No es problema menor en absoluto, -antes al contrario atenta gravemente contra el más elemental de los derechos humanos, el de la libre expresión-, el que aqueja en estos momentos a España, donde el poder político intenta imponer a los ciudadanos la lengua en la que tienen que hablar, en la que tienen que trabajar y en la que tienen que educarse a sí mismos y a sus hijos. El totalitarista objetivo nació en los muchos partidos nacionalistas que asuelan el país, coqueteó con él el socialismo ochentista de González, fue entusiásticamente adoptado por el pesoísmo zapaterita, y ahora, también, de manera extemporánea e inexplicada por el Partido Popular.
Hace apenas unos días y aquí mismo, hemos denunciado la imperdonable traición que ha perpetrado el Sr. Núñez Feijoo a sus votantes al venderles como defensa de la libertad lingüística lo que no es sino un nuevo proyecto, aunque el que lo avale sea el PP, de imposición lingüística totalitaria. Por si ello fuera poco, un modelo parecido al de Feijoo parece ser el que el PP defiende en el País Vasco, en Cataluña y hasta en Valencia, donde por cierto, gobernando el PP autonomía y capital, son ya muchas las señalizaciones que aparecen escritas en catalán valenciano y no en español.
El caso del PP balear representa una oportunidad a seguir de cerca. Más allá de que el congreso que ha de celebrar en breve haya apostado por una línea a imponer en la democracia española cual es la de la elección directa de los cargos del partido por sus militantes, en lo que a nuestro caso respecta, concurre una candidatura, la de Carlos Delgado, que parece sincera cuando apuesta por la libertad lingüística.
Las lenguas vernáculas que se hablan en España, como sabiamente sostiene la Constitución, forman parte del rico patrimonio cultural español (art. 3, 3). Háblelas todo aquél que quiera y hágalo sin sufrir la menor molestia. Pero respétese con la misma delicadeza a todo aquél que, por el contrario, desee expresarse en español, y ello aun cuando sólo desee hacerlo en español. Porque, parafraseando nada menos que a Jesús de Nazaret cuando debatía con los fariseos sobre el sabat (Mc. 2, 27), no son las personas para las lenguas, sino las lenguas para las personas.
Lo que resulta sorprendente es que el único partido que la había defendido cuando más difícil era hacerlo, abandone, ahora que muchos españoles apostamos definitivamente por ella, el barco de la libertad lingüística, ahogándose en las aguas procelosas de proyectos de inmersión lingüística que sólo cabe definir como de ingeniería social y, en consecuencia, como de totalitarios y antidemocráticos.