Dos cosas me admiran: la inteligencia de las bestias
y la bestialidad de los hombres.
-Tristan Bernard-
Un príncipe, después de haber cazado durante todo el día, fue a descansar a un bosque. Allí vio un enjambre de abejas dedicadas al trabajo.
Quedó sorprendido de la industria maravillosa de aquellos insectos: sus movimientos, y la aplicación con que trabajaban le produjeron una admiración tan grande, que le inspiraron el deseo de preguntar a su ministro cuál era el propósito que había movido a aquellos seres alados a reunirse alrededor de un árbol, y a quién pertenecía aquel ejército numeroso.
El ministro respondió: Señor, esos animales, a pesar de su pequeñez, son muy útiles por el provecho que puede obtenerse de su trabajo admirable: son moscas de miel y no hacen daño a nadie. Su naturaleza es notable y parecen animados del espíritu de Dios y dedicados a cumplir su voluntad. Tienen un rey que se llama Jasub, más corpulento que ellas.
El rey recibe de las moscas de miel un juramento, por el cual se comprometen a no posarse nunca en ninguna basura. De las rosas, de los jacintos, de la albahaca, extraen jugos delicados, con los que elaboran una sustancia admirable que conocemos con el nombre de miel.
El príncipe preguntó a su ministro: Me sorprende que las abejas, aunque salvajes, no tengan animosidad las unas contra las otras, que no se sirvan de su aguijón más que para tomar su alimento, y que muestren tanta dulzura...
El ministro volvió a hacer uso de la palabra: Esos animales, señor, no se gobiernan más que por un común instinto; pero no sucede así con los hombres, ya que cada uno de éstos tiene diferente condición natural. Como los hombres se componen de alma y de cuerpo, que son cosas muy desemejantes, porque la una es sutil y la otra grosera, la una representa la luz y la otra las tinieblas, constituye un ser elevado y al mismo tiempo un ser vil y bajo, cada uno de estos seres quiere sobreponerse al otro: de ahí surgen las diferencias que entre ellos se observan.
Alma y cuerpo, «dos cosas muy desemejantes». La clave está en la educación. Como un campo, aunque sea fértil, no puede dar frutos si no se cultiva, así le sucede a nuestro espíritu sin la educación, porque, como decía Baltasar Gracián: Nace bárbaro el hombre; redímese de bestia cultivándose.
Educar en la verdad, en la nobleza, en el bien para potenciar la parte positiva de las «desemejanzas», ya que la educación es al hombre lo que el molde al barro: le da forma.