Voy a contarte, querido y paciente lector de este blog, lo que una persona me sugirió hace tiempo y que, aunque no siempre me acuerdo de ello, algo queda ahí en el subconsciente, al fondo del disco duro de mi memoria sobresaturada de cosas de las que tengo que acordarme… y que a veces no recuerdo cuáles son.

Cuando esa persona me explicaba qué es la presencia de Dios y cómo se puede mantener durante el día, al ver mi cara de agobio ante tanta cosa a tener en cuenta se apiadó y me enseñó un truco bien sencillo: dedicar cada día de la semana a una devoción concreta.

Así los lunes podía dedicarlos a las Benditas Ánimas del Purgatorio: a rezar por todos nuestros hermanos ya fallecidos que aún no están listos para entrar en el Cielo.

Los martes a los Santos Ángeles Custodios: a pensar más en mi ángel de la guarda, a hacerle un poco de caso, a pedirle favores, a darle las gracias por todo lo que hace por mí cada día, a pensar también en el ángel custodio de los demás…

Los miércoles a San José, ¡el pobre de San José, el santo del que casi nunca se acuerda nadie porque siempre pensamos en la Virgen y en Jesús! Pues San José es muy influyente en el Cielo, así que no está de más acordarse de él un poquito…

Los Jueves a la Eucaristía, el más grande, hermoso, increíble e inexplicable misterio… Más aún que el misterio de la Encarnación, porque al fin y al cabo que Dios decida hacerse humano, aunque es difícil de creer lo hemos visto, y hemos visto que Dios-Hombre murió y resucitó, o sea que un poco sí te lo crees. ¡Pero que ese Dios se haga pan para que nosotros lo mastiquemos, lo traguemos y nos mantengamos espiritualmente vivos y fuertes… ¡es mucho más difícil de entender y creer! Por eso viene bien dedicarse unas horas a pensar en ello.

Los viernes a la Pasión y Muerte del Señor, porque Cristo murió el primer Viernes Santo de la Historia: acompañar a Jesús durante la oración en Getsemaní, el “juicio”, la flagelación, el camino al Calvario, la crucifixión, su agonía y su muerte. Y estar también con su Madre, con Juan, con María Magdalena, con Pedro y con todos los demás que tuvieron miedo y no estuvieron allí.

Los sábados a la Virgen María: a decirle muchos piropos, a mirarla en cada cuadro o escultura que veamos por ahí y tirarle besos, a prometerle que seremos buenos, como hacen nuestros hijos pequeños con nosotros…

Y los domingos a la Santísima Trinidad: ¡es el día grande de la semana! El Día del Señor. Es más fácil tener presencia de Dios los domingos porque como vamos a Misa eso nos centra un poquito. Podemos dedicar un pensamiento a la Trinidad para darle gracias por lo que hizo: no por LO QUE HIZO, la Creación, el cosmos y todo eso… sino por lo que hizo: decidir en su unidad de 3 personas hacerse hombre para redimirnos y volver a llevarnos  A CASA, al Cielo. O podemos alabarla, o bendecirla, o lo que queramos. Pero pensar en ella un poquito.

Y así podemos tener un poco de presencia de Dios durante la semana.

 

NOTA: algunas de las fotos que ilustran mis artículos proceden de la web www.cathopic.com.