“Había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo: ‘No les queda vino’. Jesús le contestó: ‘Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora’. Su madre dijo a los sirvientes: Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 1-11).
En las bodas de Caná se pusieron de manifiesto muchas cosas. Una de ellas fue el apoyo por parte de Dios con que contaba Cristo, como pudieron comprobar sus discípulos al ver el milagro de la transformación del agua en vino. Otra fue la bendición del amor humano y, con ello, la institución del sacramento del matrimonio.
Pero eso, y mucho más, pudo ocurrir gracias a que allí estaba la Virgen María. Ella fue la que instó a Jesús a apiadarse de la pareja de novios, de lo cual es fácil deducir que ella sabía que su hijo podía hacer milagros. Y, sobre todo, ella fue la que nos dejó una de las frases más hermosas del Nuevo Testamento, que se han convertido en todo un programa de vida: “Haced lo que Él os diga”.
María se nos muestra siempre, desde ese instante, como la que señala permanentemente hacia su Hijo instándonos a obedecerle. Nos anima a hacerlo incluso aunque no entendamos, como les debió ocurrir a los criados que llenaron los cántaros de agua sin saber el milagro que se iba a producir. Nos pide que obedezcamos, que sigamos a Cristo, no sólo para darle una alegría a Él, su Hijo, sino porque eso es lo mejor para nosotros. Cristo te ha dado motivos suficientes para fiarte de Él, de su palabra, de su voluntad. Pero, si por cualquier causa te sientes alejado de Él, fíjate en María: fíate de ella, hazla caso. Ella, que siempre ha estado junto a ti, te señala el camino: Haced lo que él os diga.