El viernes pasado asistí a la visita pastoral de Monseñor César Franco a la parroquia de Santa Angela de la Cruz, y he de decir que me encantó escuchar sus planteamientos, así como la manera en animó e instruyó a los parroquianos presentes en las dos horas que compartimos con él.
Los diferentes grupos de pastoral contaron lo que hacían, y después de esto dirigieron preguntas al obispo auxiliar madrileño, el cual fue despachándolas amablemente y a la vez con la firmeza de quien tiene el deber de enseñar y confirmar a sus hermanos en la fe.
Como era de rigor salieron preguntas acerca de la eterna tensión que se da en la Iglesia entre crecer y reformarse, para poder llegar a los de fuera.
Don Cesar respondió planteando cuestiones de lo más interesantes.
Lo primero fue decirnos que si nos damos cuenta, aunque pensemos que vivimos una iglesia en la que nos hemos refugiado ante la descreencia del mundo actual, la realidad es que nos pasamos la mayor parte de nuestras vidas en el mundo. Preguntaba el obispo auxiliar de Madrid que quién era la persona que, sin ser empleada o cura, pasaba más tiempo a diario en la parroquia, y nadie pasaba más de una hora.
Su conclusión es que el resto del día, digamos once horas, la gente está en sus familias, sus trabajos y su entretenimiento. Así que no podemos decir que nos hemos atrincherado en la iglesia. De hecho nuestra responsabilidad es evangelizar la vida corriente, y de alguna manera sugirió que es de eso de lo que más cojeamos.
Su reflexión evocó los primeros tiempos de la Iglesia cuando no había templos, y la gente cristiana vivía en el mundo, y el mundo se convertía al ver cómo se amaban, y las iglesias estaban allá donde los cristianos se reunían, en las casas sobre todo.
Las preguntas le llevaron a hablar mucho de los reformadores de la Iglesia Católica, de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de Ávila- gran desconocido en un cierto sentido, pero de mucha influencia.
Citó la frase «Ecclesia semper reformanda est», empleada por el teólogo calvinista Gisbert Voetius en el sínodo de Dordrecht (16181619) para ilustrar la labor constante de actualización de la Iglesia y cómo la rueda gigante de la tradición de la Iglesia sigue girando alentada por sus miembros, a veces iletrados como Santa Catalina de Siena.
Con una gran visión sobrenatural explicó cómo la Iglesia siempre será David frente a Goliat, y que sólo puede apoyarse en Cristo, y éste crucificado, pues nunca luchará en igualdad de condiciones con el mundo actual, y no debe pretender hacerlo. La razón es clara: la fuerza está en la Cruz y no en el marketing que podamos hacer.
Personalmente me encantó conocer de primera mano cómo respira uno de nuestros pastores en Madrid, el cual ha estado involucrado en labores mediáticas y conoce sobradamente dónde se plantea la batalla en esta sociedad.
Sólo me quedó una pequeña duda ante unos planteamientos tan bien pergeñados y un análisis de nuestra realidad tan certero. ¿Será suficiente con verlo y tenerlo claro para cambiar las cosas?; ¿será más fuerte el peso de la tradición y las inercias que llevamos, que la necesidad de reformar lo reformable y actualizarse ante las necesidades pastorales actuales?
Ecclesia Semper reformanda est, la Iglesia siempre está reformándose, sí, pero la realidad es que la Iglesia nunca ha estado envejeciendo como lo está haciendo ahora y eso no suena a reforma sino a estancamiento.
El obispo llamó joven a uno de los parroquianos que supera los cuarenta y obviamente no sólo peina canas sino que tiene hijos adolescentes. La mayoría de la centena de personas que acudieron, era de edad más bien avanzada, y si excluyo los treintañeros presentes- entre los que me cuento- apenas había tres personas en la veintena.
La teoría es buena, el Magisterio apunta hacia la dirección correcta, podemos estar tranquilos de tener obispos con las cosas tan claras, que se están partiendo la cara todos los días en la arena pública con el Gobierno, pero tengo un “pero”.
Su discurso, que a mí tanto me animó y me inspiró en lo que hago, fue del todo ininteligible para una de las veinteañeras presentes, la cual salió medio horrorizada del encuentro.
En el discurso inaugural del Concilio Vaticano II el papa Juan XXIII expresó cómo la mayor preocupación del Concilio Ecuménico era que el sagrado depósito de la doctrina cristiana fuera guardado y enseñado de manera más eficaz.
Como siempre, no puedo evitar preguntarme si realmente unas palabras tan verdaderas y sólidas como las de Monseñor Franco, están siendo suficientemente eficaces, pues yo no podía evitar ver una parroquia con gente mayor pero sin apenas gente joven en el encuentro y anotar el efecto que sus palabras causaron en la más joven de los presentes.
La teoría la sabemos sí, pero ¿se traducirá esto en un cambio pastoral real, o seguiremos haciendo lo mismo que hemos hecho siempre, sin explorar nuevos métodos y caminos, mientras lentamente la Iglesia va mermando y haciéndose más vieja sin que llegue el recambio?
Ecclesia Semper reformanda est, sí, pero ojalá que se empiece a notar pronto, no vaya a ser que nos quedemos en teorías bonitas sin darnos cuenta de que la realidad, que es tozuda, es que no estamos llegando eficazmente a nuestros contemporáneos.
Sé que la labor, como bien dijo Don César, es nuestra, de quienes vivimos once horas al día en el campo de evangelización que es el mundo, y que no podemos quedarnos contemplando al obispo esperando que haga por nosotros lo que es nuestro deber de bautizados.
Necesitamos la guía e inspiración de gente como él, y yo siento que la tenemos. Ahora sólo nos falta orar para que lleguen reformadores de la talla de Santa Teresa, San Juan de Avila, San Francisco de Asis o San Ignacio que, inspirados por Dios y obedientes a la Iglesia, nos ayuden a cambiar de paradigma y ver que las cosas cambian realmente.
Yo al menos, es por eso por lo que rezo, pues creo que ya va siendo hora de que nos llegue alguien así.
Igual que en otras épocas el Espíritu suscitó personas y carismas adecuados para socorrer a las necesidades de la Iglesia, hoy también puede suceder o al menos eso espero.