El monje pasea por el bulevar y atrae casi todas las miradas. Un monje en un bulevar es siempre una sorpresa.
En cambio, él me mira con aire preocupado:
-Joven, usted olvida todo lo que le digo y todo lo que usted mismo escribe. El ser humano tiende a olvidar y por eso la Sagrada Liturgia se repite incesantemente con las mismas lecturas y los mismos gestos; como ustedes no solo olvidan sino que no viven en el momento presente, no penetran en la dimensión siempre nueva de las Escrituras, y hasta la santa Misa les parece aburrida.
-No se ponga así.
-¡Qué quiere que le diga! A veces, uno se cansa; recuerde los enfados de Jesús y sus regañinas a Pedro y a “esta generación adúltera”… Me entristece que usted se entristezca porque cae una y otra vez. ¿Quién se ha pensado que es? ¿Superman? Le da tanta importancia a sus caídas que parece que el pecado lo haya inventado usted. Se lo he dicho muchas veces: viva del perdón y no de su buena figura. ¿No se da cuenta de que el buen Dios quiere recordarle que todo depende de Él, que usted depende de Él absolutamente? Y como usted es un cabezota, Dios le deja caer, incluso deja que se haga un poquito de daño y que se queje y le pida ayuda desde el suelo o desde el fango. Escuche bien, porque voy a "corregir" a Santa Teresita: al Cielo no se llega en ascensor ni, mucho menos, a base de pico y pala; al Cielo se llega tropezando, de tropiezo en tropiezo hasta la victoria final, podríamos decir. Pero tampoco se crea que será una victoria espectacular, no. Usted dará el penúltimo tropezón, intentará abrir la puerta, volverá tropezar y ¡zas!... dando un nuevo traspiés, aterrizará de golpe en el Cielo por la puerta que le han abierto los ángeles y sus familiares, que saldrán a recibirle; le ayudarán a levantarse -sí, por última vez, gracias a Dios- y le acompañarán a ver a Jesús, a la Virgen, a San José y al buen Dios Padre, que habrá saltado del trono ¡y correrá a abrazarle dando gritos y saltos de alegría!
-Pero yo no quiero tropezar.
-Usted no puede dejar de tropezar, está en su naturaleza caída. Cuanto antes lo acepte, antes será feliz. Sepa que Dios mira al pesado de la oficina con tanto amor como a usted. Intente no juzgar al pesado de la oficina, pero tampoco lo conseguirá. Entonces dígale a Dios que lo haga Él, que usted no puede. Y siga trabajando con tranquilidad para ganarse el pan. ¿Lo ha entendido?
-Sí.
-Bueno, sí, claro, hasta que lo vuelva a olvidar. Y qué, me digo, “no te quejes, hermano Agustín, que para eso estás en este mundo de aquí abajo de vez en cuando”… Sí, es verdad, joven, guárdese del orgullo: nos persigue incluso después de muertos. Vaya en paz. Yo me voy también. No me gusta que me hagan fotos: no saldrá más que una pálida sombra y los fotógrafos se asustarán cuando la vean.