De lo dicho por Zapatero ayer en el desayuno/oración en Washington nos quedan aún más claras algunas cosas. Glosar todo su parlamento, párrafo a párrafo, sería sumamente jugoso, pero acaso en exceso extenso; centrémonos en algunos puntos.
Zapatero no oró vocalmente; en el retrete de su alma, que diría Sta. Teresa, no podemos saber lo que ocurrió. Para que haya oración, las palabras tienen que ir dirigidas a Dios. Zapatero se dirigió a la audiencia: "Señoras y señores". Es más, eludió el uso de la palabra "Dios". Sólo la pronunció una vez en la locución "Dios del Evangelio", para referirse a que la primera oración que alguien, hace siglos, le dirigió en América lo hizo en español.
Es verdad que por dos veces usó la voz "plegaria". Pero, ¿qué es una plegaria? Según el diccionario de la Real Academia es una "deprecación o súplica humilde y ferviente para pedir algo". No se trata de una exigencia, ni de la petición de algo a lo que se tenga derecho. Ante Dios, no tenemos derecho a nada por nosotros mismos, no merecemos nada; si merecemos algo, lo es por Jesucristo, quien, por cierto, brilló por su ausencia. Sin embargo, Zapatero empleó por dos veces esta fórmula: "Hoy mi plegaria quiere reivindicar". Lo que nos remite a un sustrato claro, la lucha de clases, en la que Dios sería el opresor al que reivindicar algo y la humanidad la pobre clase explotada o, en el mejor de los casos, alguien que se hubiera desentendido de nosotros y al que hubiera que recordar sus deberes.
¿Quedó ahí el ejercicio de per-versión? En la palabra libertad vemos claramente el acto de tras-tornar, de dar la vuelta, en un entorno evangélico, el Evangelio. Para Zapatero: "La libertad es la verdad cívica, la verdad común. Es ella la que nos hace verdaderos". Frente a las conocidas palabras de Jesús (Jn 8,32). Y también, para el político español: "La libertad es siempre el fundamento de la esperanza, de la esperanza en el futuro". Es decir, un fundamento inmanente, cada quien se cimienta sobre sí mismo. Pero es otra la roca sobre la que edificar la casa y permanecer.
Zapatero no oró vocalmente; en el retrete de su alma, que diría Sta. Teresa, no podemos saber lo que ocurrió. Para que haya oración, las palabras tienen que ir dirigidas a Dios. Zapatero se dirigió a la audiencia: "Señoras y señores". Es más, eludió el uso de la palabra "Dios". Sólo la pronunció una vez en la locución "Dios del Evangelio", para referirse a que la primera oración que alguien, hace siglos, le dirigió en América lo hizo en español.
Es verdad que por dos veces usó la voz "plegaria". Pero, ¿qué es una plegaria? Según el diccionario de la Real Academia es una "deprecación o súplica humilde y ferviente para pedir algo". No se trata de una exigencia, ni de la petición de algo a lo que se tenga derecho. Ante Dios, no tenemos derecho a nada por nosotros mismos, no merecemos nada; si merecemos algo, lo es por Jesucristo, quien, por cierto, brilló por su ausencia. Sin embargo, Zapatero empleó por dos veces esta fórmula: "Hoy mi plegaria quiere reivindicar". Lo que nos remite a un sustrato claro, la lucha de clases, en la que Dios sería el opresor al que reivindicar algo y la humanidad la pobre clase explotada o, en el mejor de los casos, alguien que se hubiera desentendido de nosotros y al que hubiera que recordar sus deberes.
¿Quedó ahí el ejercicio de per-versión? En la palabra libertad vemos claramente el acto de tras-tornar, de dar la vuelta, en un entorno evangélico, el Evangelio. Para Zapatero: "La libertad es la verdad cívica, la verdad común. Es ella la que nos hace verdaderos". Frente a las conocidas palabras de Jesús (Jn 8,32). Y también, para el político español: "La libertad es siempre el fundamento de la esperanza, de la esperanza en el futuro". Es decir, un fundamento inmanente, cada quien se cimienta sobre sí mismo. Pero es otra la roca sobre la que edificar la casa y permanecer.
Si permanecéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libre. […] Y si el Hijo os hace libres seréis realmente libres (Jn 8,31s.36).
Zapatero habló de tolerancia, pero, después de su discurso en ese contexto, ¿quienes le invitaron se sentirían respetados? Seguramente la libertad religiosa no es el derecho a meter el dedo en el ojo a alguien en su propia casa.