El lunes, Benedicto XVI recibió en audiencia a los participantes en la Plenaria del Pontificio Consejo para la Familia, del cual formo parte como consultor. En su discurso se refirió a los «derechos de la infancia», recordando que la Iglesia, desde sus orígenes, «ha promovido la tutela de la dignidad y de los derechos de los menores». Aunque en algunos casos, recordó el Papa, unos pocos eclesiásticos hayan «violado esos derechos» –«comportamiento que la Iglesia no deja y no dejará de deplorar y condenar»–, la dedicación a los niños ha sido siempre evidente y notable.

Un ejemplo de esta protección hacia la infancia está precisamente en el hecho de que la Iglesia siga defendiendo, a pesar de los ataques que recibe, que la mejor ayuda que se puede ofrecer a un niño es la familia. «Los niños –siguió diciendo el Papa– quieren ser amados por una madre y un padre que se aman, y necesitan vivir y crecer junto a ambos».

No deja de ser significativo que los que más atacan a la Iglesia por los pecados y delitos cometidos por un pequeño porcentaje de eclesiásticos sean los mismos que reclaman medidas que podrían dejar a esos niños indefensos, como la de permitir su adopción por parejas homosexuales. Da la impresión de que lo que en realidad les molesta es que la Iglesia sea la principal protectora de la infancia y por eso desean a toda costa eliminarla, para caer como buitres sobre las víctimas inocentes. No existe «derecho al niño». Existe el «derecho del niño». Los niños y sus derechos van siempre primero.