Hoy se informa de que la muerte de un bebé en Zaragoza como consecuencia de la circuncisión que le fuera practicada en unas condiciones que cabe definir de cualquier cosa menos de sanitarias, ha supuesto para sus padres, un curandero nigeriano y su mujer, presumiblemente musulmanes, una pena de apenas dieciocho meses de prisión al ser considerado el crimen como homicidio culposo y no doloso, en cuyo caso la pena podría haber alcanzado los trece años de duración.
La noticia permite muchos enfoques diferentes, desde el que se concentra sobre si dicha práctica debe ser o no legal en España, hasta el de su posible inclusión entre las intervenciones sufragables con cargo a las inacabables arcas de la seguridad social, cosa que ha llegado a proponer la abogada de la pareja nigeriana. Y como estos tantos otros. Enfoques todos ellos interesantes y que dan desde luego para que los abordemos en este espacio.
Hoy, sin embargo, quiero centrarme en otro enfoque no menos interesante cual es el que se centra en las raíces históricas de la práctica. La circuncisión consiste, como se sabe, en la extirpación del prepucio, membrana que cubre el extremo del miembro viril masculino llamado glande. Amén de una práctica de higiene, común en muchas civilizaciones, entre las cuales la egipcia y algunas de las mesoamericanas (mayas, aztecas), constituye el acto iniciático de la religión judía, tan importante en ella, que el Talmud sostiene que lo es, por sí sola, tanto como todos los demás mandamientos juntos. Mediante él, la persona integra la comunidad judía y recibe el nombre, de modo similar a como ocurre entre los cristianos con el bautismo. La circuncisión es el símbolo de la alianza entre Yahveh y el pueblo judío:
“Dijo Dios a Abraham: [...] ‘todos vuestros varones serán circuncidados. Os circuncidaréis la carne del prepucio y eso será la señal de la alianza entre yo y vosotros. A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón’” (Gn. 17, 912).
La sanción del incircunciso, llamada karet, la prevé también el Génesis:
“El varón a quien no se le circuncide la carne de su prepucio, ese tal será borrado de entre los suyos por haber violado mi alianza” (Gn. 17, 14).
La operación de la circuncisión implica tres fases: primero, la milah, o ablación de la parte superior del prepucio; segundo, la peri’ah o descarnadura del pene; y tercero la metsitsah, o succión bucal de la herida con pretensiones higiénicas, actualmente sustituída por técnicas desinfectadoras más modernas.
La circuncisión del niño judío es un acontecimiento festivo. Tradicionalmente tenía lugar en la sinagoga, hoy día en cambio, esto ocurre en rara ocasión. En al ámbito del judaísmo se debate la circuncisión de prosélitos, y aunque generalmente es incuestionable, existen grupos en los que se ha optado por la no exigencia de la misma, así, v.gr., la comunidad judía liberal de los Estados Unidos.
En cuanto al fundador del cristianismo, Jesucristo, como buen judío que era, fue efectivamente circuncidado, de lo que nos da buena cuenta el evangelista Lucas:
“Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús” (Lc. 2, 21).
La circuncisión centró en el ámbito de la comunidad paleocristiana, un debate que en realidad, era más amplio, y versaba sobre la ruptura del mismo con el tronco común del judaísmo. Dicho debate, producido en torno al año 49, es lo que se conoce como Concilio de Jerusalén, y se inicia cuando “algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron para decir que era necesario circuncidar a los gentiles y mandarles guardar la Ley de Moisés. Se reunieron entonces los apóstoles y presbíteros para tratar este asunto” (Hch. 15, 5-6). En dicho debate Santiago, el líder de la comunidad cristiana de Jerusalén, abogará por no molestar a los gentiles, mientras que Pedro y Pablo, abogarán por extender el mensaje de Jesús al mundo gentil, ajeno a la fe judaica, defendiendo que no debía exigirse a nadie la circuncisión para engrosar las filas de los seguidores del Nazareno. Cualquiera que fuera el resultado, favorable a medio plazo, en todo caso, a la posición que sostienen Pedro y Pablo, en lo relativo a la circuncisión el ambiente era tan pesado que el mismo Pablo, aún a pesar de su apasionado discurso y de su indiscutible ascendiente sobre la comunidad paleocristiana, circuncidará a su discípulo Timoteo, “a causa de los judíos que había por aquellos lugares” (Hch. 16, 3).
Entre los musulmanes, se da también la práctica de la circuncisión, llamada jitán o tahara, si bien en el Corán no se menciona el tema. Su práctica, muy extendida en el ambiente que vivió Mahoma y por lo tanto, más relacionada con las prácticas autóctonas precoránicas imperantes en Arabia que con la herencia judía del islam, queda definitivamente avalada en el ámbito musulmán por la sunna o tradición. Entre los musulmanes sin embargo, la circuncisión no se produce, como entre los judíos, a los ocho días, sino más bien entre los dos y los doce años, y como en el ámbito judío, el evento viene revestido de un notable carácter festivo.