El Señor te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás (Sal 91 (90),4).
La Cuaresma es un camino por el desierto hacia la tierra prometida donde poder celebrar la Pascua. En el yermo, el hombre se encuentra indefenso, sin recursos ni humanos ni naturales, palpa su debilidad. El ayuno cuaresmal nos ayuda a sentir nuestra pequeñez.
 
Una de las carencias del desierto es la falta de sombras ante el abrasador Sol. Cuanto más débil es una criatura, más se resiente del exceso de calor. Las aves, para sus crías, hacen sombra con sus alas, dándoles así refrigerio que evita su deshidratación. Los polluelos no se resisten, se saben débiles y no tienen la pretensión de poder vivir lejos de la protección y cuidado de sus progenitores.
 
La antífona nos invita a una sombra, al frescor de la Eucaristía, refugio para nuestra debilidad en nuestro camino hacia la casa del Padre por este desértico mundo que no es, por el pecado, el paraíso en que fueron puestos nuestro primeros padres. La Eucaristía, memorial del sacrificio redentor, nos da el frescor de la sombra de la cruz. Tengamos la humildad de refugiarnos bajo las alas abiertas en el madero salvador.