Estamos ya en Adviento y parece como si este año todo girara en torno a la epidemia del virus Covid. Y me refiero no sólo a cuestiones económicas, sociales o incluso familiares, sino también a lo religioso. De lo que más se habla es de los horarios en que se van a poder celebrar las Misas de Nochebuena y de Navidad y del aforo que estará permitido en los templos. Es una cuestión muy importante, sobre todo en aquellos países donde se han impuesto medidas radicales que obligan a tener las iglesias cerradas. No parece razonable que se impongan esas restricciones a los cristianos que quieren ir al templo a celebrar el nacimiento del Redentor y, en cambio, no haya más que unas exigencias mínimas, como llevar la mascarilla puesta, para ir al supermercado o hacer uso del transporte público. Es como si se quisiera aprovechar la epidemia para conseguir que la gente se acostumbrara a no ir a la iglesia, incluso a tener miedo de hacerlo, y a vivir su fe de forma individual.
Repito, es un tema importante en el que está en juego la libertad religiosa y en el que, una vez más, se demuestra que se nos trata a los cristianos como si fuéramos ciudadanos de segunda, sin los mismos derechos que los demás. Sin embargo, creo que nos equivocaríamos si sólo nos fijáramos en eso. En muchos sitios, en el pasado e incluso hoy en día, los cristianos no pueden celebrar la Navidad porque los dictadores que gobiernan sus países se lo prohíben. A pesar de eso, la viven intensamente, a escondidas quizá, pero con una profundidad de la que carecen muchos de los que tienen toda la libertad para celebrarla.
Tenemos que reivindicar pacífica pero firmemente nuestros derechos a ser tratados como el resto de los ciudadanos que no tienen nuestra fe. Ni más ni menos. Pero no podemos quedarnos ahí, no podemos conformarnos con eso. Al contrario, debemos aprovechar las limitaciones de todo tipo que nos está imponiendo la epidemia para intensificar la preparación espiritual de la Navidad, que es el verdadero objetivo del Adviento. Será durísimo no estar con todos los miembros de la familia, sobre todo si alguno de ellos ha fallecido por el virus; será durísimo no poder ir a Misa, en aquellos sitios donde lo hayan prohibido; en muchos casos, la situación económica habrá empeorado tanto que no habrá posibilidad de hacer muchos gastos extras con la comida o con los regalos. Y, sin embargo, nadie podrá quitarnos nunca la alegría de celebrar el nacimiento de Jesucristo; nadie podrá impedirnos cantar villancicos en casa y rezar juntos en torno a la mesa o ante el rústico belén que habremos montado en un lugar destacado de nuestro hogar; como decía San Pablo en su carta a los Romanos, escrita cuando ya estaba sufriendo persecución, nadie podrá nunca separarnos del amor de Dios.
Aprovechemos todas las dificultades que se nos presentan para sacar de este mal un bien. Echemos raíces profundas para que, cuando llegue la primavera, podamos dar el fruto deseado. Prepara la Navidad leyendo la Palabra de Dios, sobre todo el Evangelio de San Lucas, imitando a la Santísima Virgen, especialmente en su humildad, y trabajando para que tu familia esté más unida, aunque no pueda estar reunida.