"Dijo Jesús a sus discípulos: ‘Así estaba escrito: el mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Y vosotros sois testigos de esto’" (Lc 24, 46-48).
La celebración litúrgica de la Ascensión del Señor a los cielos nos plantea, cada año, la ocasión para recordar que hemos llegado a la mayoría de edad. Jesús pasó por el mundo haciendo el bien. Hizo su parte y la hizo perfectamente. Pero Él ni puede ni quiere hacerlo todo a base de milagros suyos. Desea que nosotros colaboremos con Él en la construcción del Reino de paz y de justicia que Él vino a instaurar. De alguna manera, nos necesita. Necesita que seamos “testigos de su amor”, testigos suyos en medio del mundo. Necesita que nos comportemos como adultos y que seamos su prolongación viva en la tierra para llevar adelante su obra. Sentirnos así, intentar vivir así, como testigos suyos, es el objetivo de la “palabra de vida” de esta semana.
Para hacerlo, tendremos que preguntarnos ante cada circunstancia: ¿cómo haría Cristo? ¿qué debo hacer para no dejar en mal lugar su nombre, pues todos saben que soy cristiano?
Habrá momentos en que tendremos que callar y contener nuestro carácter, nuestras ganas de gritar. En otras ocasiones, por el contrario, deberemos hablar para no ocultar nuestra fe o para defender a los que están siendo oprimidos. A veces tendremos que dejar actividades, incluso apostólicas, para ocuparnos más de nuestra familia, mientras que en otras tendremos que asumir responsabilidades al servicio del prójimo o de la Iglesia. Pero siempre, siempre, tendremos que amar, de tal modo que, al vernos, los que nos rodean digan: “Ahí va un cristiano, un “Cristo vivo”, un verdadero seguidor de Cristo”.