Y la soprano pregunta con S. Pablo:
Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica, ¿quién condenará? Cristo murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros (Rm 8,31.33s).
Con la fe en la Resurrección de Cristo y la esperanza en la resurrección final, las preguntas son retóricas. ¿Quién puede estar realmente contra quien está en Dios, quien vive de Él, quien se apoya en él, quien se refugia en Él, quien lo obedece? Ciertamente nos encontramos con muchas adversidades en la vida, pero, manteniéndonos en la fidelidad a Dios, somos invulnerables a ellas. Satanás, ante el poder divino, está impotente; frente a las peticiones del Padre Nuestro, no puede nada. Y es que quien de verdad pide, lo hace desde la más profunda pobreza y humildad y, entonces, desde su debilidad, es fuerte.



Si es Dios quien nos hace justos, ninguna tentación tiene poder sobre nosotros, pues todas se reducen a deificarnos desde nosotros mismos y por nosotros mismos. Pero si vivimos desde la humildad, esto es, en que sea Él quien nos divinice, entonces nada ni nadie nos puede vencer; nuestra derrota está en nuestra soberbia, en pretender ser nosotros el fundamento de nosotros mismos. Si nuestra única riqueza es Dios, no hay pobreza a la que temer, pues, en la humildad, nadie nos puede arrebatar al dueño del universo que es rico en misericordia. Si Dios es nuestra vida, no hay muerte que temer. Si es nuestra salud, ninguna enfermedad nos debilita. Si es nuestro gozo, ¿dónde está la tristeza? Si Él es nuestra gloria, las humillaciones nos ensalzan. Si la suya es nuestra voluntad, en todo encontraremos ocasión de obedecer a su amor.



Pero no porque seamos más que los demás, sino por Cristo. Por la fe en Él se nos perdonan los pecados y participamos de su vida. Satanás, el Acusador, no tiene poder sobre nosotros, pues tenemos quien interceda por nosotros ahora y en el Juicio.