Lo más importante en un fenómeno de apariciones marianas es el mensaje que se transmita a través de él.
 
Normalmente tendemos –me incluyo- a fijarnos en cosas secundarias que en realidad no condicionan la veracidad de ese hecho extraordinario. Que si cuantos videntes son, que si tantas apariciones no pueden ser, que si tantos videntes es imposible, que si el sol baila y la luna toca palmas, que huele a rosas, azucenas y claveles con esencia de Adolfo Domínguez, las noches de botellón espiritual… tendemos a dar vueltas y vueltas sobre todos esos fenómenos, que se miran con reticencia desde la Iglesia –otra vez, yo mismo- y muy pocas veces nos interesamos por el mensaje. Y es ahí, en el contenido de ese mensaje y nuestra respuesta ante él, donde en realidad, al cabo del tiempo, se conoce la autenticidad de un milagro, de una conversión, de una aparición. Lo que pasa es que normalmente es el mensaje lo que nos molesta, y tendemos a rechazar el fenómeno excusándonos en cosas como las dichas: “¿Seis videntes? ¿Treinta años de apariciones? ¿Ha habido milagros? Pero que no huele a rosas, que son azucenas...”.
 
En cualquier fenómeno de posible aparición de la Virgen María, si la esencia de su mensaje no es absoluta y exclusivamente cristocéntrica, esa aparición es un circo, por mucho que el sol y la luna bailen al compás de un Magnificat. Eso para empezar. Insisto: absoluta y exclusivamente cristocéntrica.
 
Si en la voluntad y mente de Dios surge la idea de enviar a su Madre a través de la experiencia mística y extática de una o varias personas –qué más da cuantas-, porque ve que a nosotros sus hijos nos puede ayudar en un contexto determinado –de tiempo, geográfico, circunstancial-, será para hablar de su Hijo, Cristo, presente entre nosotros en el seno de la Iglesia, en el Sacramento de la Eucaristía con toda su presencia, con toda su personalidad, con toda su inteligencia, bondad y voluntad, y también con su pelo, su voz y su mirada, aunque bajo la apariencia de una cartulina blanca recortada de modo circular que en principio fue pan y ya, no lo es. Sí, es Él. Y si el vidente que dice ver a la Virgen María no nos lleva a la comunión y a la adoración de tan incomprensible milagro, no sé quien será quien se aparece, pero no será Ella. Si no nos lleva a la confesión, será una indigna imitadora. Si no nos lleva a la Palabra, será una impostora. Pero si esa presencia conmueve un corazón hacia la confesión... Ay, problema, porque eso nos compromete. Si nos conmueve a estar una hora de rodillas en adoración, clavados a la intemperie en una explanada llena de piedras, ante el Santísimo Sacramento del altar, pues sí, tal vez no sea ella, pero ojo, porque tal vez sí que lo sea. Y eso, compromete.
 
A propósito de las preguntas que dejáis en el blog, yo solo conozco a fondo el mensaje de Medjugorje. Lo conozco y lo procuro vivir, con menos éxito que más, todo sea dicho, pues es exigente. Pero lo procuro porque me lleva de las orejas, con insistencia y ternura, una y otra vez, ante la Eucaristía, que es el quid de la cuestión de este jaleo llamado vida. Es la Revelación. El cumplimiento de todo. La presencia de Dios de manera tal que nos hace posible la imposibilidad de fundirnos en Él y con Él, de hacer eterno y para siempre, inmortal, lo efímero y limitado de nuestra existencia. Casi nada. La muerte no tiene la última palabra de tu vida, sino la Resurrección, confirmada en la presencia real y actual de Cristo en la Eucaristía. Así lo he entendido yo en Medjugorje. Si alguien tiene una explicación mejor, estoy deseando oírla, por favor.
 
Del mensaje de Medjugorje se deriva una síntesis que se puede resumir en cinco puntos. Son los conocidos como las cinco piedras de Medjugorje. Así las llamó en su día el padre Jozo, quien fuera párroco de Medjugorje allá por 1981, al comienzo del fenómeno. Las llamó así porque reconocía en ellas las cinco piedras que Davíd cogió del arroyo al salir de su tienda la mañana que se enfrentó a Goliat. Así dice la Palabra, que cinco piedras cogió, pero confiando en Dios, le bastó con un solo cantazo en la cabeza para fundir al animal de Goliat ante la atónita mirada de los filisteos. Me imagino la escena. Un silencio atronador debió de inundar el valle de Elah mientras unos y otros iban haciendo hueco. Victoria del niño que confió en Dios. Y le sobraron cuatro de esas cinco piedras…
 
Las cinco piedras de Medjugorje son: La oración del Rosario, con el corazón; la lectura de la Biblia, Palabra escrita de Dios; el ayuno; la confesión; y la más importante de todas, para la que te preparan las anteriores: la Eucaristía.
 
No sé mucho más de otros fenómenos de los que me preguntan. Pero si en la síntesis de sus mensajes veis cosas parecidas, confirmadas con buenos frutos de conversión, sin tener la absoluta certeza de ello, sin duda el fenómeno que sea llevará su firma, la de Ella.
Si os parece, en siguientes posts desgranaré un poco como la Virgen María explicaría a los videntes de Medjugorje estas cinco piedras, con la condición de que, sin importar la veracidad de las apariciones, se tomen en cuenta en cuanto a que nos llevan a la Palabra de Dios y a la Tradición Apostólica de la Iglesia. Es decir, que os apliquéis el cuento.
 
Lo demás, es secundario: número de apariciones y de videntes, la vida que ellos lleven, opiniones de unos y de otros… Dios es muy listo, y sabe hacer las cosas a su manera. Su manera es incomprensible para nosotros. Yo muchas veces me enfado con Él y se lo digo, porque no entiendo nada de mi vida. Esta misma semana estoy enfadado con Él, de verdad. Sin embargo, rodeado de problemas y movidas varias, en el fondo me está yendo de perlas. Las cosas salen, funcionan y tengo paz, aunque no entienda. Va todo más lento de lo que me gustaría, pero bueno… así puedo escribir aquí, por ejemplo, mientras espero. Y confío en Él.
 
Estos años he aprendido que al fin y al cabo, Dios nos pide amar, y amar no trata de entender, sino de amar. No es un sentimiento, sino una actitud ante la vida. No es una opinión, sino una decisión. No es un conocimiento que se adquiere estudiando, sino un don que se recibe orando. No es una conclusión a la que se llega razonando, sino respondiendo a una pregunta: “¿Tú qué haces en la vida? Yo, amo” “¿Y por qué? Porque me lo ha enseñado Cristo, Dios en la Tierra, con su ejemplo”. Esto sin Dios, es imposible. Por eso, lo único que tenemos que hacer es abrir el corazón al Espíritu Santo y dejarnos llevar. Así, será muy fácil reconocer esa, Su manera, ya sea en un movimiento, a través de una persona, de un libro, en una alegría de la vida o en medio de una pena abrumadora, o en Medjugorje, o donde quieras que la Virgen se aparezca o no. Mensaje y frutos. Poco más. La presencia de Cristo, y de nadie más. El encuentro con Cristo, y con nadie más. Ni frailes, ni curas, ni videntes, ni peregrinos, ni periodistas. Cristo Eucaristía en el seno de su Iglesia.