San Agustín, obispo de Hipona y considerado como uno de los padres de la Iglesia, es una figura cuyo pensamiento y obra podrían ser objeto de estudio durante semanas, meses e incluso años. La riqueza de su filosofía no queda a la zaga en comparación con la de Aristóteles, el pensador con el que nos despedimos antes del verano.

San Agustín nos dejó un conmovedor y a la vez racional libro autobiográfico, “Las Confesiones”, que no puede faltar en la biblioteca de cualquier familia cristiana. En esta obra, nos narra su proceso de conversión, donde tanto tuvieron que ver las oraciones y lágrimas de su madre, Santa Mónica. Las festividades de ambos las celebrábamos hace unos pocos días, el 27 y 28 de agosto. Qué precioso que madre e hijo estén unidos hasta en el calendario.

Hablando de vínculos, la unión entre fe y razón es una constante en San Agustín, que se vislumbra en todos sus trabajos. Otra obra magnífica suya es "La Ciudad de Dios", compuesta por 22 libros. Allí confronta el paganismo con el cristianismo, a la vez que aborda una amplia gama de temas como el bien y del mal, el pecado y la culpa, la muerte, el derecho y la ley, la contingencia y la necesidad, el tiempo y el espacio, la providencia, el destino y la historia.

En la época en que vivió San Agustín, siglos IV y V después de Cristo, el pensamiento cristiano estaba todavía en formación, mientras que la ciencia, tal como la entendemos hoy, era rudimentaria y en gran medida influenciada por la filosofía griega.

Sin embargo, ya entonces se observaba un intento por armonizar la fe cristiana con el conocimiento del mundo. De hecho, el pensamiento del obispo de Hipona sobre ciencia y religión refleja un enfoque que puede considerarse precursor de muchos debates modernos. Para él, la relación entre ciencia y religión no es de oposición sino de complementariedad. Esto encuentra explicación en que todas las verdades provienen de Dios, el Creador. Por lo tanto, cualquier conocimiento verdadero, ya sea obtenido a través de la observación del mundo natural o a través de la revelación divina, no puede contradecirse. Así, san Agustín buscaba demostrar que la religión cristiana no está en conflicto con la razón o el conocimiento natural, sino que, en última instancia, ambos sirven a la misma verdad divina.

Agustín también abordó la cuestión de la interpretación de la Biblia, sosteniendo que las Escrituras deben ser estudiadas de manera que armonicen con el conocimiento adquirido por vías diferentes a la Revelación, como la observación de la naturaleza o la reflexión. Esto significa que, si en algún momento el conocimiento científico (en el contexto de su época) contradecía una lectura literal de la Biblia, había que revisar la comprensión del texto. Así, estaba abogando por una interpretación flexible que tomara en cuenta los avances y descubrimientos científicos.

Con todo, San Agustín también advirtió en sus escritos sobre el riesgo de buscar explicaciones científicas que pudieran llevar a cuestionar los fundamentos de la fe. Creía que el conocimiento secular, aunque valioso, debía estar subordinado a la verdad divina revelada en las Escrituras. Así, mientras promovía una integración entre ciencia y religión, también establecía que la fe cristiana tenía primacía sobre el conocimiento natural.