Todos conocemos la experiencia de la muerte de alguien: cercano, lejano, amado, conocido, desconocido… Hemos sentido el desgarrón del corazón, la herida que sangra, el dolor que a veces es incluso físico cuando muere alguien a quien amamos y a quien debemos decir adiós “para siempre”.
Entrecomillo “para siempre” porque los cristianos sabemos que el “siempre” de la Tierra es temporal, dura lo que dure nuestra vida. El “siempre” auténtico empieza justo cuando morimos, empieza cuando llegamos al Cielo, que es nuestra meta, nuestra casa.
La palabra “siempre” es muy grande, en nuestra mente ocupa la totalidad del tiempo. Y eso es mucho. O nos lo parece. Pero nuestro “siempre” es muy pequeño, muy corto en la forma que tiene Dios de contar el tiempo, ya que Él es eterno.
Eso sí que mola, la eternidad junto a Dios, ¡eso sí que es para siempre! ¿Te imaginas? Pasar toda la eternidad contemplando su rostro, gozando de su compañía, de su amor.
Nunca me había parado a pensar en la muerte desde el punto de vista del que se va hasta que escuché esta canción: “Para siempre”, del Grupo Betsaida, CD IV. Además de que es preciosa en cuanto obra musical, tiene mucho contenido espiritual.
Cuando escuché esta canción por primera vez sentí que tenía 2 partes y que en la primera muestra eso, cómo “ve” su muerte el que se va:
Un día más para reír, para sufrir.
Cerca de Ti soy feliz,
Siento tu voz cantar dentro de mí.
Sé que me quieres, vivo por Ti.
Mas pronto no estaré aquí.
Voy hacia el más allá,
Donde siempre se es feliz.
Voy al lugar de Dios, Padre de amor.
Me abrió el cielo... la salvación.
El cielo es para siempre,
No tiene límites, no tiene final.
Vivir para gozar
lo que ni en sueños pude imaginar.
Un cristiano no tiene miedo a morir porque sabe que va a la casa del Padre, a su casa, donde Dios le recibirá con un abrazo de oso y ya todo será gozar sin fin.
Puede sentir rechazo al dolor de la enfermedad, a no saber cuándo ni cómo será, a dejar sola a su familia… pero miedo, lo que se dice miedo, no.
Un cristiano sabe que Dios habita en él si está en gracia y eso le llena de paz, aunque a la vez sienta dudas e incertidumbre. Pero un hijo de Dios no siente miedo a morir, sentirá otras cosas pero no miedo.
Es más, cuando un cristiano tiene la suerte de poder prepararse para la muerte sabe eso: Cerca de Ti soy feliz, Siento tu voz cantar dentro de mí. Pronto no estaré aquí. Voy hacia el más allá, Donde siempre se es feliz. Voy al lugar de Dios, Padre de amor. Me abrió el cielo... la salvación.
A mí me gustaría mucho poder prepararme para la muerte, la verdad.
En la que doy en llamar segunda parte, la canción muestra el punto de vista del que llora la muerte del ser amado:
Un día más para llegar hasta el final.
Será mi meta saber amar,
Dejar a Dios entrar, dejarlo actuar.
Él cuidará de ti, también de mí.
Y pronto no estaré aquí,
Voy hacia el más allá
para siempre ser feliz.
Podré mirarlo al fin en la Verdad
Y ¡empezaré a gozar la eternidad!
El cielo es para siempre,
No tiene límites, no tiene final.
Morir para Vivir.
Voy hacia el Padre, quiero partir.
El cielo es para siempre,
No tiene límites, no tiene final.
María te hará escuchar coros de ángeles
En ALELUYA
La persona que sigue viviendo sin su ser querido puede sentir que cada día es una condena, que le pesa tanto la pérdida que no es capaz de seguir viviendo, que el hecho de que el mundo no se pare es un sinsentido.
Pero si esa persona es cristiana sabe que ese día es un regalo de Dios, a pesar de sus lágrimas; que debe aprovecharlo para acercarse a la meta, al Cielo,donde le espera esa persona amada. Que lo mejor que puede hacer es dejar a Dios entrar en su corazón roto, dejarlo actuar como bálsamo porque Él ya cuida de tu marido o tu esposa, de tu hijo, de tu padre, de tu hermano, de tu… y también cuida de ti aunque tu dolor sea tan intenso que no percibes ni amor ni consuelo ni nada.
La muerte es algo muy gordo. Para algunos es el final y después no hay nada. Cero, ¡puf!, realmente algo desolador.
Para nosotros los cristianos es el umbral de la Vida con mayúscula. Al otro lado están todos los que nos aman y que han llegado antes que nosotros, imagínate: tus padres, tus hermanos, tus amigos, tus hijos, ¡Cristo!, a quien llevas toda tu vida deseando ver, tocar, escuchar el sonido de su voz, ¡todos allí, esperándote para darte el abrazo de tu vida!
Da un poco de vértigo, no te digo que no, no es que esté loca por morirme pero sabiendo todo lo que sé no me da nada de miedo. ¿Y a ti?