Se acerca la fiesta de fin de año y muchos se preparan para recibir esta fiesta, siguiendo ciertas tradiciones que se han convertido en superstición. Por otro lado, otros creen cualquier ritual que les dicen o ven, pensando que con eso van a tener suerte y el año nuevo que entra les llegará lleno de salud y dinero. De esa forma, ponen su fe en la suerte, la adivinación, los conjuros, pero no en el verdadero Dios y en su Divina Providencia.
El peligro de las Supersticiones:
El peligro de estas prácticas es que nos lleva al olvido de Dios, a reconocer que es él quién dispone y nosotros debemos abandonarnos a su divina providencia. En nochevieja y fin de año suelen ponerse en práctica varias de estas supersticiones o rituales, dando así a los elementos usados un “poder mágico “, que evidentemente no tienen. Veamos algunas de ellas:
- Usar Ropa interior roja y nueva: Da buena suerte y felicidad.
Puertas y ventanas abiertas durante toda la nochevieja: Con eso empezaras el año sin problemas y tendrás suerte todo el año.
3 Saltos con una copa de champan en la mano
Comer 12 uvas según las 12 campanadas: Es una tradición muy arraigada en España y Portugal, con esto la gente cree tendrá suerte el siguiente año.
Usar ropa amarilla: Cualquier prenda amarilla es necesario llevarla en el momento empiece el año, esto te dará un nuevo año lleno de riquezas.
Anillo en la copa de Champan: Con esto se atraerá el dinero.
Tomar lentejas durante el último día del año o en los primeros minutos del nuevo año asegura prosperidad económica.
Estas son algunas de las supersticiones más importantes que circulan por el internet para realizar en fin de año y que garantizan prosperidad económica, suerte, felicidad, salud, viajes, amor etc., ¿Acaso el cristiano debe confiar en estos rituales para ser feliz? ¿Dónde queda la enseñanza de la felicidad cristiana? Recordemos que como cristianos debemos estar siempre alegres en el Señor (Fil 4,4) y para eso San Pablo nunca recomendó este tipo de rituales.
¿Qué dice el Magisterio y las Escrituras?
A todo esto qué podemos decir ¿Qué enseña la Iglesia católica al respecto? Veamos en primer lugar la enseñanza del Catecismo para ello tenemos acudir a los numerales 2110,2111, 2116 y 2138.
Esta claro que si uno es católico no debe practicar este tipo de supersticiones o cábalas, pues estaríamos cayendo en idolatría y por tanto pecando contra el primer mandamiento de la ley de Dios. El catecismo es muy claro sobre todo el numeral 2111 y 2138 destinado a las supersticiones, que además nos relacionan estas con la adivinación y la magia ¿Cómo podemos creer que por comer 12 uvas vamos a cambiar los planes de Dios para nosotros? ¿Cómo podemos creer que el usar un objeto como la ropa amarilla va a condicionarnos el tener buen o mal año? Estos objetos no tienen ningún poder, todo viene de Dios y del libre albedrio de los hombres.
La "suerte", entendida como una fuerza que pueda afectar el destino, no existe. El cristiano sabe que depende de la Providencia divina y que es responsable por su libre albedrío. La superstición es producto de ignorancia o de un vacío espiritual.
Aunque no es parte del Magisterio, si es una obra de referencia en temas teológicos, la “Suma teológica” de Santo Tomas de Aquino, define superstición como:
“un vicio opuesto a la religión a modo de exceso; no porque en el culto a Dios haga más que la verdadera religión, sino porque le ofrece el culto divino a seres diferentes a Dios o le ofrece el culto a Dios de una forma impropia” (Suma Teologica II:II 92:1)
Es decir a nivel teológico se considera un vicio opuesto a la virtud de la Religión y por ello va contra el primer mandamiento de la Ley de Dios. Este vicio radica en darle un culto divino a objeto, seres, diferentes a Dios que no tienen poder, pero que “en la ignorancia” o “credulidad” de las personas le atribuyen tales poderes.
También el gran teólogo moral Royo Marin, en su obra “Teología moral para seglares” habla de este pecado contra la religión:
- Noción. La palabra superstición (de super, sobre, y statuens, establecer) significa etimológicamente cualquier exceso en la medida de una cosa. Se aplica principalmente y como por antonomasia a la religión, para significar, no el exceso cuantitativo en el culto a Dios—que nunca podrá ser excesivo—, sino el exceso por parte del objeto del culto o del modo de ofrecerlo.
En general, la superstición puede definirse: un vicio que ofrece culto divino a quien no se debe, o a quien se debe, pero de un modo indebido.
- Especies. Por la noción que acabamos de dar, aparece claro que la superstición tiene dos especies: a) la que ofrece al verdadero Dios un culto en forma indebida, y b) la que ofrece culto divino a una criatura o falso dios. Esta última se subdivide en tres especies distintas: la idolatría, la adivinación y las vanas observancias. Por su especial afinidad, se pueden añadir a estos pecados otros excesos supersticiosos—tales como el espiritismo, la magia, el maleficio, etc.—, que examinaremos a continuación de los anteriores.
Concretamente las supersticiones o cábalas de fin de año caerían dentro de la categoría b y dentro de la especie “adivinación y vanas observancias”.
La propia Biblia también tiene palabras muy duras y directas contra aquellos que realicen todo este tipo de prácticas como podemos ver en Deut 18,10-12; Ez 13,6-8, Hechos 16,16-21 concretamente en este pasaje se asocia la suerte a un espíritu de adivinación, que lo que hacia era dar ganancias a sus patrones, algo que al final tuvo que combatir San Pablo.
Como dijimos antes la superstición es un pecado que se opone al primer mandamiento y consiste en atribuir poder a las cosas creadas, poder que ni Dios, ni la Iglesia les ha comunicado. Por tanto, pasan a ocupar el lugar de Dios, convirtiéndose en ídolos. Podríamos decir que es una clase de Adivinación: Consiste en querer conocer cosas futuras por medios supersticiones, por ejemplo echar las cartas, interpretar sueños, etc.
Debemos recordar como católicos que Dios es el único que tiene poder para obrar, y que los objetos no tienen ningún poder sobre el futuro o sobre los nuevos acontecimientos que ocurran.
Jesús Urones