El 14 de febrero de 1930
La Sección de mujeres del Opus Dei custodia, en la Sede Central de Roma, una pequeña imagen de la Virgen. Ocupa una hornacina de mármol en la pared lateral de una sala. Esta imagen es policromada y ha protagonizado una larga y entrañable historia: la mandó tallar el Fundador de la Obra cuando las primeras vocaciones iniciaban su camino en Madrid. Tiene la Virgen un perfil estilizado, una actitud ingenua. Acoge en sus brazos a un niño menudo, arropado por la protección de su Madre. Los pliegues del manto confluyen hacia los pies dándole un aire de levedad, de ingravidez, como si el Amor que la sustenta llevara sus pasos de puntillas en el desvelo por lo amado. En el pedestal, dos palomas quietas acentúan la serenidad del conjunto.
Monseñor Escrivá de Balaguer dijo siempre que la Sección de mujeres del Opus Dei había sido un deseo de Dios, ya que su voluntad era ajena, e incluso contraria, a tal proyecto.
«Estáis en la Iglesia trabajando, porque Dios lo ha dispuesto expresamente. Y no tenéis Fundadora (...). Vuestra Fundadora es la Madre de Dios, la Virgen. Por eso quiero que haya una imagen de la Virgen en todos los oratorios; por eso la tenemos por todos lados»(1).
A partir del 2 de octubre de 1928, don Josemaría desarrolla una tarea ingente. Sin abandonar ninguno de los trabajos que antes realizaba, se dedica de lleno a lo que, ahora, sabe con claridad que Dios le pide. Siempre tendrá el convencimiento de que hace poco y buscará el modo de trabajar más, de rezar más, de entregarse más. Se mortifica duramente: apenas come, duerme muy poco. Recurre a la ayuda de su Angel Custodio para cualquier problema: que le ponga en marcha el reloj, cuando se le estropea, o que le despierte a la hora prevista por la mañana. Y pone en juego su tesón invencible para cumplir la misión que Dios le ha encomendado.
Mantiene correspondencia frecuente con gran número de personas. Sus cartas suelen ser breves, afectuosas y con palabras que transmiten el fuego del amor de Dios. También sus relaciones personales de amistad son así. Los que acuden a su lado sienten como vértigo al descubrir el inmenso y nuevo panorama que abre ante sus almas con rasgos poderosamente cincelados.
Durante casi un año y medio trabaja en la convicción de que la Obra está dirigida exclusivamente a hombres.
Entre todas las informaciones que ha recibido acerca de otras instituciones, ha llegado a sus manos la documentación relativa a una Asociación integrada por hombres y mujeres. Cuando reflexiona sobre aquello, anota en sus apuntes:
«Nunca habrá mujeres -ni de broma- en el Opus Dei. Y a los pocos días... el 14 de febrero: para que se viera que no era cosa mía, sino contra mi inclinación y contra mi voluntad(2).
El día 14 de febrero de 1930, don Josemaría va a celebrar la Santa Misa, como tantas veces, en casa de la Marquesa de Onteiro. Camina hacia la calle de Alcalá Galiano en esta mañana traspasada por el frío de Madrid. Es viernes: día en que la Iglesia contempla el amor de Dios, muerto en la Cruz por los hombres. Sólo han pasado quince meses y doce días desde aquel 2 de octubre de 1928, cuando el Señor quiso confiarle su mensaje: traducir su presencia en todos los caminos de la tierra.
El oratorio está construido en la planta primera de un hotelito que ya no existe. La entrada se hacía por una pequeña puerta que comunicaba con el jardín. Este 14 de febrero, don Josemaría empieza el Santo Sacrificio de la Misa; va leyendo las oraciones litúrgicas del día y llega a la Comunión. Y, cuando junta las manos, para agradecer la presencia de Cristo en su corazón, tiene la evidencia de que Dios quiere completar su Obra con una Sección de mujeres, que viva el mismo espíritu. En muchas ocasiones hablará de aquel momento a sus hijas:
«No pensaba yo que en el Opus Dei hubiera mujeres. Pero, aquel 14 de febrero de 1930, el Señor hizo que sintiera lo que experimenta un padre que no espera ya otro hijo, cuando Dios se lo manda. Y, desde entonces, me parece que estoy obligado a teneros más afecto: os veo como una madre ve al hijo pequeño»(3). Más adelante volverá a decir: «Si -en 1928- hubiera sabido lo que me esperaba, hubiera muerto: pero Dios Nuestro Señor me trató como a un niño: no me presentó de una vez todo el peso, y me fue llevando adelante poco a poco... »(4). Y subrayará, una vez más, esta certeza:
«Vinisteis a la vida de la Iglesia en un momento en que no os esperaba, y yo agradezco a Dios Padre, a Dios Hijo, y a Dios Espíritu Santo y a la Santísima Virgen este vuestro nacer; agradezco el teneros»(5).
Más adelante, don Josemaría contrastará la inspiración divina que ha recibido con la opinión del confesor, quien le confirma una vez más: «Esto es tan de Dios como lo demás»(6).
Por Voluntad de Dios, pues, el Opus Dei pasa a tener, desde este día 14 de febrero de 1930, dos Secciones, una de hombres y otra de mujeres.
Las dos estarán cimentadas, desde el principio y para siempre, en la unidad de la misma raíz, de la misma vida y de idéntico fin. Son dos fuerzas que convergen en el corazón del Fundador.
Acaba de nacer -en un día que proclama final de invierno madrileño- algo imprescindible en la vida de la Obra: la presencia de la mujer para convertir el trabajo, el mundo, los caminos y los lugares, en un hogar universal que acoja las almas todas de la tierra.
Aire de familia
Desde 1930, se multiplica el alcance de la actividad apostólica de don Josemaría. Atiende al grupo de muchachos, de toda condición, que le secunda en su labor sacerdotal por barrios y hospitales. Les hace participar del espíritu que ha recibido de Dios en busca de las primeras vocaciones: personas capaces de una decisión de entrega total a Jesucristo para vivir la santidad en el mundo y para difundirla.
Dispone de muy poco tiempo porque, además, da clases particulares de Derecho Canónico, de Derecho Romano... y hasta de Algebra y Matemáticas, para conseguir el dinero necesario para vivir y mantener a su familia.
Empieza a ocuparse también de algunas chicas que acuden a su dirección espiritual. Aunque otra dificultad que se suma a estos comienzos es la peculiar estructura social que encasilla a la mujer en una mentalidad y unas costumbres que limitan extraordinariamente sus actividades.
Natividad González Fortún, una de estas primeras mujeres que se acerca al espíritu del Opus Dei, escribe:
«Siendo todavía hijas de familia, apenas podíamos movernos sin dar a nuestros padres muchas explicaciones: dónde ibas y con quién; qué ibas a hacer, etc. »(7).
Sin embargo, el Fundador no se va a detener, tampoco, ante estos obstáculos. Como ha dicho Monseñor Alvaro del Portillo, a esta tarea «le dedicó mucho tiempo: rezando -siempre estaba rezando- y sentándose en el confesonario de la iglesia del Real Patronato de Santa Isabel. Allí empezó a trabajar, a buscar al mas»(8).
El Padre habla mucho de vida interior y, en estas primeras mujeres que se acercan a la Obra, sus palabras van a imprimir una huella que durará toda la vida. Después de 1975, dejarán constancia de ello en sus testimonios:
-«Era muy claro, muy directo: con dos palabras que dijera, había materia para pensar mucho. En tantas ocasiones he recordado sus palabras y siempre me han ayudado»(9).
Don Josemaría tiene, ya en estos años, una visión amplia y certera del papel que la mujer ha de jugar en el mundo y en la Iglesia. Jamás se pronuncia por el extremismo pendular que conduce al desequilibrio. Tampoco reduce su participación en la vida social, aunque así lo induzcan algunos condicionamientos de la época. Ve a la mujer en todos los caminos profesionales, en todas las encrucijadas del trabajo. Y también, y de modo socialmente necesario, en ese quehacer que canaliza la felicidad y el bienestar de la familia: la dedicación al hogar.
Se avecina una etapa histórica en la que muchos intereses van a seguir limitando la condición femenina a un papel secundario. Otras ideologías aprovecharán esta situación injusta para apoyar los argumentos de una dialéctica agresiva. El Fundador del Opus Dei proclama, para la mujer, una más seria y honda convocatoria:
«La mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico, que le es propio y que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad... »(10).
Consciente de que cualquier tarea en el mundo requiere una capacitación adecuada para realizarse de modo cabal, dará solidez a muchas profesiones; ratificará la dignidad de algunas labores apaleadas por la crítica destructiva y reivindicará el contenido e importancia que deben tener ante la sociedad; es parte de la promoción humana y sobrenatural que va a emprender el Opus Dei sobre la tierra.
«Una mujer con la preparación adecuada ha de tener la posibilidad de encontrar abierto todo el campo de la vida pública, en todos los niveles. En este sentido no se pueden señalar unas tareas específicas que correspondan sólo a la mujer. Como dije antes, en este terreno lo específico no viene dado tanto por la tarea o por el puesto cuanto por el modo de realizar esa función, por los matices que su condición de mujer encontrará para la solución de los problemas con los que se enfrente, e incluso por el descubrimiento y por el planteamiento mismo de esos problemas»(11)
Y en cualquiera de estos caminos no falta, no debe faltar, la presencia de la mujer: «desempeñáis, como vuestras iguales, toda clase de cargos profesionales, sociales, políticos, etc.»(12). Y les hablará más adelante, también, de un trabajo que ha de tener vital importancia dentro del Opus Dei:
«Os incumbe la tarea de atender la Administración de todas nuestras casas, de una y otra Sección (...): tarea que es un servicio a toda la Obra y un verdadero trabajo profesional»(13).
.En el futuro, muchas mujeres de la Obra se dedicarán por vocación profesional y personal a convertir los Centros del Opus Dei en hogares donde el servicio a Dios pueda apoyarse en la serenidad, el trabajo y la alegría.
Siempre que el Fundador quiere definir, enaltecer a la mujer, no encuentra mejor modelo que la Madre de Dios:
«Cuando el Señor vino al mundo para redimirnos, quiso hacer lo que hacen todas las criaturas humanas: estar en el seno de una mujer nueve meses. El primer sagrario de Jesús -perfecto Dios y perfecto Hombre- ha sido el seno de una mujer (...). ¿Te parece poca la dignidad de la mujer?»(14).
Aquella imagen de la Virgen que talló Jenaro Lázaro Gumiel va a pasar por muchas vicisitudes. Durante la guerra civil española permanecerá oculta, guardada cuidadosamente. Más tarde, don Josemaría la lleva a uno de los primeros Centros de la Obra, en la calle de Lagasca. En 1943 será trasladada a un pequeño hotel de la calle Jorge Manrique, donde la Sección de mujeres tiene una nueva casa: estará colocada sobre la mesa de la biblioteca y protegida por un fanal. En torno a ella aprenderán, del propio Fundador, el espíritu y la devoción a la Virgen que habrán de guiar sus pasos por el mundo. En 1945 preside la mesa del despacho de dirección en "Los Rosales", Centro de formación en Villaviciosa de Odón. Ante esta imagen, Monseñor Escrivá de Balaguer reza por la fidelidad de estas mujeres que han confiado plenamente en el espíritu sobrenatural de la Obra de Dios. Más tarde, esta Virgen ocupa un puesto en el oratorio de la Sede Central del Opus Dei en España, a la derecha del altar, sobre una peana; y, por último, cuando el gobierno Central de la Obra se traslada definitivamente a Roma, la pequeña talla policromada se instala en su hornacina y preside el trabajo, el amor y el servicio de todas las mujeres del Opus Dei en el mundo.
Hubiera sido muy difícil el desarrollo de esta Sección, y también el de toda la Obra, sin la presencia y ayuda de doña Dolores y de Carmen, la madre y hermana del Fundador. Monseñor Escrivá de Balaguer les pidió todo. El patrimonio familiar se empleará, en años venideros, en atender las mil necesidades de la tarea apostólica. Doña Dolores cambiará la tranquilidad que podían haber exigido sus años, gastados en la solicitud y dedicación familiar, por un servicio constante a los miembros de la Obra. En el futuro recibirán el cariño, la atención incansable de esta mujer a quien, desde los primeros tiempos, van a llamar Abuela. Pero, muy en especial, la Sección de mujeres del Opus Dei sabrá de su desvelo, de su ayuda ante toda situación y evento.
Doña Dolores, con su trabajo y afecto, dejará un rico acervo de costumbres y tradiciones que van a ayudar a dibujar los rasgos de sencillez y sentido familiar propios del espíritu de la Obra. Tanto ella como su hija, a quien los miembros de la Obra llamarán afectuosamente «Tía Carmen», no van a escatimar esfuerzo alguno.
«Veo como providencia de Dios -dirá en una ocasión el Fundador- que mi madre y mi hermana Carmen nos ayudaran tanto a tener en la Obra este ambiente de familia: el Señor quiso que fuera así»(15).
Ellas afianzarán, para siempre, una herencia de cariño: un clima amable para la vida cotidiana. Con su ayuda, los Centros de la Obra adquirirán el perfil que han de tener en el futuro. Todos se abren en un ambiente cuidado, amable. Como corresponde a un lugar que preside el sagrario, desde el oratorio, y en el que conviven aquellos que Dios ha llamado a una entrega plena de amor y de servicio.
En 1941, cuando muera la madre del Fundador, su hijo se quejará confiadamente al Señor:
«Dios mío, ¿qué has hecho? Me vas quitando todo: todo me lo quitas. Yo pensaba que mi madre les hacía falta a estas hijas mías, y me dejas sin nada..., ¡sin nada! »(16)
Carmen, hermana de San Josemaría
Todos los afectos de doña Dolores han pasado a esta gran familia de vínculo sobrenatural y profundo cariño humano que es el Opus Dei. Y este caudal se mantendrá a través del tiempo, como una herencia permanente y entrañable. (Ana Sastre)
Juan García Inza
juan.garciainza@gmail.com