Los griegos definieron la arché como el principio o fundamento último del que deriva todo. Se trata de la pregunta fundamental que prácticamente todos nos hemos hecho alguna vez: ¿De dónde viene todo?
Tales de Mileto dijo que todo viene del agua, Anaxímenes del aire, Heráclito del fuego… El caso más extraño es el de Pitágoras, que asoció la arché con los números. Esto tiene especial relevancia porque el pensamiento científico moderno encuentra ahí su raíz. No en vano Galileo afirmaba que el universo es un gran libro abierto, escrito en el lenguaje de la matemática y la geometría.
Volviendo a Grecia, esta idea del origen del todo se fue purificando y se comprendió que podía resultar más compleja. Empédocles consideró que la naturaleza está compuesta por varios compuestos: aire, agua, tierra y fuego. Entonces, no se conocían los elementos químicos de la tabla periódica y esta lista, junto con el éter, el compuesto que rodeaba a la Tierra en el cosmos antiguo, constituía un equivalente muy rudimentario que también se empleó como base de la metafísica aristotélica.
De todas formas, aunque la arché es un primer paso hacia el conocimiento más profundo del origen de todo, incluso teniendo en cuenta que los griegos empezaron a explicar fenómenos naturales como el rayo diciendo que la nube se rompía en dos partes, se necesita algo más. Anaxágoras, contemporáneo de Tales de Mileto, habló de “la mente que organizó todo lo que era y lo que ahora es y lo que será”, que en particular controla “el movimiento en que el Sol y la Luna y el aire y el éter se separan”. Por otro lado, Anaximandro también reconoció que el universo tenía que estar regido por una ley poderosa (aún hoy los científicos tratan de obtener una teoría física que explique todo).
Sin embargo, esta ola de optimismo en medio de la revolución del pensamiento griego también encontró su cuota de escépticos. Protágoras afirmaba que “con respecto a los dioses, no puedo descubrir si existen o no, ni cómo son”. Además, en cuanto a que las normas de convivencia y leyes morales provenían de Dios, él decía que “son inventos de los legisladores de tiempos antiguos”.
Pero esta manera de pensar no nos lleva a ningún lado. Necesitamos un orden moral. En este sentido, una figura fundamental fue Sócrates, el primero de los tres grandes filósofos griegos, que retomó la idea de Anaxágoras de la mente que produce el orden y es la causa de todo, y la enfocó a resolver el problema del orden moral. En línea con esto, en un fragmento de un coro de Eurípides se recoge que “la felicidad de un hombre que ha aprendido los caminos de la investigación científica, el orden y la belleza eternos de la naturaleza inmortal y cómo conjuntarlos, ese no participará en acciones malvadas o perniciosas… ¿Quién no tiene consciencia de Dios al contemplar estas cosas?”
No todo tiene raíz griega, pero un buen puñado de las ideas que tenemos hoy ya estaba presente en su civilización.