HAY QUE USARLO

La ocasión hay que crearla,
no esperar a que llegue.
-Francis Bacon-

 Un fabricante de jabón, no creyente, y un amigo suyo, creyente, iban hablando mientras paseaban. El fabricante de jabón planteó la pregunta de qué es lo que las diversas religiones han hecho por el mundo:

—El mundo sigue igual: las personas siguen odiando, engañando, luchando, robando…, ¿ha mejorado el mundo con las enseñanzas religiosas?

El amigo miró al suelo mientras reflexionaba un momento. Al levantar la vista observó a un niño jugando con tierra y se le «encendió la luz»:

—Mira a ese chavalín. Está cubierto de suciedad. No veo que el jabón le haya hecho ningún bien. Y lo mismo ocurre con tantas personas sucias que hay por la tierra. ¿Sería mejor el mundo sin jabón?

—Por supuesto que no, respondió el jabonero. Todo el mundo sabe que el jabón es bueno, pero, claro: ¡hay que usarlo!

—Efectivamente, amigo mío. Justo eso es lo que ocurre con las enseñanzas religiosas; para recibir sus beneficios, ¡hay que usarlas!

 El mundo no se rige solo por las leyes de la física, del comercio o la política, sino también por principios espirituales y morales. Las leyes espirituales son imparciales, porque son válidas de igual modo para todos los seres humanos a lo largo y ancho del mundo.  Están siempre vigentes, sin prejuicios ni sesgos, en todas las épocas y en todos los lugares. Las llevamos en el corazón y la conciencia, y se imponen por sí mismas sin depender de autoridad humana ni mandamiento alguno.

 Lo que pudiéramos llamar las leyes universales de la vida animan a personas de todas las edades, y de cualquier parte del mundo, a superarse continuamente haciéndoles la vida no solo más dichosa, sino también más útil.

 Solo tienen un pero: hay que usarlas. Si aprendemos las leyes de la vida (honradez, generosidad, trabajo, justicia, fe…) y las aplicamos a nuestras situaciones diarias, un número creciente de personas podrán descubrirse a sí mismas viviendo vidas útiles y dichosas.

 Porque, aunque es verdad que la vida —a trozos— es dura y con circunstancias difíciles, tenemos dones y recursos nobles capaces de impulsarnos hacia adelante y crecer. Y, demostrado está, la mejor manera de perseverar y progresar en el buen camino es usando la mente de forma eficaz y positiva.

 Como creyentes, somos depositarios de la verdad, de unos valores que se manifiestan, propagan y contagian por sí mismos; porque la virtud —el bien— es más atractiva que el vicio —el mal—.

 Tenemos sin duda los medios para hacer este mundo nuestro un poco más humano y humanizante. Los tenemos, pero no basta con tenerlos; hay que usarlos haciéndolos efectivos con celo y entusiasmo.

 Sí, amigos, hacer contagioso el bien exige un requisito sine qua non: hay que usarlo.