«El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.»
Hoy, hermanos, celebramos la festividad del Corpus Christi. Como dice muy bien la primera Palabra del Deuteronomio: “Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te hizo recorrer durante 40 años, llevándote al desierto”. ¿Por qué Dios llevó al pueblo de Israel al desierto? Lo llevó al desierto para enseñarle a tener fe. Te hizo pasar hambre, es más, te hizo ver cosas superiores a tus fuerzas, pueblos numerosos, grandes dragones y alacranes. Por eso el camino del desierto es el camino para tener fe, ahí te dio de comer Maná, que es el pan que te mantenía durante todo el día, por eso esta festividad del desierto, del Corpus Christi, hace presente al Jueves Santo en Getsemaní.
Por eso respondemos con el Salmo 147: “Glorifica al Señor Jerusalén que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, que ha puesto paz en tus fronteras y te sacia con flor de harina”. Qué bonito es esto, un Dios cercano, providente. Esta fiesta nos hace presente a los mártires de Abitinia “No podemos vivir sin el domingo” (año 304), es decir, no podemos vivir sin la festividad de comer el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Por eso la Segunda Palabra que nos da la Iglesia dice: Es comunión con la sangre de Cristo, es comunión con el cuerpo de Cristo. El pan es uno, aunque somos muchos formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan. Formamos un solo cuerpo y ese cuerpo nos da vida. María es la mujer eucarística, porque transforma el mundo, nos enseña a tener fe, engendra en nosotros la fe. La Eucaristía edifica la Iglesia, la iglesia hace la Eucaristía, dice el documento de Eclessia en la Eucaristía.
Por eso Jesús en el Evangelio dice a sus discípulos: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre y el pan que yo le voy a dar es mi carne para el día del mundo”. Comer el pan significa entrar en comunión con la persona de Jesús. Esta Eucaristía, comer su cuerpo, beber su sangre, gesta en nosotros el amor y la unidad. Nos recuerda a todos lo que le pasó a Elías en el Horeb: escapa. Elías, que es el segundo Éxodo, escapa al desierto por miedo a sus enemigos. Dios lo despertó y le dio de comer y le dijo: “come porque el camino es largo”. Por eso, hermanos, comer en medio del desierto que estamos viviendo es tener vida eterna. Adorad a Cristo, que se ha hecho pan partido por amor y remedio contra la idolatría. Cristo se parte hoy y mañana, es decir, nos da vida eterna, por eso arrodillarse es ponerse ante Él, que da sentido a la vida y no nos juzga, sino que nos transforma. En este Jueves Santo, que hace presente el cielo aquí en la tierra, Cristo quiere transformar nuestro mundo a través del camino que estamos viviendo. Jesús nació en Belén, qué significa “casa de pan”, por eso esta casa de pan que es la Iglesia tiene poder para saciar nuestra vida. Dios no nos abandona en medio de la peregrinación que estamos viviendo en el desierto. Quien recibe la Eucaristía, recibe vida eterna. Por eso dice el Evangelio “¿Cómo puede darnos a comer su carne? Os aseguro que, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida eterna. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, el que come esta carne vivirá para siempre, este es el pan bajado del cielo, el que come de este pan tendrá eternidad”. Por eso, hermanos, en esta festividad llevábamos el Cuerpo de Cristo a nuestros cristianos en las cárceles, en las guerras españolas; porque tiene el poder de transformar al hombre.
Pues bien, hermanos, pidámosle al Señor que tiene poder para transformar tu vida y la mía, que nos lleve al cielo, que es lo más grande. Hermanos, tenemos una patria, que no es España ni América, es el cielo.
Que la bendición de Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo esté con todos vosotros; y recen por mí para que también pueda ser cristiano.
Mons. José Luis del Palacio
Obispo E. del Callao