Juan 6, 1-15
Cuando tenía diez u once años aprendí en el colegio una canción “de misa”.
Todas las niñas cantábamos en el mismo tono hasta que llegaba una sílaba en que las voces se dividían en dos: “alta” y “baja” (todo lo baja que puede ser la voz de pito de una niña de 10 años...). Yo siempre me emocionaba en ese punto y me sigue pasando ahora, veinte años después.
La canción dice así:
Un niño se te acercó aquella tarde
sus cinco panes te dio para ayudarte
los dos hicísteis que ya no hubiera hambre.
También yo quiero poner sobre tu mesa
mis cinco panes que son una promesa
de darte todo mi amor y mi pobreza.
La tierra, el aire y el sol son tu regalo
y mil estrellas de luz sembró tu mano.
El hombre pone su amor y su trabajo.
Se basa en el relato de un milagro de Jesús recogido en el evangelio de San Juan 6, 1-15. “Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos.”
A veces nos acordamos de Santa Bárbara sólo cuando truena, acudimos a Dios cuando la necesidad nos apremia, por puro interés. Bueno, ese puede ser el comienzo de una amistad que cambie la vida de la persona, pues encontrarse con Cristo no deja indiferente a casi nadie.
“Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: “aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?”(...)Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado.”
Andrés acercó a ese muchacho a Jesús y seguro que su vida fue distinta desde ese día. Nosotros debemos ser agradecidos con quienes nos acercaron a Dios: nuestros padres, un hermano, un catequista, un amigo....; también con quien cuida ahora la salud de nuestra alma en la dirección espiritual.
“(...) cuando se saciaron, (...) la gente entonces decía: “Éste sí que es el profeta que tenía que venir al mundo.”
Pero ¿qué habría pasado si ese chico no le hubiera dado sus panes a Jesús? Podría habérselos quedado para él y su familia pero eligió dárselo todo al Señor, aunque era lo único que tenían para comer. Confió en Jesús, lo cual es imprescindible para que Él realice sus milagros.
Además se los dio porque quiso, nadie le obligó. Seguramente Andrés se lo sugirió... y es que Dios no nos fuerza a darle nada, no nos fuerza a amarle; nos creó libres para que libremente le amemos y le demos todo lo que somos y poseemos (que bien mirado es bien poca cosa), como decía San Josemaría “porque me da la gana, que es la razón más sobrenatural.”
¡Dale a Jesús tus cinco panes –Él y tú sabéis cuáles son- y verás cómo los multiplica mucho más de lo que podías imaginar!