Pedro Luis Llera (https://www.lne.es/cuencas/2008/09/15/mentiras-marxismo/675453.html) denuncia en un artículo publicado hace unos años, que estamos en el reino de la mentira. Se ha olvidado el octavo mandamiento de la Ley de Dios, y la simple honradez como virtud humana.
Cita esta frase de Pinocho, el muñeco de madera que le crecía la nariz cada vez que mentía: No siempre lo que parece bueno es bueno; ni lo que parece malo, es malo. Pepito Grillo (Pinocho, Disney, 1940)
Y se pregunta Pedro Luis Llera: ¿A alguien le gusta que le mientan o le engañen? Pues hoy vivimos en el reino de la mentira. En los tiempos que corren, buscar la Verdad (con mayúscula) y desvelar las mentiras se ha convertido en una obligación moral de primer orden. Sobre todo ahora que el relativismo moral pretende convencernos de que todo es igual, de que todo depende del cristal con que se mire, de que todo es subjetivo y está en función de la percepción de cada cual o del consenso de las mayorías.
Y cuando uno es consciente de que la mentira domina el ambiente, ya nadie se fía de nadie. Va uno por la vida haciendo equilibrios, como el funambulista, sin saber a qué atenerte. En los negocios, en la política, en las relaciones humanas, incluso en el ambiente familiar, se observa un afán de sacar provecho, de salir ganando, de que aplaudan, de quedar muy bien, aunque sea a base de mentir, de ocultar la verdad.
Como dice Llera, sin embargo, la realidad es terca y la Verdad sigue ahí, esperándonos. No todo es igual, no todas las ideas valen lo mismo. No siempre lo que parece bueno lo es realmente, ni todo lo que parece malo resulta perjudicial en última instancia. Las apariencias engañan. «La bella y la bestia» es un relato esclarecedor a este respecto: el guaperas por quien todas las chicas del pueblo suspiran al final resulta ser un ególatra, traidor y asesino; mientras que la Bestia, a pesar de su apariencia brutal y espantosa, es capaz de aprender de sus errores y encierra en su interior a un príncipe generoso, capaz de amar, de sacrificarse y de renunciar a sí mismo para buscar la felicidad del otro (Bella).
El papel del mentiroso es lamentable. Al final nadie se fía de él porque no es trasparente, oculta siempre una carta en la manga, y te das cuenta de que se está riendo de ti, porque te toma por tonto. Los medios de comunicación no siempre siguen una ética clara en su información. Priva más el sensacionalismo, el afán de ser más que los otros, de vender mejor el producto, y al final todos pensamos lo mismo si nos los tragamos todo sin discernir, sin analizar con seriedad y madurez.
Nos habla el autor que comentamos de los cantos de sirena que invaden el ambiente: «La Odisea» también resulta sumamente ilustrativa a este respecto. Hoy hay mucho incauto que se deja seducir por los cantos de sirena y se lanza de cabeza al mar persiguiendo la felicidad que éstas le ofrecen con su irresistible atractivo. El destino de estos infelices es terminar ahogándose y perdiendo su vida devorados por esas mismas Sirenas que primero les ofrecían placeres y alegrías sin fin. Las sirenas son monstruos por atractivas que puedan resultar y por seductores y melodiosos que suenen sus cantos. Son monstruos simplemente porque matan a quienes les hacen caso; porque quien se deja encandilar por ellas pierde el rumbo de su vida y jamás logrará regresar a Ítaca, donde espera la verdadera felicidad.
Ulises pidió que lo ataran al palo mayor del barco para no dejarse llevar por esos cantos halagadores que le podían arrebatar la dignidad. La mentira nos roba el derecho que todos tenemos de conocer la verdad. En el reino de la mentira ya no nos fiamos de nadie: políticos, negociantes, escritores, educadores… ¿Quién nos dice la verdad? Pilatos preguntó a Jesús: -¿Y qué es la verdad? Jesús había dicho: -Yo soy el camino, LA VERDAD, y la vida. Y también nos dijo que la verdad nos hará libres. El que está instalado en el reino de la mentira no es libre. Son los nuevos esclavos de un régimen generalizado en el que todo el mundo quiere “sacar tajada” convirtiendo a los demás en simple marionetas del egoísmo supremo. Al demonio se le llama el padre de la mentira.
Y nos dice Pedro Luis Llera: Y recuerden que el criterio de discernimiento que nos permitirá en todo momento mantener el rumbo y navegar distinguiendo la verdad de la mentira, el bien del mal, es muy claro: el mal puede parecer atractivo -a veces, hasta irresistible-, pero al final siempre resulta devastador y, en última instancia, te mata: «Por sus hechos los conoceréis». La verdad conduce al amor y a la vida, a la belleza y al bien; la mentira, al odio y a la muerte.
Entonces, ¿cuál es el problema del marxismo en sus diversas variantes? Se pregunta el autor del artículo que comentamos. Y responde: El problema está en que comunistas y socialistas promueven el odio, la violencia y la muerte como medios para llegar algún día a ese utópico edén. La lucha de clases supone fomentar el odio entre las personas y la revolución representa la exaltación de la muerte como medio para alcanzar sus fines. Lenin, Stalin, Castro, Mao o el Che son ejemplos palmarios de criminales y asesinos que han dejado tras de sí miles de muertos en nombre de la revolución y del socialismo.
Navegamos hacia la Verdad, y queremos ser fieles. La mentira es una de las mayores estafas que siempre se han perpetrado desde distintas instancias. La mentira siembra el campo de la vida de la peor de las cizañas. Y cuando es la mentira la que enarbola la bandera sectaria el odio se apodera del ambiente. ¡Queremos ser libres! Y por eso exigimos que se nos diga la verdad desde todos los ámbitos de la vida. El mentiroso ha perdido todos los derechos a convivir en un ambiente de paz. Uno de los líderes del marxismo dijo que la mentira es la mejor arma de la política. Quien piense así no merece nuestra confianza, porque ha perdido por completo la honradez.
Terminaos citando una vez más a nuestro autor: Para los cristianos, fines y medios tienen que ir de la mano: si quieres construir un mundo donde el amor y la justicia prevalezcan, debes vivir amando y respetando la dignidad del prójimo.