“Que les cuelguen una piedra de molino al cuello y los tiren al mar”. Las duras palabras pertenecen al Papa Benedicto XVI y antes que él las había pronunciado nada menos que el mismísimo Jesús quien, según testimonian los tres sinópticos de manera muy similar (cf. Mt. 18, 6; Mc. 9, 42 y Lc. 17, 2), maldijo con ellas a todo aquél que escandalizare a un pequeño.
Benedicto XVI, que hizo estas manifestaciones en el Vaticano con ocasión del discurso que dirigió al Consejo Pontificio para la Familia que ha analizado los derechos de la infancia, ha querido emular a Jesús y utilizar sus palabras para condenar a los curas que abusan de los niños, un escándalo, éste de los curas pedófilos, que salpica a la Iglesia en muchos rincones del globo: así, el caso del arzobispo de Santa Fe (Argentina) o el de los sacerdotes irlandeses, bostonianos o australianos. Casos que algunos han querido instrumentalizar para inculpar a la Iglesia como tal, ocultando premeditadamente que el perverso comportamiento se atribuye a apenas unas decenas de sacerdotes de los 408.000 que forman el colectivo en todo el mundo.
Las rotundas palabras del Papa condenando el abuso que esos pocos curas han realizado en la persona de unos niños, han sido acogidas con satisfacción en todos los medios de prensa, y de suscitar alguna crítica, ésta ha ido más en la dirección de parecer insuficientes que en la de ser excesivas o escandalosas. Así, el diario conocidamente zapaterita y anticlerical Público lamenta que la condena se haya “quedado sólo en eso, en palabras” (sic).
Pues bien, me hallaba yo de visita en la Argentina en marzo de 2005 cuando idénticas palabras parafraseando idéntico versículo evangélico salieron de la boca del obispo castrense de la república hermana, Antonio Baseotto, en aquella ocasión para condenar al ministro argentino de salud, Ginés González García, que proponía la despenalización del aborto.
Curiosamente, la condena que el obispo castrense hacía de los que atentan contra los niños, no mereció a los medios informativos la misma valoración que ahora les merece la del Papa y, por el contrario, el buen obispo fue durísimamente criticado por las palabras utilizadas. Tanto así, que el histriónico presidente del país, siempre amigo de desmesuras y exhuberancias, procedió, en el más genuino estilo kirchsneriano, al más aparatoso rasgado de vestiduras, y hasta amagó con un extemporáneo e inexplicado cese de relaciones con la Santa Sede.
Curiosamente, la condena que el obispo castrense hacía de los que atentan contra los niños, no mereció a los medios informativos la misma valoración que ahora les merece la del Papa y, por el contrario, el buen obispo fue durísimamente criticado por las palabras utilizadas. Tanto así, que el histriónico presidente del país, siempre amigo de desmesuras y exhuberancias, procedió, en el más genuino estilo kirchsneriano, al más aparatoso rasgado de vestiduras, y hasta amagó con un extemporáneo e inexplicado cese de relaciones con la Santa Sede.
Todavía me pregunto cómo es posible que tantos de los que condenan –no conozco a nadie que no lo haga- la práctica abominable de la pederastia, se muestren en cambio tan comprensivos cuando la práctica no consiste en abusar de un niño, sino en directamente exterminarlo. Como me pregunto también si en el caso del capellán castrense argentino, el diario Público también lamenta que la amenaza se quedara "sólo en eso, en palabras".