Reflexionaremos a lo largo de tres pequeños artículos sobre esas veces en las que no sentimos a Dios. Sin duda, cuesta trabajo transitar cuando falta cualquier tipo de emoción, afecto o devoción. ¿Qué hacer en esos momentos o, incluso, en esas temporadas que pueden ser largas? Ayuda mucho una expresión del maestro Eckhart (1260-1328), quien hablaba mucho sobre “El fruto de la nada”. Para el fraile dominico alemán, Dios solamente puede entrar en un “templo vacío”. La sequedad, el no sentir a Dios, nos va vaciando de ideas o distorsiones que, consciente o inconscientemente, hacemos sobre él. Podríamos decir que se trata de un periodo terapéutico; un tiempo de madurar y crecer en la verdad sobre quién es él. ¿Aunque llega a doler o pesar? Así es. No es una escala fácil. Del mismo modo que subir a la cima de una montaña tampoco lo es, pero qué bien cuando se llega.
Algo que ayuda es repasar los antecedentes de los que disponemos como parte de la Iglesia. Es decir, los casos de hombres y mujeres santos que pasaron por situaciones de sequedad o de vacío. Por ejemplo, San Juan de la Cruz (1542-1596), Santa Teresa de Lisieux (1873-1897) o la beata Concepción Cabrera de Armida (1862-1937). Últimamente, el que esto escribe, ha descubierto experiencias muy parecidas en Santa Teresa de los Andes (1900-1920). En fin, ejemplos que muestran la importancia de no perder la fe aún en situaciones en las que todo se tambalea y no hay absolutamente nada claro.
Ahora bien, ¿hay que forzar la oración cuando sencillamente sentimos que no podemos? En realidad, no hay que forzarla. Simplemente, marcar el momento. Es decir, detenernos en silencio y ofrecer el deseo de querer hacer oración aunque materialmente no podamos. Desearlo, ¡ya es una forma de orar!
Continuará…