Los católicos estamos dando con valentía heroica la batalla a favor de la vida y de la familia. Ni podemos ni debemos hacer otra cosa. Sin embargo, esto ha hecho que no pongamos el acento con la misma intensidad en otros asuntos también importantes. Me refiero a la crisis económica. La Iglesia no tiene la misión de aportar soluciones técnicas a ese tipo de problemas; para eso están los economistas y los políticos. La Iglesia, sin embargo, tiene la obligación de reflexionar en voz alta sobre las cuestiones que tienen un trasfondo moral, para aportar su luz al debate ético que esas cuestiones generan, entre otras cosas porque prácticamente siempre detrás de un asunto realmente importante hay una cuestión moral. Pues bien, el hecho de que, en España, haya más de cuatro millones de parados y que el país esté en una grave crisis económica, es suficientemente serio como para que la Iglesia se pronuncie. Es lo que ha hecho con acierto el cardenal Rouco que, además de ser arzobispo de Madrid es presidente del Episcopado. Algunos no lo han entendido y le han acusado de meterse donde no le llaman. También han acusado al Rey por el mismo motivo. Además, ese es el mismo argumento que emplean cuando defendemos la vida. Dicen que nos metemos en política. Pero ¿cómo podemos callar cuando millones de personas afrontan el día a día con angustia y el futuro sin esperanza? El silencio –que sólo beneficia a los culpables de la crisis- sería un gesto de cobardía y de connivencia. Porque estamos a favor de la vida, ni podemos callar ante el aborto ni tampoco ante el drama del paro. Cristo no lo haría.