Hubo un tiempo en que España era un imperio, tanto en Europa como en América. Eran años en que los tercios españoles en las tierras  de Flandes eran temidos, sobre todo por las tropas del protestante Guillermo de Orange, quien tenía atravesado al duque de Alba, quien le dio en el pelo de lo lindo. Era cuando la España Católica mantenía la unidad de la fe cristiana por encima de otros intereses humanos.

Hoy, por el contrario, nos toman el pelo, se mofan, y guarecen a delincuentes fugados de España en la actual Bélgica, donde la judicatura ha admitido a trámite una querella contra el juez Llarena, instructor del caso del golpismo catalán, para tratarlo como un simple delincuente, a petición de los  mismos golpistas fugados a las tierras flamencas.

Pero la traición llega más lejos. El mismo gobierno que okupa la dirección de España, se desentiende de la defensa del juez español ante los ineptos jueces belgas.

El malestar en los estamentos judiciales españoles es inmenso. Han protestado y clamado contra semejante injusticia.

Pero es que el precio por okupar el poder y la gloria es no tocar un pelo a los fugados golpistas catalanes.

La villanía no tiene límite.

Cuando una nación hace esto y, mediante decreto, profana tumbas en lugar sagrado, con el acatamiento de todo un cardenal de la Iglesia, es porque aquel espíritu imperial nunca volverá a España y los cardenales son unos perrillos falderos de un gobierno okupa.

 Tomás de la Torre Lendínez