Los analistas financieros nos informan de las tendencias de los mercados para ver posibilidades de inversión, y nos deslumbran con activos baratos donde poder generar plusvalías importantes. Los empresarios nos identifican negocios florecientes donde hacer mucho dinero. Los grandes bancos de inversión americanos nos informan de las actuaciones disparatadas de sus amigos en el gobierno para aprovecharnos de ellas. Los dos inversores de más éxito en el mundo, Warrem Buffett y George Soros, lo dos de 80 años, nos pueden contar sus estrategias de inversión que les llevaron de éxito en éxito económico.
Pero todos estos analistas, inversores y empresarios siempre nos contarán una historia incompleta. A todos les faltará la información sobre lo que podemos llamar el “bottom line” final. Solo el análisis que le ofreció Nuestro Señor al hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, fue realmente un análisis completo, llegando hasta el final: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será todo lo que has amontonado?” (Lc.12, 20). Puede que esta misma pregunta se la estén haciendo Warren Buffett, George Soros y tantos otros inversores de éxito para poder contarnos de forma completa sus historias de inversión y de éxito que todos tanto admiramos.
Supóngase que mañana le dan la noticia de que, tenga poco o mucho, lo ha perdido todo. Le informan que ha perdido su trabajo y todos los honores y relaciones que tenía con gente tan influyente, que ha perdido su casa y el resto de su patrimonio, sus acciones se han desplomado y ya no valen nada, el resto de sus bienes, colecciones, joyas, etc. han sido robados, sus negocios han quebrado. Ha perdido hasta la salud. Todas sus seguridades y planes materiales han desaparecido. No tiene absolutamente nada ni nadie en que apoyarse. Cuando esto sucede, muchos caen en la desesperación.
Sin duda una suposición exagerada, ¿verdad? Pues no lo es tanto. Es algo que, sin lugar a dudas, algún día le pasará. En el momento de la muerte, que es un suceso cierto aunque incierto en el tiempo, esa será la primera noticia que recibirá. Todas las seguridades que había acumulado de riquezas, amistades, pólizas de seguros, fondos de pensiones ya no serán suyas, ya no quedará absolutamente nada de todo aquello que le daba sensación de poder y seguridad. No dispondrá de ningún teléfono al que llamar, no le quedará absolutamente nada. Mire con cuidado todo lo que le rodea, fruto de “sus” éxitos, “su” inteligencia y “su” trabajo, y que tanto le llena de satisfacción y de seguridad, porque tiene los días contados, y quiera Dios que esa cuenta sea muy larga, pero la cuenta se acabará
¿Qué queda cuando se ha perdido todo, cuando ya no “valemos" nada? Solo nos queda nuestro corazón y los tesoros o basuras que hayamos metido en él. Solo queda lo que no tenga ningún valor de liquidación, lo que no cotice en ningún mercado, lo que no se pueda comparar ni vender. Solo quedarán las intenciones con las que hemos hecho o dejado de hacer las cosas.
¿Cómo prepararnos para el día de la gran quiebra final, el día de la gran rendición de cuentas donde veremos el verdadero “bottom line” de nuestra gestión? Solo hay una cosa que se pueda hacer (que yo sepa): tratar de atesorar riquezas en nuestros corazones al menos con la misma avidez con la que atesoramos riquezas en nuestros bancos. He de reconocer que los cristianos, si somos coherentes y pedimos la gracia de entender, que Dios siempre la da al que la pide con confianza, lo tenemos mucho más fácil. Guiados por Dios en la oración, sabremos cómo enriquecer el corazón, cómo organizar las prioridades, cómo obrar hábilmente como el administrador deshonesto para ganarnos amigos con el dinero de la injusticia y, así, el día que éste falte, ellos nos reciban en las moradas eternas (Lc. 16, 115)
Apéguese a todo lo quiera y a todo lo que tenga, pero sea consciente de que todo eso lo acabará perdiendo. Piense, si eso le consuela, que su hijo le heredará y así Vd. continuará “viviendo” en su patrimonio, pero ni Vd. es su hijo, ni su nuera, ni su yerno. O trate de entender qué quisieron decir aquellas palabras del Señor Jesús: “la felicidad está más en dar que en recibir” (Hch. 20, 35). Haga las valoraciones que quiera y planifique sus inversiones con el mayor éxito posible, pero nunca olvide el dicho popular según el cual “la mortaja no tiene bolsillos”.