Somos un pequeño rebaño. Un rebaño que siente miedo por lo que acontece cerca. Cristo nos dice que no temamos. Estamos con Él, aunque las mareas del mundo parecen que van a destruir lo que nos rodea.
La Catena Aurea recoge diversos comentarios de los Primeros Padres de la Iglesia sobre el Evangelio de hoy. Teofilacto nos dice que: “El Señor llama pequeña grey a los que quieren hacerse discípulos suyos, ya porque en esta vida los santos aparecen pequeños en virtud de su pobreza voluntaria, ya porque son aventajados por la multitud de ángeles que nos son incomparablemente superiores”. Quiera el Señor que podamos formar parte de ese pequeño rebaño que se reúne Su Nombre y no en nombre de potestades terrenales.
¿Por qué temer entonces? San Cirilo de Alejandría comenta que Cristo deja claro que el Padre quiere darnos el Reino: ... ¿Cómo aquél que concede gracias tan extraordinarias, dejará de tener clemencia con vosotros? Aun cuando aquí esta grey sea pequeña -por su naturaleza, su número y su gloria-, sin embargo la bondad del Padre ha dispensado a este pequeño rebaño la suerte de los espíritus celestiales, es decir el Reino de los Cielos. Podemos esperar misericordia de Dios siempre que hayamos puesto nuestra voluntad en ser parte de ese pequeño rebaño. El problema aparece cuando nos aprovechamos de los dones que Dios nos ha dado, los despilfarramos y utilizamos nuestra posición para hacer daño a los demás. Por desgracia hacer esto es muy frecuente porque dejamos que nuestra vanidad, soberbia y avaricia nos hagan esclavos suyos.
El Evangelio nos llama a hacer bolsas que no se desgasten. Bolsas para almacenar el verdadero Tesoro. No es un tesoro de dinero o poder. ¿Qué Tesoro? Sin duda el Tesoro es la paz de corazón que permite que atesoremos en ella Fe, Esperanza y Caridad. ¿Qué hacer cuando el mundo desprecia todo esto? San Cirilo de Jerusalén también nos dice que hacer esto no es lo que el mundo valora: “Este precepto molesta acaso a los ricos pero no es inútil para los que son prudentes, porque atesoran para sí el Reino de los Cielos. Por esta razón prosigue: "Haceos bolsas, que no se envejecen", etc”. El Evangelio prosigue diciendo que debemos tener encendidas las lámparas, como hicieron las doncellas juiciosas y prudentes (Mt 25, 1-13). San Máximo el Confesor nos deja claro que debemos tener “... encendidas las antorchas por la oración, la contemplación y el afecto espiritual”. No nos dice que las antorchas permanecerán encendidas por vanagloria y avaricia. No se trata de engordar nuestro ego y dedicarnos a señalar todas las pajas que encontramos en los ojos de quienes tenemos a derecha e izquierda. Si algo debemos juzgar es nuestra incapacidad de ver más allá de nosotros mismos. A veces no somos capaces de ver la imagen de Dios en nosotros mismos. Tenemos una inmensa viga que nos impide ver con claridad la imagen y semejanza de Dios en nosotros y en nuestros hermanos (Lc 6, 41-42).
Porque todo hombre depende naturalmente de aquello de que está apasionado y fija toda su alma en aquello que cree que puede darle todo lo que le conviene. Por tanto, si alguno fija toda su atención y su afecto -lo que llamó corazón- en las cosas de la vida presente, únicamente se ocupa de las cosas de la tierra. Pero si se fija en las cosas del cielo, allí tendrá también su corazón. De modo que parecerá que trata con los hombres sólo por el cuerpo, pero que su alma ha alcanzado ya las mansiones del cielo. (San Eusebio)
A veces me pregunto la razón por la que muchos de nosotros nos pasamos la vida desconfiando de quienes no nos adulan y aplauden. ¿No es todo esto una pérdida de tiempo, esfuerzo y salud espiritual? Cuando nos dedicamos a iluminarnos a nosotros mismos estamos gastamos el aceite de nuestra lámpara. Cuando llegue el Señor, seguro que no nos quedará demasiado aceite para que Él nos vea y nos elija para formar parte de ese pequeño rebaño. Un pequeño rebaño que se reúne en Nombre de Cristo (Mt 18, 15-20). Él está en medio de del rebaño porque ellos reconocen su Voz y Él los reconoce a ellos (Jn 10, 1-25). ¿Qué pasa cuando no nos reunimos en Nombre de Cristo? Es frecuente que intentemos que los demás se reúnan alrededor de nosotros, gastando el aceite en ello. Esperamos adoración y aplausos, por lo que no nos agradan quienes no se sienten cómodos adorándonos. Es frecuente que entonces les maltratemos o en todo caso, les ignoremos con desprecio e indiferencia. Esto se señala en el Evangelio cuando se habla del encargado que se dedica a malgastar los bienes del dueño y a maltratar a los sirvientes. ¿Para qué gastar nuestra energías despreciando a los demás? ¿Cómo es posible que hagamos esto llamándonos a nosotros mismos seguidores de Cristo? ¿No nos estamos engañando a nosotros mismos y a los demás?
Teofilacto nos vuelve a dar la clave para entender la necesidad de estar vigilantes y centrados en el Señor: ¿Te ha quitado alguno lo que es tuyo? ¿Se te han muerto tus hijos? ¿Has sido acusado? Pues si en todas estas ocasiones no haces nada en contra de lo que Dios tiene mandado, te encontrará despierto en la segunda y en la tercera vigilia, es decir en el tiempo de la desgracia que sume a las almas débiles en un sueño pernicioso.
Esperemos una inmensa misericordia siempre que nuestras acciones no hayan ido en contra del Espíritu Santo (Mt 12, 32). Es decir, contra Quien nos regala los dones, carismas y frutos, para compartirlos con nuestros hermanos. Contra la Voluntad de Dios que se nos ofrece como guía y sustento para nuestro día a día.
Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más. (Lc 12, 48)