Durante la celebración eucarística varios son los momentos en que el celebrante muestra a la asamblea el Cuerpo del Señor para su contemplación y adoración. Uno de ellos es el mismo momento de la comunión. Ésta, por tanto, es momento de contemplación y adoración.
Y es que en la Eucaristía vivimos anticipadamente las realidades celestes bajo el velo de la fe. Por ello, es lugar de contemplación en fe.
Y es que en la Eucaristía vivimos anticipadamente las realidades celestes bajo el velo de la fe. Por ello, es lugar de contemplación en fe.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es (1Jn 3,2).
Una contemplación en el sacramento de Aquél que veremos tal cual es y que nos va transformando y haciendo partícipes ya del resplandor de su gloria.
Y nosotros todos, que llevamos la cara descubierta, reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente; así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Cor 3,18).
Y, conforme vamos participando crecientemente de la divinidad, va creciendo nuestra esperanza en la plena deificación futura y, por ello, vamos purificando nuestro corazón (cf. 1Jn 3,3), de modo que crecemos en contemplación y, con ella, en transformación; así en espiral creciente que sólo puede romper el pecado.
Pero, en esa fidelidad contemplativa, en ese ir poniendo y abriendo más y más nuestra atención en fe a Él, no sólo no nos avergonzamos ni ahora ante el tribunal de nuestra conciencia ni en el futuro en el Juicio particular ni en el final, sino que con familiar confianza ponemos en Él nuestra mirada.
Pero, en esa fidelidad contemplativa, en ese ir poniendo y abriendo más y más nuestra atención en fe a Él, no sólo no nos avergonzamos ni ahora ante el tribunal de nuestra conciencia ni en el futuro en el Juicio particular ni en el final, sino que con familiar confianza ponemos en Él nuestra mirada.