajón en la superación del constructivismo humeano y en la moderna apuesta por una ética realista. Massini expresa su admiración y aprecio por esta autora, sin ocultar sus limitaciones analíticas, propias de cualquiera que inicia un camino poco trillado en su ambiente intelectual.
Libro absolutamente recomendable, para tener en la biblioteca y repasar de vez en cuando.
Benigno Blanco