(Mons. Baez denuncia la represión en Nicaragua)
https://www.youtube.com/watch?v=R0cwy0gm7W8.
Con la convicción que sólo la paz construye a los pueblos y sobre la muerte de un ser humano no se puede construir ningún proyecto digno del hombre. Como cristianos queremos ofrecer nuestra aportación en favor de la paz
La oración, una fuerza poderosa para alcanzar la paz
Cuando la violencia señorea en zonas de Nicaragua, que ha provocado centenares de personas asesinadas y miles de heridas por las fuerzas paramilitares o del Gobierno, el anhelo por la paz surge de lo más profundo del corazón humano; pero la paz no es algo que pueda conseguirse sólo con esfuerzos humanos, aunque estos sean imprescindibles, sino que depende ante todo de un don de Dios, y la oración es el camino para que este don sea concedida. En la jornada de oración por la paz realizada en Asís en 1986, san Juan Pablo II dijo: "La fe nos enseña que la paz es un don de Dios en Jesucristo, un don que habrá de expresarse en la plegaria hacia Aquel que tiene en sus manos los destinos de los pueblos". A todos los cristianos san Juan Pablo II nos dice: "como discípulos de Cristo tenemos la obligación especial de trabajar para llevar al mundo la paz". Para que esta sea una realidad debemos orar a Aquel que nos la puede conceder. A orar por la paz está llamado todo cristiano, incluso todo creyente en Dios. Así lo manifestaba el Consejo Pontificio Justicia y paz en la Jornada Mundial de Oración por la paz en los Balcanes:
"Sí, la paz es posible, si sabemos «velar y orar» (Mc 14,38). [...] La oración es la única arma de la Iglesia para lograr la paz, y se encuentra, de manera especial, en manos de los pobres, de los oprimidos y de las víctimas de la injusticia. La oración, resistente como el acero cuando se templa bien en el fuego del sacrifico y del perdón, es la única arma eficaz para penetrar hasta el corazón, que es donde nacen los sentimientos y las pasiones del hombre. [...] Sí, la paz es posible si se basa en la justicia, en los derechos de cada persona y de cada comunidad a su existencia y al respeto de su cultura y su identidad religiosa. [...] Sí, la paz es posible, pues es un don de Dios. Las religiones tienen una apremiante vocación a la paz. «Shalon», «Salam», «Paz», es la palabra más seductora revelada por Dios a los hombres para que éstos hagan de ella cada día una realidad apetecible, como el bien más preciado Los representantes de las comunidades religiosas tienen una misión común de paz".
Muchos cristianos, de forma especial los contemplativos de todo el mundo, piden insistentemente a Dios el don de la paz para Nicaragua. Toda la Iglesia, como comunidad orante, intercede constantemente por la paz en el mundo.
Orar por la paz a partir del reconocimiento de los pecados
El Señor ha prometido que escucharía nuestra oración, y nos ha invitado a orar: "Yo os digo: pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama se le abrirá" (Lc 11,9-11). La fe nos enseña que no falta a Jesucristo ni el poder ni el querer. Por ello nos podemos preguntar por qué, a pesar de que, desde Nicaragua y desde tantas partes del mundo se ora por la paz de este país, la paz aun no es una realidad. Será porque quizás no oramos debidamente.
A la luz de las Sagradas Escrituras, sabemos que los pecados personales y los colectivos, son una densa nube (cf. Lm 3,44), un muro entre Dios y el pueblo suplicante, que impiden que las oraciones de los fieles sean escuchadas por Dios. Porque como nos dice Dios por medio del profeta Isaías: "Mira, la mano del Señor no es tan corta que no pueda salvar ni es tan duro de oído que no pueda oír; son vuestras culpas las que crean separación entre vosotros y vuestro Dios; son vuestros pecados los que tapan su rostro, para que no os oiga" (Is 59, 1-2). San Juan Pablo II no dejó de exhortarnos de palabra y con el ejemplo sobre la necesidad de pedir perdón a Dios por los pecados colectivos. Esta petición de perdón colectiva se basa en que existe una solidaridad humana misteriosa e imperceptible, pero real y concreta, que hace que el pecado de cada uno repercuta en cierta manera sobre los demás. Como fieles de la Iglesia estamos invitados a pedir perdón, pero es necesario hacerlo con conocimiento de causa. Por ello debemos aproximarnos a la realidad que produjo la aparición de la acción represiva del Estado y de los grupos paramilitares, porque la Verdad reconocida es fuente de reconciliación y de paz; como afirma el mismo Papa, "la verdad, buscada con humildad, es uno de los grandes valores capaces de reunir a los hombres de hoy a través de las diversas culturas".
Pero del mismo modo que Dios aborrece la injusticia (Jdt 5,17), no soporta que sea derramada sangre inocente. Para que Dios conceda el don de la paz y el progreso integral para la nación nicaragüense es preciso, en primer lugar, que estos pecados colectivos que han hecho posible esta situación sean destruidos, dando una plena satisfacción por ellos, para que Dios, en su gran misericordia, escuche benignamente nuestras oraciones en favor de la paz, e infunda a todos los deseos de abandonar la violencia, y buscar por medios democráticos y pacíficos el futuro de Nicaragua.
Siguiendo las enseñanzas de un gran intercesor de la Iglesia, el beato Francisco Palau, primero hay que reconocer ante Dios que, como pueblo, nos hemos alejado de los caminos del Evangelio. San Juan Pablo II nos decía en la bula del jubileo 2000: "Todos nosotros, aun no teniendo responsabilidad personal [...] cargamos con el peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido" (IM 11). Por ello debemos postrarnos ante Dios y pedir perdón porque nos hemos alejado de los caminos del Evangelio, debemos pedirlo tanto por aquellos que han propiciado el surgimiento de la acción represiva del Gobierno, como por el sufrimiento inocente que ésta ha causado en el pueblo nicaragüense, además debemos pedir perdón a Dios porque, como cristianos, no hemos sido suficientemente constructores de paz.
El pueblo de Israel, para quedar liberado de los pecados cometidos, una vez al año celebraba el gran día de la Expiación, en que el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo del Templo de Jerusalén. Allí, en nombre de todo el pueblo, confesaba las culpas y las infidelidades y los pecados cometidos por los israelitas, y estos ofrecían en sacrificio animales para restablecer la comunión con Dios. Así el pueblo quedaba purificado de sus pecados (Lv 16).
Los cristianos no tenemos otro sacrificio que el de Jesús en la cruz por la remisión de los pecados de toda la humanidad. Nosotros, ejerciendo el sacerdocio real de que, como miembros de la Iglesia, hemos sido revestidos por el bautismo, intercedemos a favor de toda la comunidad eclesial y humana, ofreciendo la sangre preciosa de Cristo, para que sean destruidos los pecados de todos.
Por la fe sabemos que la Eucaristía tiene un valor expiatorio: Jesús toma sobre sí las penas que nosotros tenemos merecidas. La Eucaristía tiene también un valor propiciatorio: Jesús se ofrece al Padre como remisión de nuestros pecados. A pesar de que éstos sean muchos, es mucho más valioso ante Dios el sacrifico de Cristo. La Eucaristía satisface con creces todas las deudas que los hombres hemos contraído ante Dios; por ello nos reconcilia con Él. La Eucaristía también tiene un valor impetratorio. Así el fiel puede suplicar a Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo, que tenga misericordia de Nicaragua, de la Iglesia y de la humanidad entera, nos proteja de todo mal y nos conceda el don por excelencia que es una gran efusión del Espíritu Santo, que renueve toda la realidad según los designios de Dios, que siempre son designios de vida, de justicia y de paz. El ofrecimiento del sacrificio eucarístico, realizado con verdadero conocimiento y con fe, es el camino para que la justicia de Dios se convierta en misericordia hacia Nicaragua y hacia todas las naciones del mundo.
Si queremos que nuestra oración obtenga el máximo poder y intensidad, hagamos lo que hicieron los apóstoles mientras esperaban al Espíritu antes de Pentecostés: orar con María. Ella es invocada por la Iglesia como Reina de la paz. No dejemos de poner a María como medianera ante Dios por la paz en Nicaragua, con las mismas palabras con las cual fue consagrada esta nación en el misterio de su Purísima Concepción. “A ti, Virgen Purísima, a tus manos maternales y tu corazón inmaculado consagramos esta tarde nuestro país. A ti, Madre Santísima, consagramos nuestras familias, nuestras comunidades y nuestras instituciones”. (...) Que Nicaragua, tu pueblo amado, sea capaz de encontrar caminos de tolerancia y de comunión, de fraternidad y de paz. Que los nicaragüenses podamos construir un futuro digno para todos, en donde la diversidad sea una riqueza y en donde podamos construir la paz como fruto de la justicia”.
Con María recurramos a la intercesión poderosa de san José[1] (lo podemos hacer a través de una novena[2]) y de todos los santos y mártires. Si se realiza esta petición de perdón con sinceridad, con fe, con confianza y perseverancia, suplicamos la ayuda de los más grandes intercesores ante Dios, esta oración no dejará de ser escuchada por El y la paz será una realidad (cf. Lc 18, 7-8). Por ello podrá mirarse el futuro con esperanza, ya que los cristianos creemos sobre todo en el «perdón de los pecados». Porque "la penitencia se basa en la certeza de que el pecado no puede tener la última palabra y de que todas las heridas causadas por él pueden ser sanadas por la gracia regeneradora del Redentor". Después de pedir humildemente perdón san Juan Pablo II dijo: "se podrá confiar sin reticencias el pasado a la misericordia de Dios y ser proyectados, con toda libertad, hacia el futuro para hacerlo más conforme con su voluntad". Ya que podrá ser realidad la súplica que el episcopado de Nicaragua junto con los sacerdotes, religiosos y laicos hicieron a la Virgen Purísima al consagrarle la nación nicaragüense: “Que Nicaragua, tu pueblo amado, sea capaz de encontrar caminos de tolerancia y de comunión, de fraternidad y de paz. Que los nicaragüenses podamos construir un futuro digno para todos, en donde la diversidad sea una riqueza y en donde podamos construir la paz como fruto de la justicia”.
Notas
[1] La intercesión a san José para alcanzar de Dios el don de la paz para las naciones y ser liberados de las dictaduras es especialmente eficaz. Valga por todos un ejemplo histórico. “El Pontífice Pío VII, al verse impedido de regir con libertad el timón de la nave de la Iglesia, que Dios le había encomendado, acudió al Santo Patriarca pidiendo ayuda y protección, que a la Iglesia naciente había sacado incólume del furor de otro tirano. Pronto recibió el socorro que imploraba. La tremenda derrota del ejército napoleónico en Leipzig fue funesta para el Emperador, y desde entonces los desfavorables sucesos se precipitaron de manera inesperada. Viendo Napoleón que sus glorias empezaban a desvanecerse, y conociendo en sus derrotas la mano de Dios, vengador de tantos ultrajes, decretó fuesen devueltos al Papa los Estados Pontificios. No faltaron en aquel suceso señales de la protección del Santo Patriarca. El decreto de la devolución está firmado el 10 de Marzo, cuando en Roma y en el orbe católico se empezaba la novena a san José. Este decreto llegó al castillo de Fontainebleau, y se puso en manos del Pontífice, el 19 del mismo mes, fiesta del glorioso Protector de la Iglesia. En 1814, Pío VII recuperó la libertad y el 7 de junio de 1815 retornaba definitivamente a Roma, mientras su adversario, vencido y desterrado por los ingleses en Waterloo, desembarcaba prisionero en la isla de Elena, después de haber firmado la abdicación definitiva, por la que renunciaba al poder, para sí y para sus herederos”.
Novena a san José por la paz de las naciones
[2] Los Santos nos enseñan que para alcanzar la intercesión poderosa de san José, debemos acudir al Santo Patriarca de forma perseverante y con toda confianza de su poder intercesor y de su bondad en escucharnos. Valga por todos este texto de santa Teresa de Jesús: «Tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra -que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar-, así en el cielo hace cuánto le pide. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío. […] No sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino» (Libro de la Vida, cap. 6)